CONTINUACION DE VELORIOS EN LA COMARCA(Ciro Bianchi Ross)

un muerto inspira siempre cierta curiosidad, Rodean el catafalco seis o doce blandones y otros tantos candelabros cuyas velas permanecerán encendidas hasta la salida del entierro. El piso de la sala mortuoria se cubre con mantas blancas y negras, y los más ricos encierran el ataúd en una urna de cristal y tapizaban con cortinas negras las paredes de la sala. Goodman no es tan explícito en esos detalles. Apunta, sin embargo, que han vestido de negro al difundo, con ropas que habrán traído los que se dedican al negocio de enterramiento, porque le vienen anchas a su desgastada anatomía. Repara en que todos o casi todos en la sala, incluso las ancianas, saborean un tabaco, “Entonces recuerdo la teoría tan socorrida de que el tabaco es un buen desinfectante”. PLAÑIDOS Y LAMENTOS Al salir el ataúd, los plañidos y lamentos se repiten; las mujeres se desmayan, caen al suelo, se desgarran la cabellera y gimen lastimosamente a todo pecho. A esa altura doña Dolores sigue arengando al muerto hasta que queda sin palabras, y, perdido el color y desmayada, se impone llevarla a su aposento. Se forma la procesión. Los dolientes marchan a pie, con paso lento, detrás de la carroza fúnebre dorada y ricamente ornamentada. Todos de luto cerrado, con encrespado sombrero de copa, levita negra y pantalón blanco. Los mudos profesionales, contratados al efecto presentan la más sombría apariencia. No solo visten de negro, sino que son negros sus manos y sus rostros. Escribe Goodman: “Los mudos en Cuba están representados por negros del tinte más oscuro” En la iglesia se oficiará la misa de difuntos a cuerpo presente. Los que no quieren ganarse las indulgencias del responso, quedan fuera del templo, Fuman, dan paseítos, se enfrascan en una plática animada hasta que terminado el responso siguen en procesión, con gran aparato, hasta la puerta del cementerio, donde todos se despiden sin aguardar el entierro, que acometen dos enterradores negros vestidos de monaguillos quienes, sin la presencia de un sacerdote, dolientes u otra persona bajan el ataúd a la fosa. Así, cuenta Goodman, sucede en Santiago. En La Habana, expresa Nicolás Tanco, el traslado del difunto a la necrópolis se hace en un coche mortuorio del que tiran hasta ocho parejas de caballos, enmantados y con vistosos penachos amarillos y negros. Entre seis y veinticuatro sirvientes blancos, vestidos con libreas negras,

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