EL DOCTOR Y EL ESCANDALO(Ciro Bianchi Ross)

APUNTES DEL CARTULARIO Ciro Bianchi Ross El Doctor y el escándalo Más de 60 familias con apellidos franceses radican hoy en Baracoa, ciudad primada de Cuba y maravilla de la naturaleza insular. Sus antecesores llegaron a la villa en los días de la revolución haitiana. La ira de los esclavos los privó de casi todo lo que poseían en la vida, pero pudieron escapar de Haití con la cabeza sobre los hombros y, ya en Baracoa, propagaron sus modas y costumbres, su filosofía y literatura y se dieron a controlar la economía de la región, lo que consiguieron en buena medida. Baracoa es la primera de las siete villas que fundaron los colonizadores españoles en Cuba, y, de ellas, la única que mantiene su asentamiento original. Fue la primera capital de la Isla y, aunque la mayoría de sus edificios no son muy antiguos, sus calles y plazas mantienen el trazado que les dieron primeros pobladores. En su iglesia, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, se conserva el símbolo más antiguo del cristianismo en América, dejado por Cristóbal Colón en la zona en 1492, la llamada Cruz de la Parra. De las 29 cruces similares que, en diferentes lugares, plantó el Almirante durante su primer viaje al Nuevo Mundo, la de Baracoa es la única que se conserva. Está elaborada con madera de uvilla, árbol americano, y la pruebas de carbono 14 confirman su antigüedad. Cuando la capital de la Isla pasó a Santiago de Cuba, Baracoa inició un lento declive que la mantuvo en el olvido durante el siglo XVIII. De pronto comenzó a renacer. Y aquellos franceses llegados de Haití, dedicados en su nuevo asiento al cultivo del cacao y el café, fueron factores protagónicos en la prosperidad económica de la región. Tras esos franceses llegó a Baracoa el doctor Enrique Faber. Bien parecido, simpático, buen médico, el tipo no cejaba de jactarse de su condición de cirujano de los ejércitos napoleónicos. Su popularidad y prestigio crecían por día, era cada vez más numerosa su clientela y no faltaban, por supuesto, las muchachas casaderas ---y algunas casadas--- que suspiraban a su paso y lo hacían venir con el pretexto de cualquier indisposición repentina. El francés Faber, sin embargo, parecía escaso de apetitos. No gesticulaba ni alzaba la voz; no bebía aguardiente ni frecuentaba los lupanares. Su bondad era casi franciscana: cobraba a quien podía pagarle y asistía gratuitamente a los pobres. Tenía, si, una debilidad. Los ojos se le iban detrás de Juana de León, una criollita sensual y gratamente formada y a quien la cara le relucía como una moneda nueva. Un día, venciendo su timidez, el francés se acercó a la joven; lo correspondieron, los amores concluyeron en matrimonio y, como en los cuentos de hadas, los esposos vivieron muy felices hasta que la noticia corrió por la ciudad y la murmuración provocó la intervención de las autoridades. Sucedió que una esclava doméstica vio más de lo que debía y descubrió, espantada, que el doctor Enrique Faber era una mujer. La justicia decidió comenzar a partir de cero y dispuso que el doctor fuese reconocido por un grupo de médicos que por mera coincidencia eran los mismos a los que el francés había ido quitándole la clientela desde su llegada a Baracoa. Enrique Faber, ya más Enriqueta que otra cosa, supo lo que le esperaba con aquellos galenos que debían determinar su condición y confesó la verdad sobre su sexo en el intento de evitarse la humillación a la que la someterían sus colegas que le ordenarían despojarse hasta del último trapo para examinarla y palparla al derecho y al revés. Ni nodo. El reconocimiento fue tan inexcusable como riguroso y el resultado confirmó la acusación de la esclava. Luego, ante el oficial de justicia, Enriqueta dijo lo que tenía que decir: viuda, usurpó el nombre y los documentos de su esposo, médico militar, que le trasmitió sus conocimientos de medicina y una buena provisión de anécdotas de sus andadas con los ejércitos napoleónicos, y salió a probar suerte por esos mundo de Dios hasta que llegó a Baracoa donde la colonia francesa le garantizó trabajo estable y bien remunerado. Otra versión asegura que fue la propia Enriqueta vestida de hombre la que hizo estudios de medicina y se alistó en los ejércitos del Emperador. La Iglesia anuló el matrimonio y los tribunales condenaron a Enriqueta a diez años de reclusión en la Casa de Recogidas, en La Habana. Apeló ella sentencia y la Audiencia de Puerto Príncipe, al ventilar el caso. Fue benévola: debía servir, vestida de mujer, en el hospital habanero de Paula. Enriqueta escapó de ese centro asistencial en la primera oportunidad. La capturaron y enviaron a prisión y en ella estuvo hasta su deportación a Nueva Orleáns. ¿Y Juana de León? No renunció a las vanidades del mundo ni la abrumó la vergüenza. Después de todo no debió de pasarla tan mal con Enriqueta porque de haber sido así, hubiera pedido desde el comienzo la anulación del matrimonio. Ocho años después del escándalo contrajo matrimonio con un sujeto a quien se le tenía como un señor de recta e insobornable virilidad -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/

Comentarios

Entradas populares de este blog

CUBA NO ESTA FRACTURADA, A CUBA LA QUIEREN FRACTURAR

NOTA DE DOLOR

MEXICO DEFIENDE SU INDEPENDENCIA ECONOMICA(Hedelberto Lopez Blanch)