CAYO HUESO
Cayo Hueso
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
Mucho se habló en estos días del parque Trillo con motivo de la
tángana que, con la asistencia del Señor Presidente de la República,
llevaron a cabo jóvenes habaneros en defensa de sus principios y de la
soberanía de la nación. Una tángana por Cuba, para decirlo en pocas
palabras que tuvo como escenario ese hermoso espacio arbolado que se
enmarca con las calles San Rafael, San Miguel, Hospital y Aramburu,
en el famoso barrio de Cayo Hueso que, a juicio del investigador Pedro
Pérez Rivero es “el mayor emporio barrial de la habanidad”, y que, en
opinión del escribidor, muestra todos los elementos de lo habanero.
Desde las puertas de las Murallas salieron varios caminos cortos y
tres caminos largo: el de Monte, posteriormente “calzada”, es decir,
senda calzada con piedras, el de San Lázaro, hacia el leprosorio y el
cementerio de Espada, y de San Antonio Chiquito, sobre las actuales
vías de Reina, Carlos III y Zapata. Estos dos último conducían a
Pueblo Viejo, en la desembocadura del Almendares. El primero esa el
más importante y tomó su nombre de la muy cubana costumbre de llamar
“monte” a todo espacio no poblado.
En 1850, la urbanización de La Habana llegó hasta la Calzada de
Galiano, con lo que el área urbanizada total alcanzó unos cuatro
kilómetros cuadrados y una población de alrededor de 140 000
habitantes. Este desarrollo continuó de manera interrumpida hacia el
Oeste y en 1870 sobrepasaba la Calzada de Belascoaín, con de siete
kilómetros cuadrados y unos 170 000 habitantes. Se urbanizó El Vedado
hacia 1858, pero demoró en urbanizarse el espacio comprendido entre
Belascoaín e Infanta. Ocurrirá después de 1890. El barrio de Cayo
Hueso se fomenta a partir del fin de la Guerra independencia, con
tabaqueros que regresan desde Estados Unidos. La Habana de 1902 tenía
ya un cuarto de millón de habitantes. Crecía El Cerro, que en 1863
tenía solo unas tres calles, y El Vedado acusaba un desarrollo
incipiente hasta la calle 15.
Asegura Pérez Rivero en sus Doce barrios habaneros (2017) que a
finales del siglo XVIII se localizan los asentamientos más remotos del
actual territorio de Cayo Hueso, y en la centuria siguiente se
registra a Martín de Oquendo como propietario de gran parte de las
estancias del enclave, entre ellas el espacio que ocuparía el parque
Trillo. No obstante, el barrio fue fundado oficialmente, por acuerdo
del Ayuntamiento de La Habana, el 26 de julio de 1912, y poco después
se construía el parquea propuesta del conejal Jesus María Trillo, que
terminó dándole nombre.
Su ubicación contigua a El Vedado, por una parte, y por la otra su
ubicación a dos kilómetros del centro histórico de la ciudad, hacen de
esta barriada, precisa Pérez Rivero, “el centro del centro”. Su
identidad es tal que, pese a sus tres divisiones administrativas,
---los llamados consejos populares--- no ha perdido su nombre, como
sucedió con los barrios contiguos de San Leopoldo y San Lázaro.
En Cayo Hueso residió el cada vez más olvidado Salvador García
Agüero, tenido como uno de los grandes oradores de la Cuba
republicana, y, en el solar El África, en Oquendo y Zanja, vivió
Chano Pozo, el tamborero más grande que ha dado la Isla. En la
barriada nacieron Mario Bauzá, creador del afrocuban jazz en Estados
Unidos, el trompetista Félix Chapottín, el compositor Néstor Milí
Bustillo, la cantante Merceditas Valdés, y el archifamoso Juan
Formell. Allí surgió el filin y adquirió carta de ciudadanía el
cuarteto Los Zafiros.
ADOLFITO, BARBERO DE FIDEL
Por Cayo Hueso aspiró el joven abogado Fidel Castro a la nominación de
candidato a Representante a la Cámara por el Partido del Pueblo Cubano
(Ortodoxos) con vistas a las elecciones del 1 de junio de 1952, que no
llegaron a celebrarse.
En ese tiempo, relata Marta Rojas en un interesante reportaje (1989),
Adolfo Torres Romero, el barbero de Neptuno 832 entre Marqués González
y Oquendo, era en el barrio el delegado de la Ortodoxia y una figura
con la que había que contar para cualquier ajuste normativo pre
electoral. Tenía, con sus sargentos políticos, una maquinaria
perfectamente engrasada, con el barrios ajustado a sus intereses y
asumiría la lucha electoral ajeno a los engranajes establecidos.
Fidel, a quien conoció durante las audiciones dominicales de Eduardo
Chibás en la CMQ de Monte y Cárdenas, se convirtió en cliente
habitual de su establecimiento. Solo poco antes de morir, Adolfito
confesó sus vínculos con el jefe de la Revolución Cubana y refirió
que él fue su contrincante y que finalmente obtuvo un voto más que
Fidel (319 x 318) en las elecciones para delegado.
Fidel le copó el barrio ---39 manzanas en un superficie de 26
hectáreas--- a Adolfito con su persuasión personal y mediante cartas
enviadas por correo en las que le pedía a los vecinos que votaran por
él en las primarias y en las que sintetizaba sus proyectos. Visitó,
en corto tiempo, todas las ciudadelas, edificios multifamiliares y
viviendas de la zona para enterarse en vivo de las necesidades del
vecindario y orientar, como abogado, la solución de los problemas.
Contó con dos colaboradores invaluables, Raúl Aguiar y Gildo Fleitas,
muertos ambos en la acción del Moncada. Invitó también a Adolfito a
sumarse al movimiento de la Generación del Centenario. El barbero no
aceptó. Había entonces dos grandes tendencias dentro de la Ortodoxia,
la de Roberto Agramonte y la de Emilio (Millo) Ochoa, que parecía la
más radical. Fidel no se adscribió a ninguna; no tenía confianza en
Millo ni creía en el Pacto de Montreal firmado por la representantes
de organizaciones anti batistianas, menos los comunistas. El barbero
creía que Millo Ochoa encabezaría un movimiento grande, a diferencia
de lo que haría Agramonte. Fidel trató de sacarlo de su error. Le
dijo: Las armas están aquí y las tiene Millo; lo que hace falta es
dispararlas.
Después de aquella conversación, Fidel siguió visitando la casa de
Adolfito y pelándose en su barbería. Poco antes del asalto al cuartel
Moncada, le pidió que lo pelara bajito. Dijo: Vas a oír hablar de mi
en estos días, y el barbero preguntó si se lanzaría con un nuevo grupo
dentro de la Ortodoxia. No, no, dijo Fidel, ya el tiempo te lo dirá.
Tras su excarcelación en 1955, el jefe de la Revolución estuvo a
verlo y pasó un buen rato en la barbería. Adolfito a su vez lo visitó
y peló en el apartamento de su hermana, en la calle 23, en El Vedado.
Tras el triunfo de 1959, Adolfito lo peló recién llegado a Ciudad
Libertad, y para el otro pelado, Fidel visitó la barbería. El tráfico
se interrumpió y la calle se llenó de gente para verlo. Adolfito
siguió siendo barbero de Fidel.
EL CUBO Y UNA BIBIOTECA FANTASMA
Hay en el parque Trillo un monumento al mayor general Quintín Bandera,
combatiente de las tres guerras de independencia, obra de Florencio
Gelabert. Cayo Hueso legitimó la presencia negra en la cultura cubana
y las variantes de la rumba encuentran allí notables músicos y
bailadores. Frente al parque se ubica el cine Strand, donde un todavía
desconocido Ernesto Lecuona acompañó las proyecciones de muchas
películas del cine silente. Hoy es la sede del Palacio de la Rumba.
Anécdotas matizan el devenir del parque Trillo. Allí, a mediados de
los años 50, el alcalde batistiano Justo Luis del Pozo enterró un cubo
para indicarle a los habaneros que gracias a la Cuenca Sur, que se
construía en esos días, no habría que volver a cargar agua en la
ciudad. Aunque mejoró ciertamente el abasto, hubo en muchas
barriadas que seguir echando mano al
cubo, lejos de la propuesta de aquel funcionario que lucía en sus
corbatas el azul de la probidad y que era en verdad un Alí Babá con
espejuelos.
La anécdota más impactante es la de la biblioteca. Antonio Beruff
Mendieta que fue alcalde entre el 25 de marzo de 1936 y el 25 de mayo
de 1940, prometió dotar a La Habana de una biblioteca pública, y el
Ayuntamiento votó el crédito pertinente para edificarla en el parque
Trillo. Pero los vecinos de Cayo Hueso, una vez construido el
inmueble, no quisieron la biblioteca y reclamaron su parque. Nuevo
crédito para demoler lo fabricado, y otro nuevo crédito más para
restablecer al parque su fisonomía de siempre. Lo interesante del
asunto es que el parque siempre fue el mismo y la biblioteca se
construyó y se demolió solo en las actas del concejo municipal. . La
biblioteca fantasma del parque de Trillo, la llamó el pueblo.
El gran caricaturista Juan David, integrante entonces del staff del
periódico Información, hizo entonces un dibujo en que resaltaba esa y
otras trapacerías del alcalde. El doctor Santiago Claret, propietario
y director del vespertino, lo llamó a su despecho. Le dijo:
---¿Por qué esa saña, David? Sepa que el señor Alcalde y yo hoy hemos
almorzado juntos... El dibujo no va.
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