LA UTOPIA IMPOSIBLE / ENVIADO POR ROGER REDONDO

 Foto: Marco Zanferrari - Flickr

Por: Yassel A. Padrón Kunakbaeva

4 agosto 2020

¿Son necesarios cambios políticos en Cuba? La pregunta no es irrelevante: en estos días en que se habla de reforma económica, de medidas rupturistas con el modo en que se han hecho las cosas durante décadas, no son pocos los que han puesto sobre el tapete la necesidad de transformaciones políticas que aseguren para el país un camino de democracia y prosperidad. La respuesta evidente parece ser que sí: Cuba necesita de una renovación y transformación de su política. Lo que habría que preguntarse a continuación en qué dirección deberían ir tales cambios.

La necesidad de los cambios casi no permite discusión. Es harto conocido que el período de influencia soviética nos legó una concepción de la política basada en la hiperconcentración de poder en el cuerpo del Estado-Partido, y en la entronización de una ideología oficial, o lo que es lo mismo, un monoteísmo de los valores. Todo lo cual dio al traste con el establecimiento de diferentes niveles de demonización del disenso. En el terreno económico, esto tuvo su correlato en el dominio indisputado de la burocracia sobre el proceso de producción y distribución. En general, la búsqueda del monolitismo provocó una degeneración de la política, cumpliéndose la advertencia de Rosa Luxemburgo:

“Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna todo en una mera apariencia de vida, en la que solo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad, dirigen solo una docena de cabezas pensantes y, de vez en cuando, se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes y aprobar por unanimidad las mociones propuestas.”

Ahora bien, valdría la pena señalar que en Cuba se han dado los primeros pasos para una transformación de la vida política. Me refiero a la Constitución de 2019, un documento que, al ser promovido por la alta dirigencia del país, dio muestras de que esta no está completamente ajena a la urgencia de cambios que acompaña siempre a una nueva época. En la nueva Carta Magna, se reconoce la libertad de expresión sin subordinarla a ningún interés, se establece la transparencia como un principio del Estado, se reconocen los derechos humanos y sus garantías, y se dan pasos importantes hacia la autonomía municipal. En general, aparecen un conjunto de herramientas que pueden servir para el empoderamiento de la ciudadanía. El problema está en saber si estas modificaciones son suficientes, o si cumplen las expectativas de todos los que abogan por los cambios políticos.

Se podría decir que la gran ausencia en la Constitución de 2019 es el problema de la oposición política. No queda claro si la constitución protege todos los derechos para las personas que no compartan los valores martianos, marxistas, leninistas o fidelistas que se establecen en su Preámbulo, incluyendo los derechos políticos. Y esa ausencia es aprovechada por los defensores de la tradición de pensamiento liberal, que proponen una solución muy precisa: el regreso al pluripartidismo. Lo cual pone toda la cuestión en un punto muy problemático.

El pluripartidismo es una solución muy limitada para el problema de la hiperconcentración del poder en Cuba.

Solo hay que ver la experiencia del pluripartidismo en los países vecinos e incluso en nuestra historia prerrevolucionaria. En general, desemboca en la formación de una clase política, parlamentaria, que se turna en las diferentes posiciones de poder del Estado, mientras mantiene enajenado de la política a las grandes mayorías populares. En fin, el pluripartidismo acaba en ser un juego de élites. En Cuba, significaría abrirle las puertas a una élite opositora para que pueda recibir su trozo del pastel, mientras el gran poder del Estado como tal se mantiene incólume.

Por otra parte, existen varias razones por las cuales el pluripartidismo en su formato puro es una propuesta problemática para el socialismo cubano. Se trata de una institución liberal, y no en vano el liberalismo es la filosofía política más orgánica al capitalismo noratlántico. Al tratarse de una política de élites en competencia, este sistema es poroso a la intervención del dinero, es decir, a la influencia de los poderes económicos nacionales y extranjeros. De este modo, dado el nivel de articulación de la hegemonía capitalista a nivel global, los sistemas pluripartidistas se convierten en una eficaz herramienta para la intervención de los intereses económicos de las transnacionales y las potencias imperialistas en la política de las pequeñas naciones del Tercer Mundo.

En Cuba, la formación de un partido anticomunista, sería la plataforma ideal para que los poderes extranjeros intentaran desquiciar la política nacional, revertir la opción del pueblo cubano por el socialismo y anular en lo posible las conquistas sociales alcanzadas.

Todo el proceso de la Revolución Cubana, se ha construido desde un anticapitalismo y un antimperialismo radicales, que incluyen el rechazo a las instituciones que resultaron ineficaces para conquistar la soberanía nacional en el período de la república burguesa. Al mismo tiempo, la adopción del pluripartidismo es una de las principales propuestas de sus enemigos históricos. Es por eso que la simple aceptación de esa institución sería prácticamente un suicidio político, sería la señal de que el proyecto socialista y el poder que lo sostiene estarían internamente derrotados y a un paso de la rendición incondicional. No de otro modo sería interpretado tal acto de mimetismo en el cual se adoptara una institución liberal como esta.

Frente a esta encrucijada, lo ideal es que Cuba avanzara en construcción de un modelo soberano de democracia, de corte socialista y popular, no mimético frente al modelo liberal, pero que pueda dar participación a una parte de quienes se consideran opositores, siempre que estén dispuestos a entrar en los cauces constitucionales. La Constitución de 2019 tiene el potencial para permitir dentro de sus marcos esa evolución, convirtiéndose en el punto de partida de nuevas luchas populares. ¿Pero cuáles serían, a fin de cuentas, las características de esa democracia sin pluripartidismo?

Lo primero es que esa democracia debería comenzar por el plano de la democratización de la economía, en el sentido de una auténtica socialización de la propiedad que hoy se encuentra en manos del Estado. La propiedad social debería ser la columna vertebral del socialismo cubano, el lugar donde se construye el grueso de la riqueza nacional, y la planificación debería ser democrática. Se podría comenzar, por ejemplo, por lograr que sean los trabajadores los que elijan a los directivos de las empresas, sobre todo ahora que estas tendrán mayor autonomía y la figura del empresario se fortalece. La actual Constitución abre el camino para avanzar en esta dirección cuando plantea en su Artículo 20: “Los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía. La ley regula la participación de los colectivos laborales en la administración y gestión de las entidades empresariales estatales.”

Luego está el tema de la participación propiamente política.

Algo que debería quedar claro es que la diversidad política es algo irreductible en una sociedad. Lo que debería caracterizar a un sistema político socialista por sobre uno liberal, no debería ser la exclusión de la diferencia, sino la búsqueda de la cooperación por encima de la competencia. La política liberal es la de una sociedad marcada ante todo por la competencia: es en ese marco que se explica la sustantividad de la dualidad oficialismo/oposición. Una sociedad de transición socialista debería desde la misma estructura del sistema político promover la cooperación, sin pretender tampoco anular por decreto toda competencia por el poder.

En la búsqueda de dotar al sistema de una mayor pluralidad, un camino puede ser la adopción de un pluripartidismo acotado, permitiendo la aparición de otros partidos de corte socialista. Esta experiencia de prohibir la creación de partidos con una ideología específica no es nueva: en varios países se han prohibido la formación de partidos fascistas por ejemplo. En Cuba se trataría de prohibir el surgimiento de partidos anticomunistas. Sin embargo, las experiencias de esta clase de pluripartidismo (que han existido en países del bloque comunista), no han sido muy felices.

Mucho más interesante es la perspectiva de una democracia sin partidos electorales. Se trata de la participación de cualquier ciudadano, a título personal, en el proceso electoral, sin que sea relevante su pertenencia o no a un determinado partido. De ese modo los gobiernos locales y la Asamblea Nacional se conformarían a través del voto popular, sin la mediación de estructuras partidistas. Al mismo tiempo, se mantendría el proceso político a salvo de la corrupción del dinero, llevándose a cabo las campañas con una asignación pública de presupuesto igual para todos.

Como puede observarse, esta idea de la democracia sin partidos no es muy diferente del sistema actual. Solo habría que eliminar o modificar las Comisiones de Candidatura, de tal modo que no impidan la llegada a las instituciones del poder popular de personas con un pensamiento diferente a cierta posición oficial. Esta idea no estaría reñida con la formación de otros partidos o asociaciones de cualquier tipo, formar las cuales es un derecho de los ciudadanos. Por el contrario, es una idea más radical, porque reduce la capacidad de acción y la necesidad misma de cualquier partido. Sobre todo, si este modelo político se acompañara de un desplazamiento lo mayor posible de poder hacia los gobiernos locales, el verdadero núcleo de la nueva democracia.

El Partido Comunista mismo, carecería en este sistema de cualquier participación electoral explícita. Su influencia sobre la sociedad vendría dada solo por su importancia como baluarte moral e ideológico del socialismo. (Ya en su momento Tito le cambió el nombre a la organización para hacer patente este cambio de función, llamándole “Liga de los Comunistas”).

No pretendo sentar de una vez para siempre un modelo exhaustivo de democracia socialista. Se trata de cuestiones complejas, y lo mejor es ser conscientes de las inmensas dificultades teóricas y prácticas para cualquier avance en esta dirección. Sin embargo, me parece importante alertar sobre los pantanos a los que nos puede llevar el ansia de cambios políticos, así como pensar en cuáles deberían ser nuestras apuestas como sociedad. Si debemos luchar por algo, debería ser por la construcción de esa democracia autóctona y verdaderamente popular.


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