SOLONI , UN COSTUMBRISTA OLVIDADO ( Ciro Bianchi Ross)
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
Soloni, un costumbrista olvidado
Pese a ser de los más recientes, Félix Soloni es de nuestros costumbristas menos recordados. Los libros de Eduardo Robreño se publicaron, como quien dice ayer, por no hablar de los de Núñez Rodriguez. Las crónicas de Emilio Roig se recogieron en libro, y hace menos de cinco años que apareció una colección de las Estampas, de Eladio Secades.
Soloni no ha tenido esa suerte, como tampoco Federico Villoch (Viejas postales descoloridas) y Ramón Agapito Catalá (Del lejano ayer) Sin embargo su columna La vieja Habana, que mantuvo desde 1961 hasta 1968 en el periódico El Mundo, ganó sin reservas a Félix Soloni el favor y el agradecimiento de los lectores. Crónicas muy breves, y, por lo general, brevísimas, escritas con la prisa que impone el trabajo periodístico; puro hueso, en las que el autor de manera directa, sin otra apoyatura que la memoria y sin preocuparse a veces de los detalles, abordaba un hecho o un personaje de una Habana ya desaparecida en el momento en que escribió o que estaba a punto desaparecer.
Soloni, en toda su obra, se empeñó en recatar el ambiente cubano. Sus novelas Mersé (1924) y Virulilla (1927) evidencian su acentuado criollismo, como también su cuento “La ponina”, suerte de copia fotostática de escenas de un sola habanero. En la misma cuerda está escrita otra novela suya, La bandolera, que, llevada al radio con el título de Tina Morejón, alcanzó un éxito resonante. Algunas de sus narraciones se adaptaron al teatro. De Mersé hizo Soloni, con música de Ernesto Lecuona, un versión para opereta, y para otra opereta del mismo compositor escribió el libreto de Al fin mujer, con la colaboración de Jesús J. López.
Aludimos a un hombre infatigable como periodista y traductor nacido en La Habana, en 1900, y fallecido en la misma ciudad, en 1968. No solo trabajó para el diario El Mundo; lo hizo asimismo para otras publicaciones habaneras como La Prensa, La Discusión, Mundial, Carteles, Selecta, Bohemia… En 1932 fundó en esta capital la revista Noticias. Colaboró en Cine Mundial, de Estados Unidos, y a partir de 1942 fue corresponsal en Nueva York del diario habanero El País y trabajó en el departamento latino de la Intenational News Service, Regresó Cuba en 1959, cuando otros empezaban a marcharse.
Un espacio considerable, por su volumen, y nada desdeñable, por su calidad, ocupan las traducciones dentro de la obra de Soloni. Se le calculan más de 300 obras traducidas, muchas de ellas, ya en sus últimos años, para la Editorial Nacional de Cuba y el Instituto del Libro.
Yo también tenía algo olvidado a Soloni, pese a que lo conocí personalmente en el periódico El Mundo, hace 53 años, cuando él acababa su carrera y yo comenzaba la mía. Hoy quiero recordarlo con la evocación de dos de sus estampas.
URBANO, EL FAQU, IR
Urbano Ribeira, un fakir que nació en Rio de Janeiro, dio a fines de 1949 una demostración en los teatros habaneros Martí y Alcázar, permaneciendo 25 días en una urna de cristal sin comer ni beber. Luego fue a Santiago de Cuba, donde, para dar una prueba más de que no comía, se dio un punto en la boca. El punto se infectó y hubo que quitárselo.
Un dramaturgo llevó a la escena las hazañas de Urbano, mientras que el público, tanto en La Habana como en Santiago, se congregaba a diario en torno a la urna y en las noches espiaba al faquir para saber si era cierto que no comía.
Urbano tenia una esposa, la faquiresa Elvira, que hizo también un breve ayuno. Y para dar ambiente al espectáculo se repartía un folleto con las largas estancias de sujeto en el Japón legendario, la India misteriosa, el Oriente enigmático… lugares donde Urbano aprendió el arte de la abstinencia.
Fue así que un chusco comentó:
¡Ño…! ¡Qué cosas tiene la vida! ¡Morirs rirse de hambre para ganarse el dinero de la comida!
VIRUTA
Antes de la I Guerra Mundial, Pancho Hermida (La Discusión) era uno de los zares de la critica teatral habanera junto con el Conde Kostia (La Lucha) Amadís (El Mundo) y Zerep (El Triunfo). Cada noche Hermida hacía su recorrido por lo teatros: Alhambra, Nacional, Payret, Marti, Albisu y Actualidades. Era una rutina invariable con estancias más o menos dilatadas donde hubiera un estreno o una peña interesante,
Una vez, al llegar a Alhambra, notó que lo seguía un perro sato, color canelo, con visibles señales de apetito, y le compró una frita en el café del propio teatro. Fue un acto simbólico que selló un amistad inquebrantable. Bautizaron al sato en Alhambra como Viruta, y Viruta cada noche durante años, acompañó a Hermida en sus recorridos. Cuando Hermida murió, Viruta siguió haciendo su recorrido teatral hasta que un dia pasó él mismo como un recuerdo más del retablo habanero.
Viruta, el canelo sato farandulero.
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Ciro Bianchi Ross
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