EL ATRIBUTO DEL ERROR(Lorenzo Gonzalo)
El atributo del error
Por Lorenzo Gonzalo, 28 de mayo de 2022
Un patético común denominador de la política exterior estadounidense ha sido el error. A veces pensamos que sólo su poderío ha compensado las faltas.
La equivocación en política internacional convertida en norma, especialmente para la educada Europa origen del liberalismo y donde surgieron los primeros Estados nacionales, es un lujo que sus países no pueden darse sin consecuencias.
Respecto a Cuba guarda un récord difícil de igualar. Comenzó cuando ocupó la Isla luego de declararle la guerra a España injustamente para liberarla de la dependencia española, cuando en realidad tenía pretensiones colonialistas y querían demostrarle a Europa que este Hemisferio era de su exclusivo dominio.
El ciudadano de la Isla en aquellos tiempos no odiaba a España, simplemente reclamaba su independencia política ante la negativa española de otorgarles igual representatividad que al resto de la península ibérica. Su población era hija de españoles, excepto los africanos traídos como esclavos para realizar las labores manuales. Como hijos legítimos reclamaron un legado que, en su momento, no les fue concedido, conduciendo eventualmente a la rebelión y más tarde a la liberación. Un proceso similar, en líneas generales, a lo ocurrido con la Norteamérica estadounidense.
Aquella intervención se transformó en ocupación armada y territorial. La explicación del error no es asunto del presente trabajo, pero sus consecuencias fueron nefastas para las relaciones entre ambas naciones.
A penas transcurridas las primeras cinco décadas, con altas y bajas, ocupaciones y revueltas y con un cumplimiento relativamente ortodoxo del juego político establecido por un sistema copiado a imagen y semejanza de Estados Unidos de Norteamérica, se produjo la primera gran violación de las normas en vigor.
Fulgencio Batista quien, de simple sargento, en un principio había conducido una justificada revuelta del ejército en la década del treinta, devenido en general sin batallas y con sobrada picardía y dotes de mando, alcanzó la presidencia en las elecciones de 1940 y luego, en 1952, injustificadamente, dirigió el primer y único golpe de estado de la república a medias nacida de la ocupación estadounidense. Las anteriores anomalías políticas fueron de otra naturaleza, entre ellas la reelección por decreto, contrario a lo establecido en la Constitución de 1901, del general Gerardo Machado y Morales, lo cual originó la primera gran insurrección popular posterior a la independencia.
Con el proceso revolucionario el rosario de errores cometidos por Washington ha sido motivo de muchos libros. El más destacado en los últimos treinta años es el manejo de la política migratoria cubana, alentada con los beneficios y privilegios ofrecidos a los cubanos que ingresan ilegalmente a Estados Unidos.
Esa migración no la inventó el proceso revolucionario. Fue diseñada por Washington y concebida como un medio de desestabilizar la economía del país, cuya instrumentación a gran escala comenzó apenas transcurridos el primer año y medio del triunfo revolucionario.
Ante las agresiones y el drenaje de profesionales y mano de obra, el gobierno de facto cerró las fronteras, prohibiendo viajar a otros países. Ese proceso duró hasta la caída del Muro de Berlín y la llegada de lo que Fidel Castro llamó “período especial en tiempos de paz”.
A partir de ese momento el gobierno eliminó las trabas de viajar al exterior y despenalizó las salidas ilegales, previamente prohibidas y vigiladas. La decisión provocó un desequilibrio migratorio para Estados Unidos quienes, sorprendidos por la inesperada disposición, no tuvieron más remedio que recibir cuanto cubano llegaba a sus costas y darles el tratamiento que diseñaron con la finalidad de desestabilizar la economía laboral interna de Cuba. Aquella estrategia diabólica de Washington se convirtió en un bumerang.
Todos los diseños para derrocar al gobierno de La Habana han terminado en fracaso, no sin antes ocasionar enormes sufrimientos al pueblo cubano y dificultar al gobierno en la tarea de gobernar con la deseada eficiencia.
Luego de acuerdos posteriores con las autoridades cubanas para detener esa oleada marítima de gente, se vieron amenazados por otros que ingresaban a través de la frontera mexicana y canadiense. Entonces mediante un nuevo acuerdo accedieron a otorgar 20,000 visas anuales a los cubanos que participaran en un sorteo diseñado para quienes desearan emigrar. Entre altas y bajas continuaron llegando ilegales, pero en menor número porque ningún país otorga fácilmente visas a los cubanos por el temor que decidan quedarse en sus territorios.
Maniobras diversas, de cubanos de origen con espíritu de revancha y cargados de un odio visceral que les destruye el alma, entorpecen por temporada acuerdos y conversaciones constructivas que surgen ocasionalmente entre ambos gobiernos. En medio de esa navegación diplomática incierta llegó la pandemia, la cual fue aprovechada malignamente por los grupos revanchistas para crear mayores dificultades.
Se eliminaron totalmente los viajes, se suspendió el otorgamiento de las 20,000 visas, se prohibió ayudar a Cuba ante las dificultades de la pandemia y contrario a una lógica humanitaria elemental, se arreciaron las sanciones en su contra con la intención de ahogar a su población en hambrunas y enfermedades, con la cruel esperanza que, agobiada por las dificultades, se lanzará a las calles, produciéndose una carnicería bajo la represión militar de las fuerzas armadas y se justifique una intervención militar de Estados Unidos.
En medio de esas presiones, algunos países centroamericanos comenzaron a ofrecer visaje libre para todo cubano interesado en visitarlo. Entonces miles de ellos solicitaron visas, pero no para hacer turismo, sino para emprender viaje por tierra hasta Estados Unidos. Una vez traspasada la frontera se quedan allí, recibiendo incluso ayudas monetarias, gracias al entramado de leyes elaboradas para dañar al gobierno cubano activando aún más el bumerang vengador que los golpea incesantemente sin hallar solución para el particular. Transitando por ese enredo han llegado a tierras estadounidenses más de cien mil cubanos.
Ante tal crisis, Washington ha reaccionado volviendo a levantar sanciones que habían sido previamente superadas desde épocas de Obama, pero eliminadas por Trump. Biden por cobardía política, ante las presiones de gente que son capaces de arrancarse un ojo por ver ciego a su vecino, mantuvo la prohibición desde su llegada a la presidencia, contradiciendo así sus ofrecimientos de campaña electoral.
Pero fieles a esa tendencia al error en política internacional (especialmente en la actualidad), la nueva presidencia estadounidense ha convocado la Cumbre de la Américas para el mes de junio, excluyendo a Cuba, Venezuela y Nicaragua del evento. Eso ha originado la protesta de países del hemisferio y la renuncia a participar de otros.
Ante este último fracaso, decidieron invitar a algún funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba con el propósito de enmendar el entuerto. El gobierno cubano, ni lento ni perezoso, se apresuró a declarar que, en ninguna circunstancia, acudiría a dicha Cumbre, ganándole una vez más la partida política al coloso norteño.
Estados Unidos se ha olvidado que vive en un siglo donde un año de vida equivale a veinte del anterior. Que todo, como decía Heráclito, cambia y los vasallos de ayer son los protagonistas de hoy.
Si analizamos con frialdad los sucesos mencionados podemos decir que Cuba le gana siempre a Washington en decencia y honor ante las sucias jugadas fundadas en su poder. Los mayores problemas de la Isla, amén del embargo-bloqueo, es su ubicación geográfica cerca de Estados Unidos y en segundo lugar no tener la abundancia y cantidad de recursos naturales de un país medianamente favorecido por la naturaleza, para enfrentar, ante las agresiones de su vecino, el aislamiento que le ha sido impuesto injustamente.
Bochorno debía darles a los políticos inescrupulosos que dirigen en Washington los destinos de este inmenso país porque si tuvieran un ápice de vergüenza no apoyarían políticas de esta naturaleza en los umbrales de una época que se habla de viajeros espaciales, con la misma naturalidad que se hablaba de viajes intercontinentales hace ciento cincuenta años.
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