DE LOS GARRAFALES ERRORES DE UNA IZQUIERDA "EPICA", LA QUE COMO LA DERECHA PRIVILEGIA VIOLENCIA Y DIVISION (Eligio Damas)
De los garrafales errores de una izquierda “épica”, la que como la derecha privilegia violencia y división.
(II)
Eligio Damas
Nota, es esta la 2da. parte de un largo trabajo sobre el asunto que encierra el título. En este caso, quiero llamar la atenciòn, como, segùn nuestra percepciòn de la coyuntura mundial y latinoamericana, lo primordial es la formaciòn del màs amplio frente contra el imperialismo, para lo cual se demanda prudencia, amplitud y no pretender imponer que los aliados reales miren el mundo exactamente como uno. A ellos hay que aceptarlos como son, con sus visiones y estilos, sin intentar imponer un molde y menos lo que uno cree debe ser. Hay además una revisión de lo actuado en Venezuela muy poco tiempo atrás, para hallar en ello, lo que hubo de negativo, sólo por el propósito de aprender. Al parecer, el cuadro que se viene configurando en nuestro continente, este que Bolìvar llamò las antiguas colonias españolas, serìa favorable a nuestros deseos y aspiraciones, pero ello depende mucho de nuestra actitud, la de no pretender imponer lo que pudiera distanciar y favorecer los planes del verdadero y real enemigo.
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El triunfo de Castillo en Perú y ahora el de Petro en Colombia, como el de Boric antes en Chile, precedidos estos dos últimos de enormes movimientos y protestas populares, tanto en el campo como en las ciudades, por la abundante injusticia acumulada y la denuncia de la indiferencia de las clases gobernantes, pero también de la muy mala estrategia de la izquierda, que vio en la violencia y el autoritarismo, como sus propios enemigos que sólo intentan mantener lo existente a que cómo dé lugar, la manera y método de cambiar la situación, que parecieran ser ajenos a la dialéctica, la realidad latinoamericana y el derecho de los pueblos a determinar su destino, reponen la validez de lo primario, la necesidad de configurar un gran cuadro latinoamericano para imponer equilibrio en las relaciones internas de cada país y en las de estos con EEUU.
Pues pareciera ser que, en lo inmediato, se trata de implementar una política global contra el dominio imperial. Y los hechos parecieran estar diciendo que eso es posible por una vía diferente a la violencia, más si tomamos en cuenta la realidad o el poder del adversario. Se trata, más bien, de aglutinar el mayor número de fuerzas progresistas, nacionalistas y antimperialistas, dentro de un programa amplio, que dé lugar a gobiernos en todo el continente dispuestos a contrarrestar los efectos imperiales.
Pero también pareciera tomar fuerza de verdad la idea ya anquilosada y mohosa, que el tránsito del capitalismo al socialismo, es sólo asunto de asumir el gobierno, bien por la fuerza de las armas, en veces con cuerpos formados por hombres, hasta de la misma dirigencia, que no pasan de ser seres armados de buena fe y hasta indisposición contra lo vivido, en lo puramente formal, sin tener idea acerca de lo que comporta el socialismo, las tareas que este demanda y los procederes que serían inherentes, como que el colectivo sería el único llamado para generar unas relaciones que engranen en sus aspiraciones colectivas y nada tiene que ver con las imposiciones de una vanguardia que generalmente opera en función de un idealismo ajeno a la realidad. Y que no entiende que lo nuevo emergería de lo viejo, empezaría a construirse, engendrarse en el vientre de aquel mismo, a crecer en paralelo, pues no es posible explosionar lo existente para construir a partir de la nada. Sin olvidar que el marco debe ser lo más amplio posible, lo que repone la verdad de la imperiosa necesidad de unir a los pueblos de América Latina.
Pero la violencia tiene muchas formas de expresarse, una de ellas es la expropiación, sobre todo aquella no acordada. Pero lo que fue muy usual en Venezuela, lo fue abundante, en los tiempos de Carlos Andrés Pérez y la “Gran Venezuela”, como también en los de Chávez, la “acordada”, hasta provocada por sus dueños con la muy “habilidosa y clarividente” percepción de la “vanguardia” gobernante o a lo mejor “muy mal intencionada”.
Una empresa obsoleta, improductiva, llegada a ese estado por diferentes motivos, se le compraba al propietario con la “generosa intención”, calificada alegremente de revolucionaria, de proteger a los trabajadores al servicio de ella, destinados a quedar desocupados y hasta perder sus derechos laborales. Lo que en verdad, terminaba siendo tirarle un enorme salvavidas a sus propietarios, quienes de paso, como explicaremos más adelante, no se mostraban agradecidos con aquello. Para terminar, aparte del fracaso o la quiebra, en un simple cambio de dueño individual del empresario privado al del Estado, un patrón, en buena medida como aquél, sólo que demasiado impersonal y por tanto por demás descuidado.
Gesto ese, que en la mayoría de los casos, se tradujo en mantenerla en funcionamiento improductiva por un breve lapso para, al final, cerrarla por obsoleta y quedar el Estado con la obligación de pagar una nómina improductiva. Gesto compensado con una brutal campaña opositora destinada a desacreditar al gobierno por “expropiador”, difundiendo la idea de haber despojado a sus dueños de su propiedad sin darle nada a cambio, mientras estos optaban por callar, para no desmentir al grupo político con el cual estaban identificados. Pues como suele decir un viejo amigo, una empresa no es sólo un galpón, unas máquinas, obreros y materia prima, sino ello comporta otras muchas cosas, como relaciones externas, más allá de ella, dentro de ella, materiales e inmateriales.
No obstante, se suele hablar de un buen número de expropiaciones en distintos espacios y áreas productivas por la violencia de lo coercitivo. Sin obtener a partir de ello, en la medida necesaria, buenos resultados, dado que una empresa o espacio productivo, no es suficiente para producir con éxito, dado se requieren otros elementos. Se habla de enormes fundos expropiados, antes productivos, para dejarlos en el abandono o estableciendo allí unas relaciones o formas de producción indefinidas y hasta impuestas que por lo mismo terminaron en el abandono y la soledad. Sé de casos de habitantes de la ciudad, “vueltos campesinos”, por la gestión de ellos mismos y hasta con aportes oficiales, que no pudieron adaptarse a esa nueva situación. Porque un propietario, patrón, obrero, campesino y menos una relación socialista no se crea de la noche a la mañana, no se inventa y menos por un decreto. Tampoco, como lo muestran los hechos, el estatismo es buena solución, sobre todo cuando se extiende más allá de los límites de la capacidad de manejar o administrar con propiedad. Se suelen quebrar empresas de propiedad estatal, lo que no es nada socialista, porque prevalece el interés del propietario que puede estar centrado en otra cosa o proyecto y quiebra a las otras por este, en el supuesto caso que hablemos de procederes sujetos al respeto, las buenas costumbres y el no confundir la propiedad estatal con los particulares intereses de quien la maneja o administra.
Siguiendo de acuerdo a lo anteriormente dicho, se sabe bastante bien, como se quebraron empresas, porque desde el poder central, se ordenaba a la administración de ellas, destinar toda su producción no al mercado, a quien les comprase, sino a determinados negocios, como Mercal, también del Estado, sin que recibiese a cambio y de manera oportuna el pago debido correspondiente. La empresa afectada, o los administradores de ella, puestos desde el más alto nivel estatal, es decir simples empleados de sus compradores verdaderos, no tenían los mecanismos, derechos ni autoridad, para reclamar lo correspondiente, mucho menos los trabajadores que nunca dejaron de ser los explotados de la clase propietaria y en consecuencia ningún derecho ni incentivo.
La violencia es un catalizador, como tal, puede acelerar un proceso, pero no lo determina y menos construye a cabalidad. Pudiera más bien, como suele suceder, desbaratar todo. Tanto que quienes la manejan, por no tener lo necesario, pertinente, a mano, terminen por excederse en el uso de ella, hasta intentando imponer la idea que lograron su tarea. Y lo peor, por lo nocivo de la violencia misma cuando es mal y hasta en exceso utilizada, pudieran terminar, hasta quienes la desatan, siendo ellos mismos víctimas de su propio engaño.
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