SANJUANES HABANEROS(Ciro Bianchi Ross)

APUNTES DEL CARTULARIO Ciro Bianchi Ross Sanjuanes habaneros Los bailes callejeros se extendían hasta la salida del sol. Entonces los bailadores se dirigían a las pocetas para tomar un baño completo o, al menos, mojarse los pies Durante la primera intervención militar norteamericana (1899-1902) se construyó el muro del Malecón hasta la calle Gervasio. En el primer gobierno del general Menocal (1913-1917) la obra llegó hasta más allá de la Casa de Beneficencia, en San Lázaro y Belascoaín. Se le robo entonces un pedazo al mar al rellenarse lo que fue la caleta de San Lázaro, aledaña al torreón y donde se bañaba los caballos de los establos habaneros. Se erigiría allí el monumento a Maceo y se construiría el parque. Más tarde, bajo la dictadura de Machado, el Malecón llegó hasta la calle G, en El Vedado, impulsado por Carlos Manuel de Céspedes, su dinámico ministro de Obras Públicas, a quien tanto debe La Habana desde el punto de vista urbanístico. En los años 50, el Malecón llegó ya a su límite natural de la desembocadura del rio Almendares. Antes de que el Malecón existiera, las casas que se edificaban en la acera de los pares de la Calzada de San Lázaro se levantaban sobre pilares y contaban con una especie de sótano abierto solo por el fondo que devolvía las olas. Hasta la calle Gervasio los arrecifes servían de contén natural. Desde allí hasta El Vedado el mar penetraba en los sótanos, y llegaba hasta San Lázaro en los espacios no fabricados. Numerosos pescadores levantaban sus casuchas sobre los arrecifes y no era raro que, por la tardes, las superficies planas del lugar sirvieran de escenario a apasionantes juegos de pelota, que debutaba como deporte nacional. Las fiestas de San Juan, en la víspera de cada 24 de junio, fueron, durante la época colonial y hasta los comienzos del siglo XX, una costumbre de la que los habaneros disfrutaban a plenitud. Desde la tarde del día 23 un público numeroso, proveniente de todos los barrios de la ciudad, empezaban a darse cite en la Calzada de San Lázaro y en los mismos arrecifes del litoral habanero. A partir de los cinco de la tarde una doble fila de coches de alquiler y particulares circulaban en viajes de ida y vuelta por la calzada mencionada, desde el Paseo del Prado, donde existía un café llamado El Tiburón, hasta la batería de la Reina, fortaleza emplazada en lo que hoy e el parque Maceo, frente al hospital Ameijeiras. En ventorrillos y casetas de madera, adornados con farolitos japoneses de variados colores, se vendían refrescos, frutas del país, comidas y golosinas, y en todas las casas de la calzada, desde la calle Cárcel hasta Belascoaín, se bailaban hasta bien entrada la madrugada. Los que no conseguían colarse en algunas de las fiestas que se organizaban en la casas particulares, lo hacían en las explanada de los arrecifes y en los alrededores de las “playas” o baños establecidos en la zona, pues entonces eran famosos y muy frecuentados por los habaneros, los de San Rafael de Romaguera, frente a la calle Crespo, el De los soldados, en Blanco, y los de La Madama, muy pequeños y sucios, frente a Gervasio. Sobresalía, entre ellos, los baños de los Campos Elíseos, a la altura de la calle Cárcel. Alcanzaba el San Juan su clímax a las doce de la noche del 23. Durante toda la tarde, en las bajadas hacia los arrecifes, grupos de personas habían estado levantando, con maderas viejas, pequeñas casas, castillos diminutos, embarcaciones insignificantes, siempre con un muñeco dentro que llevaba, adheridas al vientre, numerosas bombitas que explotaban cuando a las doce se daba la orden de encender la fogata que destruía todo aquello. La alegría entonces se hacía indescriptible. Las candeladas más famosas eran las de las esquinas de Galiano, Industria, Crespo y Cárcel. Pero no se limitaban a los arrecifes de San Lázaro, sino que, para júbilo de los más jóvenes, se repetían en muchos barrios de la ciudad. Esos bailes callejeros se extendían hasta la salida del sol. Gran parte de los bailadores se dirigía entonces a las pocetas para tomar un baño completo o mojarse al menos los pies pues es tradición que el baño de mar en el día de Sn Juan, cuando se inicia la temporada de playa, tiene virtudes diferentes a los del resto del año. -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/ Reply Reply All Forward

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