La Plaza del Vapor Desde 1818 ocupaba la manzana comprendida entre las calles de Reina, Dragones, Águila y Galiano, un edificio que albergaba carretillas y casillas que surtían de productos del agro a esa parte de La Habana. Por el lado de Galiano había una fonda en la que su propietario, en una de las paredes del establecimiento, había hecho pintar un cuadro que representaba al buque Neptuno, el primer barco de vapor que operó en Cuba y que hizo viajes entre La Habana y Matanzas, a partir de 1819. Esa Plaza del Vapor, como se le llamó en virtud de aquella pintura, fue totalmente reconstruida en 1836. De la remodelación emergió un edificio de vastas proporciones y no exento de elegancia caracterizado por sus colosales arcadas de sillería, alta bóveda, bellos antepechos y una fachada monumental asomada a la calle Galiano. Se llamó a este edificio Mercado de Tacón, por el Capitán General actuante, pero para los habaneros no fue nunca más que la Plaza del Vapor, y tanto arraigó ese nombre en el imaginario popular que hoy, a casi sesenta años de la demolición de aquel inmueble, así se le sigue denominando al espacio ocupado desde entonces por el parque de El Curita. En 1918, la Plaza del Vapor dejó de ser mercado a abasto y consumo, y los vendedores se trasladaron a los terrenos de la desaparecida estación de trenes de Villanueva, donde se construiría el Capitolio. Fue entonces que se derribaron las armazones de hierro del patio y ese espacio sirvió para que con el tiempo se celebraran allí juegos de pelota o de fútbol. Fue el diamante del Deportivo Tacón, equipo de la barriada que gozó de un popularidad enorme porque en él jugaba una inquilina de la Plaza: Eulalia González, más conocida por Viyaya. La muchacha se desempeñaba en la inicial como cualquier consagrado. Y no solo en la Plaza, sino en los más renombrados placeres de la capital y aun en algunas localidades del interior en las décadas de los 40 y los 50. Jugó Viyaya varias posiciones y hasta lanzó, pero donde de hizo célebre fue en la primera base. Dice Elio Menéndez, Premio Nacional de Periodismo: “Era tanto lo que levantaba con el mascotín que, para levantar el interés del espectáculo, los directivos de la Liga Cubana la invitaron en ocasiones a las prácticas que precedían a los desafíos oficiales, de manera que el público contribuyente disfrutara viéndola recibir los escopetazos de los profesionales”. Sobresalió Viyaya más a la defensiva que al bate, aunque tampoco fue un out vestido de pelotero. Los pitcheres rivales no tenían consideración con ella. Ningún lanzador veía bien que una mujer le bateara y para evitarlo le arrimaban la bola, lo que dio origen a muchas trifulcas. En abril de 1947 vino a Cuba el empresario norteamericano Max Carey con dos grupos de pelota conformados por mujeres, y firmó a Viyaya para que jugara en Estados Unidos. La cubana fue y regresó al poco tiempo para seguir jugando en los terrenos de la capital, principalmente en la Plaza del Vapor. Con el tiempo la Plaza volvería a ser mercado, sin contar que sus portales nunca dejaron de serlo. Lo ocupaban pequeños locales donde se expendían frutas, mariscos, pescados, zapatos, sombreros…y otros dedicados a los servicios, mientras que los pisos superiores se destinaban a viviendas; unas doscientas habitaciones. Pero la Plaza del Vapor fue sobre todo el mayor expendio de billetes de toda la Isla Se calcula que allí se vendía más de la mitad de los boletos que semanalmente emitía la Renta de la Lotería Nacional. Cuando en 1947 se clausuró el Mercado de Colón, sito en la llamada Plaza del Polvorín, porque se proyectó edificar el Museo Nacional de Bellas Artes en ese espacio comprendido entre las calles Zulueta. Monserrate, Ánimas y Trocadero, los comerciantes que allí se asentaban se trasladaron al patio central de la Plaza del Vapor. Cuando en los años iniciales del triunfo de la Revolución, la Plaza del Vapor, clausurada por el Ministerio de Salubridad, también dejó de existir, los que operaban en sus predios fueron a parar a casetas de zinc y madera construidas en el terreno de la calle Amistad entre Estrella y Monte, donde estuvo el café de Marte y Belona y la famosa academia de baile del mismo nombre. El espacio que dejaba la Plaza lo ocuparía un edificio que llevaría el nombre de América Latina y que se anunciaba como el más alto de ese continente. No pasó del proyecto.

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