POR MI COMPANERA , ANA SOFIA VALENCIA DE DAMAS(Eligio Damas))
Estoy como un enorme cascarón vacío, una vieja casa abandonada
Eligio Damas
Por mi compañera, Ana Josefina Valencia de Damas,
recientemente fallecida.
Sé bien es poco probable a nadie le interese esto. Demasiadas calamidades y preocupaciones tiene la gente hoy en Venezuela, para que uno cometa el atrevimiento y hasta desacato de, en lugar de ayudarla a encontrar o elaborar respuestas, abrumarla con nuestros sentimientos y dolores personales. Pero el hombre tiene distintas formas de aliviar sus pesares y cuando uno, por años, ha estado atado a esta actividad de escribir, también halla en ella una manera de escapar, aunque sea por momentos, aliviar los dolores y penas que nos agobian. Es una manera de descargarse sobre todo cuando pareciera que nada más nos interesa y menos llama la atención; pues el dolor, los viejos, grandes y pequeños recuerdos a uno agobian y no le dejan espacio, un momento para nada distinto.
Pido perdón a quienes por largo tiempo han tenido la paciencia y amabilidad de leerme y a quienes por primera vez lo hagan, hable de esto tan personal que sólo a mí y los míos interesa. Pero en este instante y en todos estos días, estoy como desconectado del mundo real, perdida la sintonía con la cotidianidad que es inherente a todos y hundido en mi dolor y soledad. Pues pese el sentirme rodeado de mi pequeña pero hermosa familia, el vacío dejado por la partida del amor más grande de mi vida, por ahora es difícil de llenar.
Por lo anterior puedo decir que no me incomoda o apena, más bien percibo la ventaja de poder hacerlo, de expresar por este medio el inmenso dolor que me embarga y mi triste estado, como el de un enorme cascarón vacío o una vieja casa antes alegre y llena de optimismo, pese sus moradores llegados a la vejez y hasta estén sometidos a las privaciones de la mayoría de los venezolanos de ahora. Quizás esto me sirva para recuperar mis fuerzas y entusiasmo y poder seguir ayudando o haciendo lo de antes, que no ha tenido otra finalidad sino de intentar contribuir a abrir caminos y fortalecer las esperanzas de lo mejor de Venezuela y aquellos que esto más ansían.
Mi compañera murió de manera inesperada y repentina pocos días atrás y yo no sé si estoy vivo, si esta vida de ahora podré soportarla por mucho tiempo, habiendo perdido a quien desde hace muchos años era mi mayor fortaleza. A los 84 años que ahora tengo, en medio de este oscuro túnel en el cual estoy atrapado, puedo decir que supe lo que es el verdadero amor y el haber vivido con alguien casi perfectamente conectado. Pero quizás por eso mismo, fue nuestra vida como un edificio, una estructura donde cada una de las bases se complementan para soportar el peso de la vida. Ella, mi amor y yo el suyo, desde que casi saliendo de la adolescencia nos conocimos o mejor desde que le vi por primera vez, sin que ella hubiese reparado en mí, en aquella vieja casa de pensión, conocida como la quinta “La Araucana”, en la urbanización “El Paraíso”, cercana al Instituto Pedagógico de Caracas, se fue cuando recién habíamos cumplido 57 años de casados, después de haber sido novios durante 4, lo que suma la enorme cantidad de 61 años estando juntos y haber compartido todo, nuestro amor, el de nuestras dos únicas hijas y tres nietas que nos han llenado de orgullo y contribuyeron más a nuestra unión e inconmensurable amor.
La conocí y nos hicimos compañeros en los inicios de la dura década del sesenta del siglo pasado. Compartimos nuestro amor con las mismas luchas por lo que creímos justo, pese nos hayamos equivocado en mucho. Los dos nos formamos para la docencia y por largos años también compartimos esa misma causa.
Fue ella mi mayor fortaleza, pese su pequeña estatura. Fue para mí siempre, hasta ahora mismo en la vejez, una bella mujer y lo fue en todos los sentidos. Muchas cosas más a las antes dichas nos identificaron. Ella nació en la costa sucrense, en el pequeño pero bello, casi paradisíaco, pueblo de Río Caribe y yo en Cumaná, accidentes estos que sirvieron para identificarnos más. Hay muchas cosas de la vida cotidiana que también unen y nosotros a mucho de eso tuvimos la suerte de tener acceso. Ella y yo nacimos y formamos en humildes hogares, pero ya cuando nos conocimos también habíamos asimilado muchas cosas, por demás bellas que nos unieron más, como el amor por nuestro país, la literatura, la música clásica, pintura, el baile clásico, la música venezolana y los bellos paisajes que en nuestro país abundan y un muy parecido concepto acerca de la igualdad y la justicia.
Quiero llorar por este medio, no me apena, en absoluto. Me hace feliz o mejor me enorgullece o me achica el dolor, poder decir lo que hasta ahora he dicho y lo que mis limitaciones me dificultan para decirlas con la belleza que sería menester y mi linda compañera merece. Pues, sin duda tuve la inmensa fortuna de unirme a una hermosa, tenaz, compañera y un inmenso amor. La vida fue demasiada generosa conmigo, muchas cosas bellas me dio y pensar en esto y poder decirlo por este medio, y en este momento que lo escribo, compensa mi dolor. He recibido demasiado.
Fue ella una fuerza enorme, una voluntad siempre a toda prueba, pero lamentablemente la vejez y las debilidades que siempre carcomen a los más fuertes robles, la fue venciendo. Hasta yo mismo, como mi familia toda, hemos sido lo que somos gracias a su fuerza y su belleza. ¡Nunca vamos a olvidarte amor mío! Tus hijas y tus nietas están orgullosas de ti, sienten que fuiste una presencia demasiado hermosa en nuestras vidas. Fue lindo, una seguridad enorme y hasta un bello premio haberte tenido.
Mis lectores, los de muchos años, sabrán perdonar que sobre esto tan personal hable, me hace falta, mitiga mi inmensa pena. Pero también me sirve para advertir que no he abandonado mis luchas, ilusiones, deseos de ayudar a mi causa. Si callo, como he estado callado estos días, es porque la pena y el dolor me agobian. Me repondré, ella me ayudará a hacerlo y mi compromiso con mi país, que contraje desde que tuve la fortuna de nacer, alentado por mi hermoso padre y mis maestros, amigos encontrados a lo largo de la vida, los que supe distinguir y escoger y ellos generosamente me escogieron y el recuerdo de mi invalorable amor, me obligan a levantarme y decir como Machado, “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Además, seguro estoy, es eso lo que ahora de mi esperaría.
Frase esa, la del poeta Machado, que para mí, por distintas razones, las muy personales, como la de haber perdido a mi compañera, pero tener unas hijas y nietas a quienes ayudar, pues son para mi otro motivo de orgullo, lejos de convertirme en una carga y las inherentes a la responsabilidad que tengo como ciudadano de una bella patria, la que parió por intermedio de su más notable hijo, Simón Bolívar, la idea de unir a nuestro continente, formado por lo que él mismo solía llamar “las antiguas colonias españolas”, me incitan a continuar contribuyendo a buscar esos caminos que, en veces, parecen extraviados.
Perdonen todos esta, quizás para muchos, insustancial perorata, pero siento necesidad, hasta angustia por decir lo que he dicho. Al final, las lágrimas inundan mi arrugado rostro.
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