MANOS CALLOSAS DE MADURO Y EL ALMA RUGOZA DE UN MAESTRO "TRASNOCHADO"

Manos callosas de Maduro y el alma rugosa de un maestro “trasnochao” Eligio Damas El presidente, porque “de qué lo es, lo es”, hasta yo voté por él en unas elecciones válidas que ganó dos veces montado sobre el prestigio y respaldo popular construido por Chávez, siendo la segunda una ganada con escasos votos, lo que ya hablaba de la decadencia y erosión del respaldo de él y de sus “seguidores”, lo que quedó demostrado el 6D del 2020, cuando obtuvieron un resultado tan pobre que, por la abstención promovida desde años atrás por sectores opositores, ganó su partido y aliados con una votación ínfima, por demás penosa y crítica de apenas más o menos el 16 ò 17 % del padrón electoral, hablando anoche en la presentación de cuenta ante la recientemente instalada AN, con inusitado orgullo de sus “manos callosas”, para recordar que había trabajado como chofer de autobús en el metro de Caracas y de una “izquierda trasnochada”. Ser chofer es una profesión por demás honrosa, como cualquier trabajo que la gente realiza para mantenerse, mantener a su familia y servir a la comunidad. Todo trabajo honesto es honroso, pero hay unos que parecieran dejar callos en las manos como recuerdo y otros no. Pero también, al final de la vida o mejor en la vejez, el trabajo pudiera más bien dejar callos en el alma, sobre todo en la de aquellos que lo dieron todo y en nivel trascendente y nada o muy poco reciben a cambio, como siquiera el poder alimentarse y cuidar su salud como Dios manda. Y digo Dios y no Marx, Lenin, El Che Guevara y el propio Chávez, como el presidente y muchos de los suyos suelen invocar, pese el Creador siempre me pareció demasiado discreto, moderado, muy exigente, más comedido y nebuloso, al ofrecer recompensas, menos apresurado y portador de una oferta, por lo menos esa que sólo nos compensaría en el más allá, después de la muerte; y las de los antes nombrados, sus ofertas, fueron y son para la tierra, la vida y como solemos decir los cumaneses, prefiero que “lo mío me lo dejen en la olla” y hasta “que me lo den ya y en efectivo”. Pero el trabajo honroso, como pudiera serlo y lo es, en el transporte, no necesariamente deja callos en las manos. Estar con un machete o una peinilla, todo el día maltratando la espalda de los inconformes, como lo hicieron por años los gendarmes de Gómez, que en fin de cuentas también era un trabajo, forma callos y también tareas deshonrosas que suponen el uso de las manos. Estar pegado a un mecate jalando una vaina pesada deja callos muy gruesos, pese no se invierta en eso mucho tiempo. Un mercenario, que va de aquí para allá durante años, portando, disparando, pistolas y armamentos pesados, puede terminar y, en efecto termina, con las manos callosas y sucias. Y hasta un presidente que debiendo servir a quienes en él pusieron su confianza pudiera terminar con callos, no en las manos, sino en la conciencia. Y hay trabajos muy honrosos y por demás nobles que no dejan callos en las manos, aunque si en el alma, por lo que uno, para mostrarlo, no tendría que enseñar las manos y menos hacer ese gesto de frotárselas, como intentando localizarles para luego enseñarlos, sino desahogarse y decir cuánto dolor me causaron y hasta mal me pagaron, quienes debieron cuidar por mi vejez. El presidente Maduro nació en 1962, es decir ahora tiene 58 años. El metro de Caracas comenzó a operar en 1983, cuando ya él tenía 19 años, bajo el gobierno de Luis Herrera Campins. Según lo que uno halla por las redes, para 1983, justamente el año de inauguración del Metro, el ahora presidente formaba parte del anillo de seguridad de José Vicente Rangel, lo que luego haría con el candidato presidencial Hugo Chávez. Es en 1991, a los 29 años de edad, cuando se incorpora al metro en el área de servicio superficial, es decir a trabajar como conductor de autobús. De esa fecha a cuando Chávez es elegido presidente, en 1998, apenas han transcurrido cuando más 7 años. Y según todo el mundo dice y lo dicen los documentos que se encuentran en las redes, parte de ese tiempo, el ahora presidente, le invirtió haciendo de dirigente sindical. Esto significa que, a lo máximo, pudo estar de conductor de autobuses del Metro, unos 5 años, tiempo que de hecho pudiera haberle creado callos en las manos, eso depende de la naturaleza de su piel y la rudeza de los volantes de aquellos autobuses, pero no por el tiempo al que se hace referencia cuando se habla de los callos que genera el trabajo largo y duro, más si se usa la expresión con sentido poético. Para 1980, cuando el presidente Maduro todavía no había cumplido 18 años, el partido en el cual comenzó a militar, que según tengo entendido fue la Liga Socialista, era absolutamente legal; todos los guerrilleros habían bajado de la montaña y entonces no era muy duro ni jodido como fue antes para hacerle callos a la militancia, como si lo fue en las décadas anteriores, particularmente bajo los gobiernos de Betancourt y Leoni. Es más, para que no quede dudas, ya en ese tiempo en Venezuela, hablo de 1980, no había ningún grupo ni partido clandestino, salvo hubiese por allí algún masoquista o uno de esos camellos que se sacan de las “páginas amarillas”. De manera que, su militancia, tampoco fue para eso, como para que se le formasen callos. Menos formó parte del grupo clandestino que el barinés formó dentro del ejército, pues se alió o incorporó a las fuerzas de éste con posterioridad al alzamiento de 1992 y, en estando en ellas, no vivió en verdad la rigurosidad de la lucha clandestina, de lo que si supieron bastante las generaciones anteriores. Mi compañero y compadre es docente; egresó de un Instituto Pedagógico Universitario con el título de Profesor de Historia. Ejerció por más de 40 años, siendo casi siempre docente de aula y cuando llegó a ser directivo de alguna institución escolar, pues de allí nunca pasó por aquello de “izquierdista trasnochado”, nunca dejó de estar en el aula, aunque fuese o hasta de noche. Porque los docentes en aquella época, solían trabajar todo el día y seguían en la noche; en veces desde la siete de la mañana hasta las diez de la noche. Pero en esa dura actividad no se forman callos en las manos, si acaso estas se pelan, por alergia a la tiza, como alguien que conozco de muy cerca. Pero ese tampoco era mal de morirse ni motivo para sufrir. Siempre se sintió y sigue sintiéndose orgulloso de haber sido lo que fue, maestro, como gusta que le digan y se dice; pues ser maestro, docente, el ejercicio de esa profesión no forma callos ni durezas. Su compañera cuenta o mejor, de ella emerge la misma historia. Él y ella, manejaron vehículos por años, de la casa al trabajo, de un liceo a otro, mientras se desarrollaba el recreo, hasta como viajar dos veces al año de Barcelona a Mérida a visitar la familia y por la suavidad del volante, el amor puesto en aquello, nunca les salieron callos en las manos. Ahora, de viejos, jubilados por la edad, aunque con ganas y deseos de volver a ser lo mismo, porque aquello no les dejó callos, sino mucha felicidad, bellos recuerdos y la satisfacción del deber cumplido más allá de la mera formalidad o exigencias de la ley, pues pudieron dejar sus marcas y querencias en muchos de sus alumnos, como el estar inconformes con lo existente y querer que todo cambie como lo exige la vida, la justicia y el equilibrio, empiezan a sentir callos y de los dolorosos en el alma. Sin dejar de hacer mención que pasaron por los rigores de la militancia clandestina y muchos de las incomodidades y golpes que eso depara. Entre los dos, pese todo lo dicho y hecho por ellos, no reciben a cambio de sus servicios lo elemental para subsistir. El salario mensual de ambos, sumados, es por demás paupérrimo; entre los dos no llegan a 20 dólares mensuales, aunque les pongan bonos que son sustraídos de los aguinaldos y las vacaciones al no ajustar los salarios como debe ser. Por ese miserable ingreso, que no les alcanza para comer, menos para las medicinas que habitualmente requieren los ancianos, tampoco para el recreo y la distracción, de lo que tanto reclamaba y hablaba Chávez para los viejos, los dos tienen sus almas todas hecha callos y eso no les produce alegría, menos satisfacción, pero si dolor y en veces hasta rabia. Los dos dicen, “aunque nos llamen trasnochados, preferimos tener callos en las manos y no en el alma”.

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