CON DOS DEDOS !TOTAL NADIE SE LO VA A CREER(Ciro Bianchi Ross)
CON DOS DEDOS
Ciro Bianchi Ross
¡Total! Nadie se los va a creer
En 1927 estuvo en La Habana el periodista y político mexicano Félix Fulgencio Palavicini y Loria. Había hecho importantes aportes al diarismo de su país, donde además fundó el primer periódico radiado, antecedente de lo que sería el noticiero radial. Ingeniero de profesión, hombre de ideas progresistas, nacido en Tabasco, en 1881, llegó a Cuba expulsado de su país por Plutarco Elías Calles por su participación en la campaña y presunto golpe de Estado de Arnulfo R. Gómez, y en 1929, luego de una estancia en Paris, retornó a México donde volvió al periodismo. Tuvo una activa participación política –ministro de Educación, diputado, delgado a la convención que redactó la Constitución de 1917.. — y fue embajador en numerosos países, sin que nunca abandonara el periodismo. Durante su gestión como director de El Universal, fundó el Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa y la Casa de Salud del Periodista. Falleció en 1952.
Palavicini llegó a Cuba en el apogeo de su gloria periodística en días en que Alfredo Hornedo, en el empeño de levantar su periódico El País, procuraba contratar a toda figura valiosa que pasaba por La Habana. ¿Palavicini? Pues bien, contraten a Palavicini. ¿Qué los honorarios que piden son altísimos? No importa; se les pagan. Hace el mexicano una visita de cortesía a El País, radicado aun en la calle Galiano, Hornedo lo invita a cenar en vajilla de plata, y al final de la comida Palavicini queda como redactor especial del diario habanero con un sueldo de mil pesos mensuales, y todos contentos.
Dispara Palavicini un artículo tras otro, eludiendo, como es de suponer, el tema cubano. Pero un día no puede o no quiere contenerse y aborda el asunto en una nota que pide salga sin su firma para evitar que se le acuse de inmiscuirse en lo que no le incumbe.
Por aquellos días, Hornedo asistía casi a diario al emplane de El País, y, como lo hacia de manera habitual, se interesó por el articulo del mexicano y pidió la prueba de plana para darle un vistazo.
--La firma, aquí falta la firma.
José María Aznar, padre del otro Aznar que presidió en su momento el gobierno español, que entonces dirigía El País, intentó explicarle el por qué de la ausencia del crédito. Es un tema cubano y Palavicini no quiere aparecer, dijo.
Hornedo, que era tozudo, no entendió razones.
--No, la firma. Póngale la firma –ordenó y el crédito se puso.
Cuando el periódico estuvo en la calle, Palavicini no sabía dónde meter la cabeza. Le llovían denuestos, invectivas, sátiras agudas… le echaban en cara lo inaudito de que un extranjero se metiera en asuntos del patio. Sin saber qué hacer, el mexicano intentó buscar apoyo en la Asociación de Reporters. Contactó con un miembro de su directiva y le rogó que le consiguiese una entrevista con el senador machadista Wifredfo Fernández, padre del cooperativismo entre los partidos políticos que llevarían al presidente Machado a la reelección en 1929; excelente periodista por lo demás. Pensaba que ese hombre que se suicidaría preso en la Cabaña, donde el pueblo lo había internado tras la caída de la dictadura, podría deshacer el entuerto y amainar la tormenta desatada.
Casualmente, esa misma tarde, el Senador tenia una reunión en la sede de la Asociación de Reporters, y Palavicini podía aprovechar la oportunidad para hablarle.
--Senador, ayúdeme. Vea usted como me insultan; las cosas que me dicen. Me calumnian… Me vuelvo loco.
--Hombre, por Dios –dijo Fernández con la sonriente ironía que lo hizo famoso. No sea usted ingrato. ¡Serénese! ¿No ve usted que lo están tratando como si fuese cubano?
UNA DE PEPÍN RIVERO
El Partido Socialista Popular se empeñaba en dotar de talleres propios al periódico Hoy, órgano de esa agrupación política, y planeó al efecto una colecta nacional.
Fue así que dos militantes del Partido, responsabilizados con la tarea, decidieron acudir a Pepín Rivero, director del conservador Diario de la Marina. y solicitarle su contribución. Rivero los atendió con cortesía y, enterado de su propósito, les hizo entrega, mediante un cheque, de una suma apreciable.
Uno de los visitantes dijo entonces:
--Señor Rivero, si usted quiere guardamos el secreto de su ayuda.
Respondió Pepín:
--No, no se molesten… Díganselo a quienes quieran. ¡Total! Nadie se los va a creer.
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Ciro Bianchi Ross
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