LAS FRITAS DE MARIANAO(Ciro Bianchi Ross)
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
Las fritas de Marianao
La Quinta Avenida de La Habana se extiende desde el túnel que la conecta con la calle Calzada hasta el rio Santa Ana, en la localidad de Santa Fe. A partir de ahí se convierte en la Carretera Panamericana y llega a Mariel. Su trazado resulto decisivo para el fomento del reparto Miramar y también del Country Club Park, el reparto Biltmore, y el reparto Playa de Marianao, que se ubica entre Miramar y el Country. Las clases adineradas salieron paulatinamente de la parte más vieja de la capital cubana y construyeron casonas y palacetes en el Cerro y El Vedado. Más tarde, los menos convencionalistas emigrarían hacia el oeste, más allá de la boca del río Almendares. En las primera décadas del siglo XX, la propaganda insistía: “Cualquiera puede decir yo vivo en El Vedado. Pero no todos pueden decir yo vivo en el Country Club”.
En el diseño de la Quinta Avenida intervino el arquitecto norteamericano John F. Duncan, autor del monumento al presidente Grant, en Estados Unidos, junto al arquitecto cubano Leonardo Morales, graduado el la Universidad de Columbia. Por eso se dice que Miramar, con sus manzanas rectangulares de100 x 200 m, se parece tanto a Manhattan. Se erige, en su comienzo, la Fuente de las Américas. Más allá se encuentra el reloj que es símbolo del municipio y deja escuchar, cuando funciona, un sonido similar al de las campanas del Big Ben, de Londres. A la altura de la calle 42 se halla La Copa, pieza que da nombre a la zona, donada por Carlos Miguel de Céspedes en sus días de ministro de Obras Públicas de la dictadura de Machado,
Pese a su paseo central arbolado, la Quinta Avenida no es una vía homogénea; cambia por trechos según su arquitectura y su época de construcción. Quizás el tramo menos parecido al resto es el que media entre las rotondas de las calles 112 y 120. Alli, en la acera sur, frente al famoso Coney Island Park, existía un conjunto de bares, billares y cetros nocturnos como Panchín, Pompilio, Rumba Palace, El Niche, Choricera, Los Tres Hermanos, Pennsylvania, La Taberna de Pedro… de piso de cemento y techo de zinc y que lindaban con lo marginal, pero que eran visitados por todas las clases sociales; una de las zonas verdaderamente turísticas de La Habana. Allí estuvieron Federico García Lorca, Libertad Lamarque, Ernest Hemingway, Marlon Brando y un largo etcétera de visitantes foráneos.
Pennsylvania era el escenario habitual de la vedette Tula Montenegro, que lucía una anatomía descomunal. En alguno de aquellos tugurios estaba Teherán, que había cosechado éxitos en el Cotton Club, de Broadway, mientras que en Choricera y El Niche montaba Silvano Shueg, el célebre Chori, sus espectáculos escalofriantes con aquella música que sacaba de timbales, sartenes y botellas vacías,
Delante de esos centros nocturnos, en la propia acera se alzaba todo un tinglado de puestos de fritas. Uno al lado del otro. Lo que hizo que la zona fuera conocida como Las fritas de Marianao. Detrás, disimulados por los ficus, había un número impreciso de posadas y prostíbulos. Uno de ellos, muy famoso, a la altura de la calle 112 se llamaba La Finquita.
Ya nada de eso existe. Desaparecieron muchos de aquellos locales o se convirtieron, en los años 90, en locales de comida rápida, identificadas por una estridente pintura de comida de rojo cátchup y amarillo mostaza, mientras que el especio que ocupó El Niche es un hoy un baño público.
Más allá de lo anecdótico, algún dia habrá que valorar cuánto deben el son y la rumba, y la rumba de cajón, a aquella escuela de músicos populares y a ese escenario imprescindible que para la música cubana fueron las Fritas. En las guías turística de La Habana que en la década de 1950 se elaboraban en Estados Unidos se consignaba que profesores de baile neoyorquinos acudían alas Fritas cuando querían perfeccionar los ritmos cubanos.
Alli sonaba lo más estridente, lo más arrebatado, lo que de verdad hacía gozar. A las Fritas dedicó Jorge Mañach una de sus Estampas de San Cristóbal y sirvieron de escenario a un reportaje apasionante que Lino Novás Calvo dedico a los boteros y que en buena medida parece escrito para hoy mismo. “Con un carácter impuesto por lo popular y hasta populachero, la zona de la playa de Marianao se convirtió en otro foco de la vida nocturna habanera”, escribe el musicólogo Leonardo Acosta.
Por sus precarios escenarios pasaron figuras como Benny Moré, Antonio Arcaño, Arsenio Rodrìguez, Zenén Suárez, Carlos Embale, Tata Güines… y decenas de artistas no tan conocidos como Evelio Rodrìguez (El trovador espirituano) la “sevillanita” Obdulia Breijo y el olvidado travesti Musmé.
Mucho contrataban aquellos centros nocturnos de mala muerte con los clubes que abrían sus puertas al norte de la Quita Avenida, algunos de ellos muy exclusivos como el Habana Yacht Club. Pero allì estaban. No había más que cruzar la calle para insertarse en la aventura.
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