?QUE HERENCIA DE CHAVEZ DEBEMOS CUIDAR? DEL "DEBATE" ENTRE DIOSDADO Y OCHOA ANTICH Y LO QUE NO DEBE HACERSE (Eligio Damas)
¿Qué herencia de Chávez debemos cuidar? Del “debate” entre Diosdado y Ochoa Antich y lo que no debe hacerse
Eligio Damas
¿Cuál es la herencia que nos dejó Chávez? ¿Qué es lo que debemos defender, proteger y desarrollar de su legado? ¿Hasta dónde llega esa valiosa herencia?
Si uno, con lo que quiero decir, quien esto escribe, para no comprometer a nadie y reclamarlo como nuestra muy personal labor, se atreve a inventariar, para decirlo con una palabra que pareciera tener un significado puramente cuantitativo, empezaría por la política unitaria; lo demás lo dejaremos para otras oportunidades. Chávez, a lo largo de su vida política, desde que se lanzó como candidato presidencial, puso empeño en buscar los puntos de encuentro de las torrenteras que bajaban del cielo, de las montañas, recorrían las sabanas, atravesaban los centro urbanos e iban a buscar en el mar, no el morir como dijese Jorge Manrique, sino la vida. Chávez, quiso ser eso, el mar, el sitio, la figura, referencia, donde las aguas todas concurren. Los revolucionarios anteriores a él, si partimos de la década del cincuenta, para no perdernos o abrirle espacios a discusiones innecesarias, parecieron haberse enfrascado en priorizar las diferencias y en torno a ellas empatarse en debates interminables, que aderezados con un lenguaje las más de las veces inadecuado, sólo conducían a cosechar rencores y producir divisiones que luego se justificaban en razones “ideológicas, filosóficas y sobre asuntos estratégicos”. Muchas veces, diferencias personales entre figuras dirigentes, desconfianzas mutuas, motivaban separaciones que se disimulaban tras opiniones que aunque fuesen ciertas, tampoco justificaban rompimiento entre quienes coincidían en lo estratégico y mucho de lo táctico.
Chávez fue un imán que atrajo con sus propuestas de proyecto constituyente, democracia protagónica y popular, descentralización que era para él empoderar al pueblo, hasta sus últimas instancias, aplanar el aparato del Estado, antimperialismo, unidad de los pueblos de América Latina y luego, después de un relativo largo proceso de maduración, discusión y trabajo pedagógico, ganarse a las mayorías del pueblo para el socialismo, lo que no significa enfrascarse en esa tarea con el inmediatismo que muchos creen posible. Quiso incluso que todas las corrientes revolucionarias, adherentes de eso que hemos esbozado como su programa, se incorporasen en una sola fuerza, sin renunciar a sus ancestrales tendencias y relaciones de grupo, a la organización que terminó llamándose PSUV. Asunto este que otras veces hemos criticado por no ser pertinente, pese su buena fe.
Todo lo alcanzado hasta ese momento, por lo que se suele llamar “Revolución Bolivariana”, fue posible por esa política de unidad que, para el hijo de Sabaneta, fue la piedra angular. Nunca antes, quien esto escribe, había tenido tanta seguridad que esa expresión está bien utilizada. Es valedero decirlo así, a nivel interno y el de América Latina en relación con las luchas contra el imperialismo.
Ese sueño unitario de Chávez, que exige una organización de nuevo tipo – el viejo término me parece muy adecuado para usarlo en este momento – pareciera tuvo inconveniente o se vio entorpecido por la práctica derivada de un partido construido para que la discusión de abajo hacia arriba y viceversa no se produjera; entorpecido está por unas relaciones partidistas determinadas por lo electoral y contingente; donde el vínculo entre los cuadros dirigentes y las bases normalmente se establecieron a través de mensajes digitales, asambleas o marchas multitudinarias que no permitieron un verdadero intercambio. Pienso que el PSUV, como organización política, responde en buena medida, a una organización para la clandestinidad, donde los cuadros, dirigentes y dirigidos, sólo se ven en esas contingencias de las cuales hemos hablado y sólo para ejecutar una tarea ya decidida y programada en un lugar inaccesible y por figuras sin rostro. Ese partido pareciera un cuadro kafkiano, por lo difuso, impersonal e inaccesible. Es, en síntesis, una organización demasiado vertical e impersonal
Ese sueño de Chávez, demandaba un status donde quienes gobernaron y gobiernan lo hicieran en representación del pueblo y la organización que debe responder ante éste por las ejecutorias. Si el partido lo manejan los gobernantes, como se ha impuesto en el PSUV, por las responsabilidades que tienen, la disponibilidad de recursos, la atracción que de ellos emerge por el rol que juegan, se ven como obligados, aunque no lo quieran, a evadir el contacto directo con la militancia, las organizaciones inferiores y hasta con los cuadros intermedios. Por eso surge esa conducta que hemos calificado de kafkiana.
La casa de partido, como punto o espacio, donde los cuadros dirigentes, los militantes y el pueblo todo pueden encontrarse, no existe. Ella ha sido sustituida por el palacio de gobierno o el despacho del gobernante y dirigente partidista y popular, a donde llegar, el aparataje estatal, los despachos, oficinas, escritorios y hasta la policía o personal dispuesto para que nadie “haga perder tiempo” al gobernante y dirigente, lo hace muy difícil al simple compañero. Es decir, el Estado se sobrepone o interfiere las relaciones entre militantes. Ese enjambre es una figura, repito, kafkiana, como copiada de “El Proceso”.
La herencia relacionada con la unidad pareciera que la estuviésemos dilapidando, porque ella requiere que la gente esté en permanente discusión, intercambio de opiniones, emisión de crítica constructiva, que deja de serla si le cierran los espacios o taponean las salidas. Y eso pudiera estar sucediendo si se continúa con esa extraña práctica que pareciera sólo concebir como derecho del militante a depositar su voto las tantas veces que demanda la constitución. Pues en lo concerniente a los estatutos del partido, eso fue secuestrado.
Entonces contribuimos a diluir la herencia del compañero Chávez, si no abordamos como demandan las circunstancias, los reclamos por la democratización del partido, relaciones diferentes hasta las ahora practicadas que pudieron prevalecer en la vida de aquél por su enorme capital político, el haber sido, al estilo de la historia romántica, en este caso muy realista, el creador de todo eso proceso. La herencia de Chávez, en lo relacionado con la unidad del movimiento revolucionario está allí, pero amenazada por unas prácticas que no le son compatibles. ¿Hay tiempo?
Si fragmentamos el movimiento popular, acicateados por expresiones como esas de muy vieja data, “quien se sienta inconforme que se vaya”, o “quienes critican son unos habladores de paja” y “vámonos de aquí porque no nos escuchan o dejan hablar”, estaríamos contribuyendo a la larga en la demolición con la obra creada, fraguada por aquel grande hombre y que sigue siendo arma sustantiva y vital para el combate por una Venezuela mejor.
¿Qué hacer? No tenemos que acudir a Lenin, autor de un libro titulado con esa interrogante, para intentar despejar la interrogante derivada de la tragedia que ahora abraza al chavismo.
Entonces, de lo que se trata es de hilvanar una lucha, desde abajo y abarcando todos los espacios horizontales, que incluya al pueblo todo, para reclamar los derechos a opinar, ser oído, no de manera formal o convencional, sino al momento de las grandes decisiones. Convertir al pueblo en dirigente del proceso, como quiso Chàvez y que los integrantes del gobierno estén sujetos a la dirección y control de aquellos y no como ahora sucede, causal importante de muchas deficiencias, corruptelas, desviaciones, vacilaciones y descuidos de distinta naturaleza o calificación. Para lograr eso, se necesita unir y dentro del chavismo hay mucho espacio que reclama achicamiento.
Por ejemplo, pese no se trata de militantes de un mismo partido, pero si de un universo que en teoría tiene mucho en qué acordarse, y digo que hasta están obligados a ello, ese debate entre Ochoa Antich y Diosdado Cabello, está muy mal concebido y desarrollado. Nada cuesta, por muy lerdo que uno sea, donde hallar la mayor carga de errores, sectarismo y prepotencia. Pues lo “escatológico” no está en el debate mismo, ni siquiera en el uso de palabras, a las que por exceso de sensibilidad, se les pudiera dar ese carácter, sino en la forma y contenido del mismo, que lejos de abonar en favor de quienes pueden encontrarse, produce, como diría, el maestro Jorge Giordani, más “desencuentros”.
Todavía queda mucho por hacer y reclamar. Es bueno abrir la discusión sobre esto y no descalificarnos procediendo más o menos de la manera que quieren y hacen quienes son objeto de nuestras críticas.
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