LA CIUDAD DEPORTIVA ( Ciro Bianchi Ross)
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
La Ciudad Deportiva
La Ciudad Deportiva es una de las obras de mayor relevancia de la ingeniería civil cubana, y, sin duda, una de las edificaciones que distinguen a la capital del país. Se extiende sobre unas 26 hectáreas ---dos caballerías--- y aparte de su complejo de piscinas, terrenos de béisbol y otras áreas para la práctica de disciplinas al aire libre, cuenta con el Palacio de los Deportes ---el llamado Coliseo--- instalación techada a la altura de las mejores el mundo, con capacidad para entre 12 y 15 mil espectadores, en dependencia del deporte que se programe.
En opinión de Eduardo Luis Rodríguez en su libro La arquitectura del Movimiento Moderno (Eds. Unión, 2011) dicho Coliseo es “un hito urbano por su llamativa forma pero también un hito constructivo que demuestra los niveles que se habían alcanzado en Cuba en cuanto a la calidad de ejecución”. De planta circular, tiene 103 metros de diámetro exterior y su cúpula alcanza los 88, sin apoyo interior alguno, soportada por una viga circular de borde, de hormigón postensado. Su altura máxima es de 30 metros, y en este punto la sección del domo es de solo ocho centímetros. Como la cúpula carece de columnas interiores, el espectador logra una visibilidad perfecta desde cualquier parte de las gradas que, en caso de emergencia, pueden evacuarse en un tiempo máximo de diez minutos. Para esa evacuación, el edificio cuenta con dos amplias rampas y no menos amplios pasillos en la planta baja, ambientados con murales alusivos al deporte realizados por Rolando López Dirube, de quien también hay murales en el hotel Habana Riviera.
Inaugurada en febrero de 1958, la Ciudad Deportiva es el tercer Palacio de los Deportes que tiene La Habana.
Cuando Cuba aceptó la sede de los II Juegos Centroamericanos encontró dos tristes realidades. La primera, que carecía de instalaciones donde efectuar competencias de esa naturaleza y trascendencia. La segunda, que no tenía tiempo ni dinero para asumir de manera repentina donde ofrecer esos II Juegos. Fue entonces que surgió el ofrecimiento de la empresa cervecera La Tropical que, a toda prisa, levantó el estadio de ese nombre. Fue allí donde se escenificaron los eventos de campo y pista, base ball y fútbol, mientras que las competencias de otros deportes debieron llevarse a cabo en clubes y sociedades privadas.
En 1938,la recién creada Dirección Nacional de Deportes arrendó el Nuevo Frontón, en San Carlos y Desagüe, ---donde se encuentra la CTC--- a fin de adaptarlo para Palacio de los Deportes, pero el lamentable estado constructivo del edificio hizo que se abandonara en 1944 para emplazarlo en Paseo y Mar, donde se construyó el Palacio de Convenciones y Deportes. La extensión del Malecón hasta la orilla del río Almendares haría que ese Palacio desapareciera en los años 50.
Ya para entonces (1955) había comenzado la construcción de la Ciudad Deportiva, dispuesta por un decreto-ley del presidente Fulgencio Batista. Y aquí viene lo interesante de esta obra: su inversionista seria el coronel Roberto Fernández Miranda, director general de Deportes, cuñado de Batista, y su arquitecto, Nicolás Arroyo, ministro de Obras Púbicas de Batista. Para ejecutar el proyecto, Arroyo y Fernández Miranda constituyeron la sociedad Codeco S. A., empresa constructora que se convirtió en cliente del Banco Hispanoamericano, cuya accionista principal era Martha Fernández, esposa de Batista. Con el cuñado, el ministro y la esposa, Batista convertía la Ciudad Deportiva en un negocio casi familiar. El costo fue de unos diez millones de pesos. Los terrenos fueron donados al Estado por la alcaldía habanera.
Llegó así el día de la inauguración. Para su apertura, con la obra aún si terminar, se montó un gran show publicitario en torno al combate del campeón mundial de los pesos ligeros, el norteamericano Joe Brown, y el cubano Orlando Echevarría, que llevaba más de un año alejado del cuadrilátero. Eran tan escasas las posibilidades de triunfo del cubano que el ya general Fernández Miranda convenció a Brown para que le diera largo a la contienda alegando que la TV llevaría el combate de costa a costa de EE. UU y exigía siete u ocho rounds para complacer a los patrocinadores. La razón era que el régimen buscaba espacio para vender al exterior la falsa imagen de la tranquilidad que reinaba en el país. Días antes de esa pelea (23 de febrero) había tenido lugar el exitoso secuestro del as argentino del volante y cinco veces campeón mundial Juan Manuel Fangio por un comando del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, con lo que restó el principal atractivo al II Gran Premio de Cuba de automovilismo.
Temerosa de que ocurriera lo mismo con alguno de los púgiles, la policía batistiana aisló a los boxeadores. Echevarría fue retenido en una casa de la playa de Tarará, al este de la capital, donde no se le perdía pie ni pisada. Batista anunció que asistiría. Se arrepintió de hacerlo, pese al dispositivo militar apostado en torno a la Ciudad Deportiva.
Sonó el gong y Echeverría, que se sabia en manos de la suerte, salió en busca del campeón y lo sorprendió con un izquierdazo que le nubló la vista. Tras probar la todavía poderosa pegada de su subestimado rival, el norteamericano olvidó el pacto con Fernández Miranda y organizó su ofensiva. Una lluvia de golpes cayó sobre el zurdo criollo, que enseguida visitó la lona. A la segunda caída, el árbitro Johnny Cruz detuvo la pelea y llevó a Echevarría hacia su esquina.
Habían transcurrido dos minutos y 45 segundos del inicio del combate. La Ciudad Deportiva, aunque sin terminar, quedaba inaugurada, pero la falsa no cumplía su objetivo.
Un dato hoy olvidado. En septiembre de 1959 los restos del esgrimista Ramón Fonst, primer campeón olímpico de Cuba y de América Latina, fueron velados en la Ciudad Deportiva.
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Ciro Bianchi Ross
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