VELORIOS EN LA COLONIA(Ciro Bianchi Ross)

Velorios en la Colonia Ciro Bianchi Ross ciro@juventudrebelde.cu Dice Eliseo Diego en su poemario Por los extraños pueblos. “Tapen bien los espejos que la muerte presume”. En Cuba –desconoce el escribidor si en otras naciones ocurría lo mismo- existía la creencia de que la muerte gustaba de mirarse en ellos, por eso en la casa donde ocurría un deceso se cubrían con lienzos blanco no solo los espejos, sino también los cuadros, los floreros y demás adornos de la sala principal, sin contar que las ventanas que daban a la calle permanecían cerradas durante seis meses. Era parte del ritual del luto que se guardaba por el difunto, que era de dos años si se trataba de un padre o una madre, y de un año en caso de un hermano, mientras que el de la viudez duraba toda la vida. Costumbres que hoy llaman la atención se ponían de manifiesto en los velorios, mejor, se decía entonces, en los velatorios. Digamos, por ejemplo, que tanto en La Habana como en el interior había comida en ellos y juegos de azar, que ayudaban a pasar la mala noche, a hacer más llevaderas de las duras horas en que se cumplía con la familia del difunto que reclamaba, por lo general, la presencia de un artista que, al ejecutar un retrato del muerto, lo devolvía a la vida…solo en el lienzo, por supuesto. Otra ceremonia que viene de ayer y que sigue vigente de manera esporádica. Alguien de la familia, a punto ya de salir el entierro, toma, con cintas o cordeles medidas de los más allegados al difunto, como si se dispusiera a hacer chaqués de paño para los caballeros y vestidos de luto para las damas, solo que cuando concluye su tarea enrolla cintas o cordeles y los coloca en uno de los bolsillos de la ropa que envuelve el cadáver o los pone sencillamente dentro del ataúd junto con los pañuelos blancos de hilo de los dolientes. Así se hacía para que no se fueran con el muerto aquellos que le fueron más cercanos. TESTIMONIOS “Vamos a pasar revista algunas de las costumbres que más raras parecen al extranjero, y que por consiguiente le sorprenden…” escribe el colombiano Nicolás Tanco, agudo observador de costumbres y tipos habaneros que dejó anotados en su libro Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia (1881).

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