JULIO LOBO , MILLONARIO Y CICATERO
APUNTES DEL CARTULARIO
Julio Lobo, millonario y cicatero
Ciro Bianchi Ross
Un día Julio Lobo, uno de los hombres más ricos de la Cuba de ayer, se
topó con Bernardo Viera Trejo, reportero de la revista Bohemia.
---Caramba, Vierita, usted es un periodista de mucho ingenio.
---Sí, señor Lobo ---respondió el aludido--- pero daría todo mi
ingenio por uno solo de sus ingenios azucareros.
Lobo, a quien apodaban “el zar del azúcar”, presumía de modesto y,
aunque nadie se lo creyera, afirmaba que los únicos millones que
poseía estaban en sus glóbulos rojos. Era un hombre de una cicatería
espantosa, como se desprende de lo que contaré enseguida.
Sucede que en agosto de 1946 Lobo fue víctima de un atentado que lo
puso al filo de la muerte. Aunque los motivos del incidente, hasta
donde conoce el cronista, nunca se esclarecieron del todo, se supuso
entonces que aquel ataque fue la respuesta de un grupo de acción a los
negocios de bolsa negra que Lobo acometía desde la compañía
importadora y exportadora de su propiedad que, con un capital de más
de cien millones de pesos, operaba rubros como azúcar, café, grasas
comestibles, alimentos y licores finos, productos químicos y de
ferretería, lubricantes, camiones bicicletas… Lobo era propietario
además de una naviera, un banco y de unos trece centrales azucareros,
sin contar su rica biblioteca en temas azucareros, que había
estudiado hasta el detalle, y su muy valiosa colección de objetos que
pertenecieron a Napoleón Bonaparte y su época ---la más extensa y
completa que existe fuera de Francia.
Esa noche de 1946, Lobo, que conducía su automóvil, regresaba a su
casa cuando otro vehículo se le encimó por la izquierda y sus
tripulantes le dispararon casi a boca tocante.
Conducido al Hospital Anglo Americano, de El Vedado, los médicos que
asistieron al conocido millonario declararon el caso como de
pronóstico reservado. Varias balas impactaron a Lobo en la cabeza y
tenía lesionada la médula. No podía vaticinase si sobreviviría o no a
los disparos , pero si salía vivo era muy posible que su lado derecho
quedase paralizado.
Pero Lobo se recuperó y pronto, y fue entonces que recibió las
facturas de los médicos que lo atendieron. Carlos Ramírez Corría, el
eminente neurocirujano ---se le consideró en un momento como uno de
los diez grandes de su especialidad en el mundo--- pedía 25 000 pesos
por la trepanación del cráneo que tuvo que hacer al paciente, y
Antonio Rodríguez Díaz, “el cirujano de las manos rápidas”, otra
eminencia de la época, pidió cinco mil, en tanto que el anestesiólogo
Fernández Rebull solicitaba 500 y el anestesista Anido reclamaba 600
por su trabajo. El fisioterapeuta Arturo Pfeffer quería mil pesos por
el tratamiento de rehabilitación al que sometió a Lobo durante seis
meses.
Pero Lobo era muy lobo y decidió por su cuenta rebajarles los
honorarios a todos ellos. Estimó que 10 000 eran suficientes para
Ramírez Corría y que Rodríguez Díaz debía conformarse con 2 000. El
anestesiólogo recibiría 300, 360 el laboratorista y 400 el
fisioterapeuta.
La reacción de los médicos no se hizo esperar. El anestesiólogo
aceptó a regañadientes la rebaja, no así el laboratorista, que puso el
asunto en manos de su abogado para la reclamación correspondiente.
Rodríguez Díaz adoptó una pose de un emperador romano, y dijo que
prefería no recibir un solo centavo a estar discutiendo sus honorarios
como si fuese un bodeguero. Lobo le advirtió entonces que si no
acepaba el dinero, lo donaría en su nombre a una institución benéfica.
Ramírez Corría y Arturo Pfeffer asumieron una posición más realista.
Aceptaron lo que Lobo les ofrecía e invirtieron el dinero en la compra
de colchones, sábanas y material gastable para el área quirúrgica del
Calixto García que sufría carencias enormes pese a tratarse del
hospital universitario.
Aquella intervención quirúrgica que practicó Ramírez Corría a Julio
Lobo marcó un hito en la neurocirugía universal. El cráneo de Lobo
estaba astillado y no se disponía en aquel ya lejano año de 1946 ---e
ignora el cronista si se dispone de ellos ahora--- de instrumentos
idóneos para trabajar la médula y la región afectada del cerebelo. Al
visualizar las astillas clavadas en la parte blanda, el especialista
las removió con la lengua para poder extraerlas.
Pronto los pormenores de aquella delicadísima operación fueron de
conocimiento público dentro y fuera de Cuba. Jamás se había hecho algo
similar en el mundo. Ramírez Corría al recordarla, decía que el
atentado a Julio Lobo le había servido para hacer un aporte novedoso a
la ciencia y a la humanidad, pero que nunca más quería volver a verle
la testa a aquel empresario millonario y cicatero.
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Ciro Bianchi Ross
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