EUSEBIO LEAL, LA VOLUNTAD DE LEVANTAR UN TEMPLO
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Eusebio Leal, la voluntad de levantar un templo
Por Lorenzo Gonzalo 3 de
agosto del 2020
El 31 de julio me levanté con la triste noticia de la
muerte de Eusebio Leal Spengler, quien estuvo al frente de la Oficina del
Historiador de La Habana, durante varias décadas.
Lo esperaba, pero no quería que llegase el momento. Me
conmocionó, como pocas muertes anteriores. Tenía un carácter fuerte, pero se
mezclaba con una simpatía hacia los demás poco común. No había palabra ajena
que no escuchase y nunca faltaba el elogio cariñoso y el reconocimiento a
quienes lo rodeaban. Nunca he visto un lugar de trabajo donde el colectivo de
trabajadores en general no sintiese por él una admiración rayana en la
devoción.
Hablé con Magda, Directora del programa del municipio La
Habana Vieja, Jefa de Prensa y Vicepresidenta de la UNEAC, quien estaba junto a
su lecho a la hora del fallecimiento; con Anita, una amiga íntima quien, junto
a otros, lo acompañaron a lo largo de su dolorosa enfermedad hasta la muerte y
también con Pardo, ayudante, amigo, compañero y chofer que velaba por él como
velan los hijos por su padre. A todos le faltaron las palabras. Cuba acababa de
perder unos de sus mejores alientos.
Sabemos que las personas, en lo referente a su trabajo,
son reemplazables, pero jamás podemos sustituirlas. Unos son más difíciles de
reemplazar que otros, pero el estilo, el carácter, el modo de proceder, no lo
es. Este es el caso de Eusebio, como le llamaban amigos y pueblo en general.
Lo conocí informalmente, a principios de 1993 cuando
asistía a un Seminario sobre Democracia Participativa, un evento convocado por
cubanos emigrados en coordinación con el gobierno, dirigido por Amalio Fiallo,
quien entonces residía en Venezuela. Me llamó la atención su dinamismo y la
espontaneidad exacta de sus palabras en cada instante de la conversación. Lo
rodeábamos un grupo de emigrados que fuimos a conocerle en medio de uno de los
recesos. Eusebio siempre tuvo un especial interés por la unidad del cubano y
una gran receptividad hacia la emigración a la que consideraba de gran
importancia para el desarrollo del país. En una ocasión le escuché decir en una
alocución pública en el parque Cayo Hueso, que “algún día el emigrado tendría
derecho a votar” por los administradores del Estado. Con el tiempo llegamos a
ser buenos y afectuosos amigos a través de Magda Resik, una de sus inseparables
amistades y trabajadora infatigable de La Habana Vieja y la Oficina del
Historiador.
Mi primera impresión, durante aquel primer e informal
encuentro, fue la de alguien a quien el tiempo se le escapaba; para quien era
imprescindible no perder un segundo de la existencia. Estaba vívidamente
presente en la conversación y, sin embargo, estaba ausente. Parecía que había
mucho por hacer y un tumulto de ideas se debatían en su interior. No obstante,
seguía el hilo del tema que nos reunía, respondiendo con acierto e intercalando
incluso notas jocosas, de profundo sentido. Era hombre con un gran sentido del
humor.
Eusebio acompañó y colaboró incansablemente con el
fundador de esa Oficina, Emilio Roig de Leuchsenring, una persona insustituible
en sus funciones y difícilmente reemplazable.
Si Emilio Roig pudiese asistir en estos días al doloroso
instante del deceso de Eusebio, estaría sonriendo del enorme salto en la
continuidad de su obra, durante estos largos años de injusto bloqueo y carencia
de recursos, los cuales no evitaron que su desprendida devoción, se impregnase
en la noble voluntad de miles de artistas, artesanos, obreros especializados y
lo más difícil, el entendimiento de las autoridades del gobierno, para realizar
una obra que en poco tiempo adquirió la dimensión de un sagrado templo. Ésta
era precisamente, la premura infinita que traslucía su conducta: salvar el
patrimonio, reinventar La Habana sin que perdiese su esencia fundacional.
Luchando por un tiempo contra la marea política y “la
incomprensión probable de los hombres” como decía José Martí, llegó el instante
que puso en conocimiento de Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana y
entonces al frente del gobierno, la necesidad de evitar que la ignorancia
borrase de aquellos adoquines y fachadas la memoria histórica que celosamente
guardaban. Fue entonces que le fue encomendada la tarea, no sólo de evitar que
aquello ocurriese, sino hacer lo posible y lo indecible, por levantarle el
esplendor perdido por el abandono, inconsciente unas veces y cómplice otras, de
las autoridades y ciudadanía en general.
Cuando era niño recuerdo aquellos callejones y
callejuelas de La Habana Vieja, derruidas, ya en pleno abandono desde la década
de 1940, mientras la opulencia se concentraba en la “modernidad de otra Habana”
que, por razón de intereses foráneos, prefería que imitásemos un modo de vida
contrario a nuestro origen español y de rancio arraigo en la Europa
continental.
La acción imparable de la voluntad de Eusebio y la
confianza de las autoridades en su pulcritud, devoción y amplia cultura
autodidacta, hizo que regresaran los pedazos más significativos de cada siglo
del desarrollo, no sólo de la capital habanera, sino de cada ciudad y Villa
Fundacional del país.
No fue un político, sino un trabajador social de corazón,
ampliamente demostrado por sus actos. Lo adoraban en aquella barriada inmensa en
que convirtió la ciudad de La Habana Vieja. Allí las personas lo detenían a su
paso para conversar con él de los más variados temas, y cuando escuchaba una
queja la guardaba en su memoria y buscaba la solución más factible dentro de
las limitaciones impuestas por el injusto bloqueo de Washington y los frenos
internos impuestos por paradigmas difíciles, aunque no imposible, de ser
vencidos.
Siendo un autodidacta obtuvo los títulos de Doctor
Honoris Causa de múltiples universidades y condecoraciones de decenas de
países. Algunos piensan que ha sido la persona más condecorada de la historia.
Ahora llega la hora de los hornos, la más difícil:
reemplazarlo en sus funciones. ¿Quién se pondrá la sotana del presbítero
incansable recorriendo minuciosamente cada obra de reconstrucción a las seis de
la mañana? ¿Quién, convencido plenamente del objetivo, presto siempre a
encomiar a otros, pero evasivo a los halagos? ¿Quién consciente que el
socialismo es amor por la belleza, el confort necesario, el derecho a la palabra
crítica como Eusebio?
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