MADURO, CABELLO, DE BUENA FE ?PODER PARA QUE ? "LO MALO QUE LO HAGA OTRO" (Eligio Damas)

Maduro, Cabello, de buena fe ¿poder para qué? “Lo malo que lo haga otro” Eligio Damas Los cumaneses solíamos decir, “no te metas para que no aparezcas”. Tal expresión de la gente entre la cual me formé hasta llegada la etapa juvenil, cuando en mi tiempo no había otra opción, sobre todo para jóvenes “provincianos”, como se nos llama, según la vieja visión colonial, que queríamos y sentíamos necesidad estudiar, que irse para Caracas, para decir “estoy JPC, jodìo pero en Caracas”, siempre me ha gustado y no pierdo la oportunidad de usarla. Ella tiene muchas acepciones, como la de no meterse en asuntos que no convienen porque “uno no lleva las de ganar”, pero también si no sabes cómo manejarlos. Pues si eres honesto, formado con la rigidez moral de nuestros humildes hogares, complementado con la del grupo de amigos donde te desenvuelves y los principios que se derivan de tus lecturas, estudios académicos, como es el caso del docente, quien no se forma para trazarse como meta hacer dinero a “cómo dé lugar”, debes cuidar mucho no meterte en “camisa de once varas”. En “rollos” de los cuales nada sabes ni tienes los instrumentos como desatornillar, rebajar donde haya que hacerlo, en fin prestar un buen servicio. Eso del aventurero, advenedizo y hasta pirata, de asumir responsabilidades para las cuales no estoy preparado y asumir la vida y todo lo venga “a cómo salga”, no es de nuestro agrado, menos si en ello está en juego el destino de mucha gente. Si yo hubiese sido presidente, “¿Dios me salve la parte”, como gustaba a uno soñar cuando era chiquito, yo lo hice, viendo al corto tiempo que, por las razones que sean, sólo logro multiplicar las calamidades antes existentes, renuncio. Mi conciencia no hubiese soportado tal peso y ansiedad. Más si al paso de los años, para poder solventar o resolver los problemas que se han ido acumulando, me veo obligado a hacer lo que antes combatí y denuncié como contrario al interés nacional y a los factores a los cuales me siento comprometido. Y peor, si ese proceder es el único posible para “mejorar las cosas”, dado el estado deplorable generado bajo mi mandato, sin importar los motivos ni las verdaderas razones, pues algo malo hice o dejé de hacer para que se impusiese esa “lógica”. Por ejemplo, en materia de servicios públicos, siempre hemos defendido la posición que deben ser propiedad del Estado, hasta los viejos adecos hablaron de “los servicios fundamentales y empresas estratégicas. No diría exactamente cómo, por respeto a mí mismo. Por ejemplo, hablando como educador, si viese que siendo presidente, las escuelas públicas entran en estado de abandono, las privadas aumentan la matrícula a causa de ello, los maestros se ponen en mi contra por el mal del cual son víctimas, sin importar las “razones de fondo”, no dudaría un instante en poner mi renuncia. Pues es preferible, también para decirlo de manera coloquial, “si eso es inevitable, pues que lo haga otro.” En una celebrada película de Gilberto o Gillo Pontecorvo, cineasta italiano, protagonizada por Marlon Brando, titulada "Queimada", se ofrece una escena que sugiere una reflexión profunda acerca de los fines del poder. Un jefe guerrillero victorioso, sentado en una silla rococó y asediado por los reclamos de los diferentes sectores sociales que habían sido burlados por el viejo régimen, medita y se pregunta con angustia ¿qué hacer? Al cabo de unos días, sin respuesta a la mano, el genial e invicto guerrero retornó con sus huestes a la montaña. Abrió un nuevo frente y un paréntesis para dilucidar un problema profundo ¿qué hacer con el poder? Llegado un momento se vio rodeado, en su intimidad, por una cantidad de gente, que formaban su entorno, gabinete, allegados y hasta allí llegados por efectos de la realidad, dando con aquella la imagen de lo que era el Estado, ese mecanismo que tiene vida y hasta sus irrenunciables querencias y derrotes, para decirlo en el lenguaje toreril, que le imponían un hacer, una conducta ajena a lo que había soñado y contraria a lo que tenía pensado antes de subir a la montaña. Y lo que fue peor, aquello le ataba y le impulsaba a hacer todo lo contrario de lo que había soñado. Y supo que sus sueños nada tenían que ver con aquellas fuerzas, cerco en la que realidad jugaba un rol determinante. Como también supo que debía optar por seguir el paso y dirección que aquellas circunstancias le imponían o dar un paso a un lado, renunciar y no prestarse para aquello o ceder. Prefirió irse o volver a la lucha a esperar nuevos tiempos. Para aquel legendario comandante, el acceso al poder de nada sirvió, no sabiendo manejar las herramientas del cambio positivo ni dadas las condiciones inherentes a su sueño. Quizás alguien se sienta inclinado a pensar que ese planteamiento no pasa de ser un idealismo o una simple expresión poética. Que nada tiene que ver con el mundo real. Es posible, pues el hombre es muy cambiante, tal como lo es la vida y hay quienes tienen una enorme capacidad de adaptación y hasta les sirve aquello de “agarrando aunque sea fallo”. Y esto no es malo en sí mismo, es necesario saber con exactitud qué agarramos y para qué. No obstante, el poema de Pontecorvo es un simbolismo, una abstracción referida al mundo cotidiano. No es una simple cuestión de retórica construida al gusto de los intelectuales. Es un lugar común entre nosotros el ofrecer de todo en las campañas electorales. "Acabaré con el hambre y meteré en cintura a los especuladores", dice con demasiada frecuencia el discurso electoral. "Haremos esta sociedad más justa, una más equitativa distribución de la riqueza y abriremos camino al desarrollo", expresa otro sin el más mínimo rubor. Muchas de estas promesas, pese a lo que gran parte de la gente crea, se hacen, de un lado u otro, con la mejor buena fe. Es natural creer que más de un cara dura solo habla por hablar; y por algo peor que eso, engañar de manera flagrante. Pero no hay duda que unos cuantos son "sinceros". Pero éstos últimos son tan peligrosos y nocivos como los otros. Pues eso se suele decir, como ya está escrito, de “la mejor buena fe”, pero sin plan alguno ni conocer exactamente el movimiento de la vida y el modelo, sino sólo por expresar un sueño y buen deseo. Tanto que, llegado esos al poder, no tienen la valentía y honestidad del personaje de Pontecorvo, sino que se entregan al poder del Estado, al ritmo que este impone que no es otra cosa que entregarse a la clase o clases dominantes y bailar al que ellos impongan. No es sólo con discursos de feria y de buenos deseos que cada sociedad cambiará de manera que las cosas sean mejores y las relaciones humanas más solidarias y..... ¡eso, más humanas!; que la productividad permita el equilibrio necesario y apreciado entre la rentabilidad y la felicidad; que la sociedad crezca y crezcan los humanos Es importante tener la respuesta apropiada a la interrogante del viejo guerrillero, ¿ qué hacer? Pero es triste saber que muchos que acceden al poder jamás se torturan de esa forma. La soberbia es mayúscula. Creen saberlo todo y en todo caso, se conforman con obtener el aplauso de la camarilla. Y por eso, con ella y para ella trabajan. Y se está en el poder, no solamente cuando se ejerce o maneja al ejecutivo, que si bien es importante, no obstante es apenas una parte de aquel. Se es parte del poder de otras formas y a veces hasta se ignora esta circunstancia. El legendario guerrillero de Pontecorvo fue un Quijote y como éste, hasta un tonto que no conoce los secretos del poder. Así piensan los pragmáticos, los cínicos y los equivocados de buena fe. Pero en verdad, el verdadero Quijote se las sabía todas, tanto que se rio del mundo, de los viejos combatientes al “servicio de la justicia”, de las clases dominantes y de los héroes de pacotilla que sirvieron a los poderosos y sus propios intereses personales. El soberbio que, de vez en cuando, lee los periódicos o recuerda un viejo discurso escuchado por allí, en alguna parte, en sus peroratas de feria habla del Quijote y lo pone de su parte. Los verdaderos quijotes, que se creen héroes y justicieros, suelen ser muñecos o arlequines.

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