CALLEJERO
Callejero
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
La Oficina del Historiador de La Habana tiene entre sus proyectos
inmediatos la apertura, en la calle Amargura número 66, de una sala de
exhibición con la que se rendirá homenaje al pintor y muralista
español Hipólito Hidalgo de Caviedes, autor, entre otras obras que
ejecutó en La Habana, de los frescos del vestíbulo del edificio del
desaparecido Diario de la Marina ---actual Casa Editora Abril---, en
Prado y Teniente Rey, y en el salón principal del extinto Banco
Pedroso, en la esquina de Aguiar y San Juan de Dios. También en el
demolido Hotel Internacional de Varadero, y, poco antes de su salida
de Cuba, el gran fresco que decora el arco triunfal de la capilla de
Belén.
El primero de ellos evoca al periódico Noticioso y Lucero de La
Habana, que apareció el 18 de septiembre de 1832 y que es el antecesor
de la Marina, mientras que el otro recrea la Plaza de San Juan de
Dios, tal como debió verse en 1824 desde el sitio que ocupara el
banco.
Hidalgo de Caviedes nació en Madrid en 1902. Hijo de un pintor
destacado ---fundador del Museo de Arte Moderno, de Madrid--- hizo
estudios, que no llegó a concluir, en la Academia de Bellas Artes de
San Fernando, de la capital española. Frecuentaba por entonces la
Residencia de Estudiantes y era asiduo a las tertulias del café de
Pombo, que animaba Ramón Gómez de la Serna. Es la epoca en que se
adiestra en talleres de pintores ya establecidos y tras un
entrenamiento en Alemania, Checoslovaquia, Francia, Bélgica e Italia,
regresa a Madrid donde trabaja en los murales del edificio de la
Telefónica.
En 1937, iniciada ya la Guerra Civil, se exilia en La Habana, donde
ocupará la dirección del Museo Diocesano. Contratado por Julio Lobo
ejecuta un mural de temática azucarera en el edificio de San Ignacio,
104, desde donde el magnate dirigía sus negocios que comprendían,
entre otros rubros, diez y seis centrales y una corredora de azúcar,
un banco, una naviera y una agencia de radiocomunicaciones que lo
convertían en la principal fortuna individual del país y en la más
destacada personalidad de la burguesía cubana.
El pintor Hidalgo de Caviedes salió de la Isla tras el triunfo de la
Revolución. Hizo una breve estancia en Estados Unidos y volvió a
España donde, en 1970, ingresó como académico de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando. Su discurso de ingreso se tituló El
pintor ante el muro, pues fue en la pintura mural donde más
sobresalió. Obras suyas forman parte de las colecciones del Museo del
Prado y del Museo Reina Sofía.
Falleció en Madrid, en 1994.
EL GALLEGO TRILLO
Con relación a la página sobre el barrio habanero de Cayo Hueso,
publicada en la edición del pasado 6 de diciembre, llega un mensaje
del narrador e investigador Jorge Domingo que aporta información de
interés sobre el sujeto que dio nombre al famoso parque de dicha
localidad, el parque Trillo.
Dice mi amable corresponsal:
“Jesús Maria Trillo y Ouro fue un gallego semianalfabeto que llegó
muy joven a Cuba y, empezando desde abajo, logró hacer fortuna como
comerciante. Algo parecido a otro coterráneo suyo, José López
Rodríguez, alias Pote.
“Trillo llegó a ser un gran empresario y, como otros de su condición,
fue un enemigo acérrimo de la independencia de Cuba. Finalizada la
soberanía española sobre la Isla, permaneció aquí por las ventajas que
el Tratado de Paz de París otorgó a los españoles que permanecieran en
tierra cubana; se les respetarían sus propiedades”.
Puntualiza Jorge Domingo: “He visto sus fotos; un gordo de baja
estatura, con barbas… Falleció en La Habana, el 30 de diciembre de
1917 sin sospechar que seria recordado gracias al parque que
promovió”.
FIN DE SIGLO
El escribidor caminó en estos días por el bulevar de San Rafael.
Apreció la belleza y facilidades del Centro Cultural que se emplazó
en el local de la antigua librería Viet Nam, al comienzo del paseo, y
reparó en el edificio Fin de Siglo, cerrado desde hace años cuando
daba espacio a un mercado de artesanos y cuentapropistas, de pésimo
gusto, dicho sea al pasar.
Ahora pintan la fachada de Fin de Siglo, advirtió el escribidor que
desconoce, sin embargo, si esa pintura será similar al gesto de dar
colorete a una vieja o si el inmueble se someterá a la restauración
que merece a fin de recolocarlo en el panorama comercial habanero.
Fin de Siglo abrió sus puertas en 1897, es decir, a fines del siglo
XIX, de ahí su nombre. Una crónica publicada entonces en la revista El
Fígaro da cuenta de que en anaqueles y vidrieras de aquel pequeño
bazar podía encontrarse lo mejor que se importaba de Europa y América.
Se iniciaba así una tradición de servicio y elegancia que se
mantendría durante largas décadas en las que el establecimiento creció
al ritmo de la gran Habana hasta convertirse en uno de los orgullos
de la ciudad.
Fue pionera en muchos aspectos. La primera de las grandes tiendas que
instaló aire acondicionado. La primera en extender facilidades de
crédito a personas de escasos recursos. La primera en instalar
sistemas mecánicos y electrónicos en su contabilidad, mientras se
extendía hacia Galiano y ampliaba sus cinco pisos por Águila y por San
José.
Un detalle durante un tiempo su publicista fue nada menos que Jorge
Mañach, entonces el más importante escritor de Cuba, mientras que el
publicista de El Encanto era otro periodista de fuste, Rafael Suárez
Solís, a quien el escribidor llegó a conocer en la redacción del
periódico El Mundo, cuando yo iniciaba mi carrera y el estaba al final
de la suya.
Ojalá Fin de Siglo vuelva a la vida.
LA CALLE DE LAS CALLES
Son muchos los que cometen el mismo error. La calle Obispo no comienza
en Monserrate, sino que es en Monserrate donde termina. Una calle
comercial por excelencia, estrecha y ruidosa, donde desborda el
comercio, la moda, el turismo, el romance… aunque otras como Galiano y
San Rafael le robaran la primacía que se empeña en recuperar. Un horno
en verano y una nevera en invierno, dice Federico Villoch en una de
sus Viejas postales descoloridas, que también se denominó Weyler y Pi
Maragall, aunque nadie la llamara nunca por tales nombres, y que para
él, al igual que para el escribidor, es la calle de las calle de La
Habana.
A finales del siglo XIX no se hablaba de la plazoleta de Albear, sino
la de Monserrate, con sus proyectores de vistas fijas y los célebres
títeres de Sinesio Soler, que tenían funciones a las siete de la tarde
en verano y a las seis, en invierno.
En las inmediaciones de esa plaza se hallaban la sombrerería El
Casino y el café La Cebada. También una casa de cambio y una bodega
muy visitada por los cocheros de punto en la que adquirían la harina
que, mezclada con agua, daban a sus caballos. La bodega como tal
estaba poco surtida, pero gracias al agua, que las bestias bebían allí
mismo, y a la cantina, sus propietarios hicieron una bonita fortuna.
Terminaron vendiendo el espacio, que ocuparía el bar Floridita.
Por cierto. El nombre oficial de ese establecimiento era La Florida.
Como existía, en Obispo y Cuba, el hotel Florida que disponía de un
confortable y bien surtido bar, los clientes, cuando se citaban para
verse, no sabían bien a cuál de los dos bares acudir, si a la Florida
de Monserrate o al del hotel.
La solución la dieron los mismos clientes cuando, para ellos, uno
siguió siendo el Florida y el otro, el Floridita.
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