EL CAPITOLIO
Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)
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APUNTES DEL CARTUARIO
Ciro Bianchi Ross
El Capitolio
La gente del interior venía a La Habana y no quería volverse a su
tierra sin visitar el Capitolio. El que podía, se fotografiaba con el
Capitolio al fondo como testimonio imbatible de su estancia en la
capital. Lo mismo hacían los extranjeros que visitaban la Isla.
Entonces la sede del Congreso de la República estaba rodeada de
hoteles de mayor o menor cuantía, pensiones y casas de huéspedes y
como no existía la Terminal de Ómnibus, que se inauguró en 1952, las
guaguas interprovinciales hacían en sus inmediaciones la primera y la
última parada.
No faltaban las fondas de medio pelo y buenos restaurantes, como El
Palacio de Cristal. El café El Senado y el bar Capitolio eran puntos
de cita obligados. Había bailes en el Centro Gallego y en la Juventud
Asturiana y la música de los aires libres amenizaba la noche. Entonces
Prado y los alrededores del llamado Palacio de las Leyes eran lugares
de moda. La Rampa los desplazó.
El área que ocupa el Capitolio perteneció a la Sociedad Económica de
Amigos del País que fomentó en ella, a partir de 1817, un jardín
botánico. El gobierno colonial español enajenó a la Sociedad la
propiedad de ese terreno, y en 1835 se comenzó a construir allí la
estación de trenes de Villanueva. Sacar a los ferrocarriles de una
zona que iba convirtiéndose en la mejor de La Habana fue, en las
décadas postreras del siglo XIX, un anhelo creciente de los habaneros.
Se haría realidad en 1910 cuando, en un negocio fraudulento, el Estado
cedió a la empresa de los Ferrocarriles Unidos los terrenos del viejo
Arsenal, donde se levantó la nueva estación ferroviaria, y recibió a
cambio los de Villanueva, en los que debía edificarse el Palacio
Presidencial.
Comenzó la construcción de la mansión del Ejecutivo, pero se
paralizaron al asumir la presidencia el general Menocal. Otros eran
sus planes. Quería edificar el Palacio en los terrenos de la Quinta de
los Molinos y el edificio recién comenzado quedaría como sede del
Legislativo. Esa determinación obligó a hacer modificaciones
sustanciales al proyecto original e impuso que se dinamitara la
cúpula ya construida y que pesaba 1 200 toneladas métricas, y que se
vino abajo en cuatro minutos gracias a las manos expertas de los
dinamiteros.
Las obras se reanudaron en 1917, solo para que se interrumpieran dos
años más tarde por falta de dinero, y en 1921 el presidente Zayas las
suspendió definitivamente. Cuando en 1925 Machado llega a la
presidencia encuentra el Capitolio a medio hacer y con aspecto de
ruina. Machado se propuso modernizar la capital cubana y se embarcó
en un vasto y ambicioso plan de obras públicas que incluyó el
Capitolio.
El Capitolio ocupa una superficie total de 12 000 metros cuadrados y
de ellos, 10 839 son área techada. En su construcción se emplearon
cinco millones de ladrillos, más de tres millones de pies de madera,
150 000 barriles de cemento y 38 000 metros cúbicos de arena. También
40 000 metros cúbicos de piedra picada y 25 000 metros cúbicos de
piedra de cantería, 3 500 toneladas de acero-estructura y 2 000
toneladas de cabillas.
Su cúpula es, por su diámetro y altura, la sexta del mundo. La
linterna que la remata se halla a 94 metros del nivel de la acera, y
en el momento de inaugurarse el edificio solo la superaban, en su
estilo, la de San Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con
129 y 107 metros de alto, respectivamente. Su escalinata monumental
tiene 55 peldaños. La Estatua de la República se destaca en el
imponente Salón de los Pasos Perdidos, exactamente debajo de la
cúpula. Su peso es de 30 toneladas y se eleva a una altura total de
14,6 metros. Muy poco se sabe de la apetitosa cubana que sirvió de
modelo a esa escultura. A sus pies, empotrado en el piso espejeante,
un brillante marcaba el kilómetro cero de la Carretera Central.
El edificio se inauguró de manera solemne el 20 de mayo de 1929. Había
costado, se dice, 17 millones de pesos. Bien merece esta visita ese
símbolo de la identidad y la historia de La Habana.
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Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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