LA QUINTA AVENIDA(Ciro Bianchi Ross)

La Quinta Avenida ¿Sabía usted que la casa del ex presidente Ramón Grau San Martí, “la choza”, como él la llamaba, en Quinta Avenida esquina a 14, dispone de 19 cuartos de baño, sin contar los de los garajes y la piscina, y que al menos su planta alta puede recorrerse completa, pasando de habitación en habitación, sin necesidad de salir a corredor o pasillo alguno? ¿Que en la casa de la Condesa de Buenavista, en Quinta Avenida y 6, que mereció en 1929-1930 el Premio del Concurso de Fachadas del Club Rotario, habitan ahora más de veinte familias, lo que la convierte en una casa de vecindad en una de las mejores y más codiciadas zonas residenciales de La Habana? ¿Qué la iglesia Jesús de Miramar, en Quinta Avenida y 80, es, en cuanto a área se refiere, el mayor templo de Cuba y el segundo en cuanto a capacidad para los fieles, superado solo por la Catedral de Santiago? ¿Sabía que esa importante vía se llamó en sus inicios Avenida de las Américas? La Quinta Avenida se extiende desde el túnel que la conecta con la calle Calzada, en El Vedado, hasta el río San Ana, en la localidad de Santa Fe. A partir de ahí se convierte en la Carretera Panamericana y llega a Mariel. Su trazado resultó decisivo para el fomento del reparto Miramar y también del Country Club Park, y del reparto Playa de Marianao. Las clases adineradas salieron paulatinamente de la parte más vieja de la capital cubana y construyeron sus casonas y palacetes en el Cerro y El Vedado. Más tarde emigraron hacia el Oeste, más allá de la boca del río Almendares. Durante las décadas iniciales del siglo XX era común ver en prensa cubana un anuncio que decía: “Cualquiera puede decir: yo vivo el El Vedado. Pero no todos pueden decir: yo vivo en el Country Club”. El puente Almendares, sobre la Avenida 23, llamado oficialmente puente Asbert, en honor al gobernador de La Habana que lo construyó, fue decisivo en el fomento y desarrollo de las barriadas del Oeste. En el diseño de la Quinta Avenida intervino el arquitecto norteamericano John F. Duncan, autor del monumento al presidente Grant, en Estados Unidos, junto al arquitecto cubano Leonardo Morales, graduado de la Universidad de Columbia. Por eso se dice que Miramar con sus manzanas rectangulares de 100 x 200 metros se parece tanto a Manhattan. Se erige en su comienzo la fuente luminosa de las Américas. Más allá se encuentra el reloj, que es símbolo del municipio Playa y que, cuando funciona, deja escuchar, se dice, un sonido similar a las campanas del Big Ben, de Londres. A la altura de la calle 42 se halla La Copa, escultura que da nombre a la zona, y que fue donada por Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas del dictador Gerardo Machado. Pese a su paseo central arbolado, la Quinta Avenida no es una vía homogénea. Cambia por trechos según su arquitectura y época de construcción. Quizás el tramo menos parecido al resto es el que media entre las rotondas de las calles 112 y 120. Allí, en la acera Sur, frente al famoso y ya inexistente Coney Island Park, existía un conjunto de bares, billares y centros nocturnos como Panchín, Pompilio, Rumba Palace, El Niche, Choricera, Los Tres Hermanos, Pennsylvania, La Taberna de Pedro, que lindaban con lo marginal y que aún eran visitados por todas las clases sociales. Pennsylvania era el escenario de la vedette Tula Montenegro, que a sus cualidades en la escena unía una anatomía descomunal. En alguno de aquellos lugares estaba Teherán, que había cosechado éxitos en el Cotton Club, de Broadway, junto a Duke Ellington y Cab Calloway, mientras que en Choricera, El Niche, Los Tres Hermanos y, ocasionalmente en Rumba Palace montaba Silvano Shueg, el célebre Chory, “el artista que se anunciaba solo”, sus espectáculos escalofriantes con aquella música que sacaba de timbales, sartenes y botellas vacías. Delante de esos centros nocturnos, en la propia acera, se alzaba todo un tinglado de puestos de fritas. Uno al lado del otro. Lo que hizo que la zona fuera conocida como “Las fritas de Marianao” Detrás, disimulados por los ficus, había un número impreciso de posadas y prostíbulos. Uno de ellos, célebre, a la altura de la calle 112, se llamaba La Finquita, donde unas treinta muchachas de deslumbrante belleza esperaban noche a noche a clientes que compraban sus caricias- Ya nada de eso existe. Las muchachas, si viven, están viejas. Desaparecieron muchos de aquellos establecimientos o se convirtieron, en los años 90, en cafeterías de comida rápida, identificadas por una estridente pintura de rojo cátchup y amarillo mostaza. Dice el arquitecto Mario Coyula: “Quizás buscando una cubanía extemporánea y forzada, o como reflejo de la ruralización creciente de la capital, el Rumba Palace ha sido tocado con un empinada cobija de guano, a manera de sombrero campesino”, Más allá de lo anecdótico, algún día habrá que valorar cuánto deben el son y la rumba y la rumba de cajón, a aquella escuela de músicos populares y a ese escenario imprescindible que para la música cubana fueron “Las fritas de Marianao” de la Quinta Avenida. Por sus precarios escenarios pasaron figuras como Benny Moré, Antonio Arcaño, Arsenio Rodríguez, Carlos Embale, Zenén Suárez, Tata Güines y decenas de artistas más, y que eran visitados por García Lorca, Ernest Hemingway, Libertad Lamarque, Marlon Brando… Nadie que viajaba a La Habana quería irse sin visitar “Las fritas”, sin duda uno de los lugares turísticos por excelencia de La Habana de ayer. Mucho contrastaban aquellos centros nocturnos con los clubes que abrían sus puertas a la acerca Norte de la Quinta Avenida, algunos de ellos muy exclusivos como el Habana Yacht Club. Pero allí estaban. No había más que cruzar la calle para insertarse en la aventura. -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/ Reply Reply All Forward

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