CONTINUACION DE VELORIOS EN LA COMARCA (Ciro Bianchi Ross)

Precisa el mencionado cronista: “El pobre muerto se halla muy quieto y tranquilo en medio de colgaduras y cirios, pero la concurrencia de amigos no permanece del mismo modo. Triste es decirlo, pero las escenas que pasan en estos momentos son escandalosas: en lugar de la compostura y silencio que exige un acto de esta clase, reina la mayor algazara y ruido. Todos los amigos se reúnen en un cuarto donde generalmente están los parientes del finado y hablan de todas las materias y en alta voz como si estuvieran en su casa”. Prosigue Tanco: “Cuando se acercan las doce de la noche se pasa al comedor, y allí le aguarda una magnífica cena donde con el humo [del tabaco] el champaña y las tajadas de jamón se suele mitigar un tanto el dolor. Allí al ruido de los corchos empiezan los consuelos de cada cual a los allegados… Los niñitos se levantan de la mesa y mascando sus buenas tajaditas se acercan a contemplar el cadáver. En un cuarto especial hay mesas de juego para los aficionados…” Algo más o menos similar ocurría en Santiago. El pintor inglés Walter Goodman que vivió en esa ciudad oriental entre 1864 y 1868 y que dejó testimonio de su estancia en el libro La perla de las Antillas; Un artista en Cuba, dice: “Observo que los deudos y amigos del fallecido soportan la pérdida con coraje, ahogando la tristeza en la copa que alegra y en la animada charla… De vez en cuando, aparece una bandeja con dulces, bizcochos, café, chocolate y buen tabaco, Noto que estos banquetillos solo se interrumpen al presentarse otro visitante. Los dolientes, entonces cambian de tono y expresan sonoramente sus tristezas. Las señoras gimen, estallan en un grito, chillan o varían el procedimiento desmayándose o cayendo en francos arrebatos de histeria. A cada uno que llega le reciben en igual forma que a mí; lo llevan a ver al difunto en el féretro, donde algún doliente da rienda suelta a su tristeza…” Siempre hay en los velorios, en Santiago y en La Habana y en cualquier parte, antes y ahora, alguien que expresa su dolor de manera más ruidosa que el resto de los dolientes, sin que el desprevenido llegue a precisar a veces qué grado de parentesco o relación tenía con el muerto. En el caso del velorio al que Goodman asiste como retratista es doña Dolores ese doliente mayor.

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