EL ANDARIN CARVAJAL( Ciro Bianchi Ross)

Ciro Bianchi Ross El andarín Carvajal El andarín Carvajal sigue vivo en el imaginario de los habaneros, que suelen recordarlo con una frase: “Caminó (o caminé) más que el andarín Carvajal”. Incluso ya viejo y enfermo recorría largas distancias. No podía dejar de hacerlo. Corría y “pasaba el cepillo”. Vivía de eso y de los modestos empleos de portero y conserje que conseguía. Félix Carvajal Soto amaba sincera y desinteresadamente el deporte y pese a carecer de orientación en sus entrenamientos, tenía condiciones excepcionales para las carreras de fondo. Nació en 1867 en la esquina de Águila y San Lázaro, pero sus años iniciales los pasó, junto con su familia, en San Antonio de los Baños. Aprendió a leer y a escribir ya de adulto, y también aprendió inglés. Recordaban los que lo conocieron que tenia una facilidad extraordinaria para los idiomas y podía entender y hacerse entender en varias lenguas. Fue en San Antonio donde se anotó su primera victoria como corredor al derrotar al maratonista español Mariano Bierza que iba de pueblo en pueblo jactándose de su resistencia. Un domingo a las siete de la mañana, en un parque abarrotado de vecinos curiosos, comenzó la carrera. A las cinco de la tarde el español abandonó la competencia. Carvajal corrió hasta las siete de la noche. En 1904, ante la proximidad de las Olimpiadas de San Luis, Carvajal pidió ayuda al gobierno del presidente Estrada Palma a fin de hacer el viaje y representar a su país. Se la negaron. Hizo entonces exhibiciones y colectas y llegó a Nueva Orleáns, desde donde en tren pensaba viajar hasta San Luis. Pero allí, en prostíbulos y juegos de dados, gastó todo lo que llevaba. No se desanimó y a pie emprendió los 1200 kilómetros que lo separaban de la ciudad olímpica. Fueron diez días sin descanso y sin más comida que la que lo ofrecían familias generosas y las frutas que podía coger a lo largo del camino. Llegó a su destino minutos antes de que se iniciara la carrera y logró inscribirse en representación de los colores del patio. Encontró un inconveniente: carecía de ropa apropiada para la competencia. El problema se resolvió cuando un atleta norteamericano, con unas tijeras, convirtió en un short el pantalón del andarín, y cortó las mangas de su camisa para hacer de ella una especie de camiseta. Solo sus pesados zapatones no hallaron solución. De cualquier manera, nadie apostaba por aquel cubanito flacucho y de apenas 1,52 metros de estatura. Solo 27 de los 38 atletas acreditados ocuparon sus puestos tras la línea de arrancada. El trayecto escogido era complejo y difícil, con no pocas elevaciones y tramos sin pavimentar en los que se avanzaría sobre la roca viva, dificultades que se acrecentaban con el calor, la falta de agua y el polvo que levantaban los automóviles donde viajaban jueces y periodistas. Encabezó el cubano la justa durante los diez kilómetros iniciales y siguió de primero en los diez kilómetros siguientes. Llevaba el andarín varios días sin comer y el hambre atenazaba su estómago. Mientras corría veía los manzanos pegados al camino. No pudo más y se detuvo a comer, sin importarle que las manzanas estuviesen verdes. Comió hasta saciarse y prosiguió la carrera. Las manzanas verdes, sin embargo, unidas al estómago estragado y el hambre vieja le pasaron la cuenta. De pronto el dolor de estómago se le hizo insoportable y los retortijones apenas le permitían dar un paso. Salió el andarín de la pista y se agachó detrás de un árbol. Pensó que el malestar había pasado y volvió a la carrera. Pero tuvo que salir de ella una y otra vez. Aun así, quedó en cuarto lugar, que pasó a tercero cuando los jueces descalificaron al corredor que alcanzara el primer puesto al comprobarse que había hecho en automóvil parte del trayecto. Decide permanecer en Estados Unidos. Trae a su regreso, trofeos y medallas que lo acreditan con triunfador en competencias de San Luis, Washington, Chicago y Missouri. Llegaban las Olimpiadas de Atenas y los aficionados pedían a gritos que Cuba estuviese representadas en ellas por el esgrimista Ramón Fonst y por Félix Carvajal. Son los días de la segunda intervención militar norteamericana y el andarín no quiere humillarse pidiendo al procónsul extranjero dinero para el viaje. Recurrió entonces el andarín a la colecta y llegó a Atenas, pero ya carrera de maratón había pasado. Inicia entonces un recorrido por Europa. Madrid, Barcelona, Roma, Milán, París… lo aplauden por su elegancia y limpio desempeño en la carrera y regresa a Cuba, asegura la prensa, con más de cincuenta medallas y trofeos, pero tan pobre como se fue. En 1928, en La Habana, corre en torno a la Manzana de Gómez durante seis días con sus noches, alimentándose solo de jugo de naranja. Da 4375 vueltas comprobadas alrededor del edificio. El 1 de enero de 1930 iniciaba otra impresionante proeza al disponerse a recorrer los 1139 kilómetros de la Carretera Central desde Pinar del Río hasta Santiago de Cuba. Regresó a La Habana a pie, y añadió a su hazaña el tramo de ida y vuelta de Pinar del Río a Guane. Un maratón de 2300 kilómetros. Bajo el puente de La Lisa tenia alquilado el andarín un terrenito por diez pesos mensuales. Allí cultivaba los frutos menores que luego trataba de vender a los puestos de vianda cercanos; si no lo conseguía, igual, los regalaba a sus vecinos. Allí tenia su choza y el carrito que le mandó a hacer el coronel Batista en la Armería Nacional. Parecía un automóvil, pero tenía ruedas de bicicleta. En sus desplazamientos, el andarín lo empujaba de día y le servía de dormitorio si la noche lo sorprendía lejos de casa. En una bandera cubana que mantenía cerca de su cama había prendido todas las medallas ganadas. Un día la vaca de un vecino rompió la endeble cerca y penetró en el predio de Carvajal arruinando sus sembrados. Intentó el propietario del animal una disculpa que él andarín, hombre de muy mal genio, aceptó. Llegó incluso a golpearlo. Insistía en personarse con la vaca en el cuartel de la Guardia Rural para que allí exigieran cuentas al dueño de la bestia. En medio de la discusión, que iba subiendo de tono, el andarín se desplomó. ¡Una embolia! gritaron los vecinos. Eran las siete de la tarde del 27 de enero de 1949. En la Casa de Socorros de Marianao, el médico de guardia, en verdad un estudiante de apellido Cabrera, escribió debajo del número 451 del Registro: “Félix Carvajal, blanco, cubano, de 82 años de edad… Al examen médico presenta los síntomas reales de la muerte…” Días antes, y con los dolores y molestias propios de un hernia inguinal, circunvaló La Habana con el corredor argentino Guerrero. Terminaron en el Gran Stadium del Cerro ---Latinoamericano--- donde dieron varias vueltas antes de que se iniciara el juego de pelota. El público, puesto de pie, lo ovacionó durante largos minutos. Dijo el andarín: “Hice esto porque di mi palabra y nunca he faltado a ella y también para que todos vean que el andarín Carvajal corre todavía”. -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/ Reply Reply All Forward

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