DE LA CABILLA DOCTRINARIA DE JUAN HERRERA AL PRESIDENTE OBRERO. ?POR QUE FEDECAMARAS NO SE CUADRA CON MADURO?(Eligio Damas)
De la “cabilla doctrinaria” de Juan Herrera al presidente obrero. ¿Por qué Fedecàmaras no se cuadra con Maduro?
Eligio Damas
Así como en las villas europeas nació el artesano, el taller artesanal, el ayudante del artesano, es decir, empezó a emerger el capitalismo y sus clases, no impuesto ni construido eso por Estado alguno, sino por la gente en su lucha diaria por la subsistencia, así mismo, cuando las relaciones capitalistas crecieron, se extendieron e impusieron y con ellas la lucha específica de clases entre el amo de la fábrica, mina, etc., y sus obreros, nacieron los líderes de los trabajadores, por sus intereses inmediatos, básicamente el salario, hasta llegar a la consolidación del sindicalismo y los sindicatos.
Los sindicalistas y los sindicatos, en buena medida, nunca han rebasado, en el modelo en el cual nacieron, la aspiración implícita en la determinación de las condiciones laborales o en el mejoramiento del salario y otras condiciones relacionados con el trabajo mismo, la subsistencia del trabajador y su familia.
Con posterioridad, cierto sindicalismo, concibió la idea, que las luchas del trabajador se vinculasen a la inherentes a la construcción de una sociedad nueva, una donde el trabajador fuese el centro de la vida en función del valor de la fuerza de trabajo. Y así nació un nuevo sindicalismo, vinculado a la lucha por el poder y control del Estado, interés distinto a aquel que se siguió llamando economicista y reformista, porque entre quienes le componen, sus aspiraciones no son trascender el modelo, sino que el empresario aumente proporcionalmente, de la inmensa torta del beneficio del trabajo, la pequeña parte que destina a sus trabajadores y entonces empezó a hablarse del sindicalismo “revolucionario”. De esta manera, el interés de los trabajadores, por asuntos de clase, encontró aliados en la clase política y los intelectuales que hallaron la forma de vincular una cosa a la otra. Pero poniendo énfasis más en llegar al control del Estado que en impulsar cambios en la sociedad a partir de la fuerza, conocimiento y experiencia de los trabajadores en lo relativo a las relaciones de producción.
En verdad, si se revisa la historia del sindicalismo en Venezuela, para no complicar el tema y hacerlo incomprensible, es por demás difícil, hallar muestras que, en la práctica convenzan, que hubo o ha habido, en la historia de nuestras luchas sindicales, de una frontera que separe unos de otros. Las divisiones de los frentes sindicales, desde los tiempos del General Medina, como que la izquierda creo su propia central obrera, distinta a la de los partidos ligados al gobierno de turno o los partidos asociados al modelo, no dieron parto a un sindicalismo que rompiese con el economicismo y formulase en las contrataciones, propuestas ajenas, que tuviesen fuerza e intención de cambio. Siguieron siendo tan economicistas como los sindicatos que llamaban de la derecha.
Y eso aconteció así, porque el asunto no era ni es, tan simple ni mecánico, como al parecer todavía se cree. Porque el sindicalismo, no está ni ha estado asociado al proceso productivo, sus dirigentes no son obreros, aunque lo hayan sido, sino gestores entre la clase y el patrón. El sindicalismo, de izquierda, pese en el discurso adverse el modelo, no ha hallado la forma de ganar a los trabajadores para que estos se inserten en una lucha que, vaya más allá de mejorar sustancialmente “el contrato”, como, por ejemplo, intentar ganar participación en el capital de la empresa en nombre, no de individualidades, sino del colectivo. Porque el sindicalista no está inmerso en la cotidianidad del trabajador y, siendo un desclasado, no tiene instrumentos prácticos, existenciales como para conducir un trabajo que genere una nueva forma de producir, como tampoco lo están, porque no quieren serlo, son ajenos a esos, los estudiantes, intelectuales, etc., partidarios de “transformar la sociedad”,
Ese sindicalismo entonces optó por vincularse a los partidos, con la creencia casi absoluta, que la idea de la lucha contra el modelo, pasaba por hacerlo contra el gobierno en primer término, contra la clase que controlaba el capital, en favor del partido y particularmente su cúpula dirigente. Pues la idea es simple y simplista, se trata de apoderarse del Estado, para que este haga los cambios, como el mago que saca hasta un elefante de su sombrero de copas. Entonces, al lado del sindicalista, pero por encima de él, se levantaban el gran dirigente y dirigentes políticos, teóricos o pragmáticos, cultos e incultos, que terminaban convirtiéndose en los aspirantes a dirigentes y hasta dioses de la clase obrera. Con lo que el obrero, intentando deshacerse de los dioses nacidos del taller artesanal, los propietarios y luego de los inversores capitalistas, dueños de la empresa, se encontró que le ofertaban y, hasta a él mismo, buscando ansiosamente, un dios entre los nacientes partidos de la “clase obrera”.
Y entonces se averiguaba por “la doctrina” del partido, como hacerlo por el culto religioso para decidir o no vincularse a él.
Por eso, cuando al “negro” Juan Herrera, presidente desde el mismo momento del nacimiento del sindicato de la Construcción, le preguntaban, en medio de las protestas obreras, bajo el gobierno de Betancourt, aquel derivado de la mal llamada “Revolución de Octubre”, nacido del golpe de Estado contra Medina, una muestra más de cómo eso de llamar a cualquier parapeto con ese adjetivo es maña vieja, cuál era la “doctrina” de su partido, palabra muy usada en aquel tiempo, lo que parecía como preguntar cuál era la consigna o santo y seña para decidirse a entrar a aquella “cueva de Ali Baba”, solía responder, “la doctrina del partido la tengo en esta cabilla de 3/4, pa` pegàsela por las costillas al que proteste”.
Para él, la clase obrera quedó atrás, ahora lo importante era el partido y el gobierno que ese regentaba que, si no alcanzaba lo que querían para la clase obrero, por lo menos si para ellos que venían de la misma.
El “negro” Juan Herrera, quien llegó a ser senador en varios períodos, no sabía de doctrina, ni siquiera el significado de la palabra y tampoco de eso sabían quienes le interrogaban, unos de manera provocativa, como intentando descalificar su partido y otros en verdad, como ya dije, sólo en solicitud de un santo y seña. Porque, en veces, los partidos hacen definiciones como de socialistas, revolucionarios y hasta marxistas, como quien pone en las paredes al frente de su negocio, frases o figuras atrayentes para llenarse de gente.
El presidente Maduro que fue, como Francisco Torrealba, más que un conductor de autobuses del Metro, un dirigente sindical en ese universo, igual que lo fue Aristóbulo en el de los educadores, en la FVM de Isaac Olivera y de allí saltó a otras funciones ajenas a la clase obrera. Basta un estudio somero de la carrera del hoy presidente y se constatará que obrero, en el sentido estricto de la palabra, nunca lo fue y que, de trabajador, estuvo muy breve tiempo, pues siendo muy joven saltó a ser del anillo íntimo de Chávez, luego a diputado y, como se dice en el lenguaje coloquial, “por ahí se fue”. Su carrera fue, para no decir otras cosas, como demasiado meteórica, para considerarle un representante genuino de la clase obrera.
Pero Juan Herrera, también fue un obrero de la industria de la construcción que, por sus solidaridades, rápidamente, emergió, no a liderar al movimiento obrero para hacer una gestión por cambiar la sociedad y las relaciones de producción, sino para ponerse al servicio de un partido que intentaba jugar ese rol. Y, hasta ahorita, todos los partidos “de la clase obrera” que “en el mundo han sido”, no han hecho otra cosa que cosechar el fracaso al intentar cambiar al modelo. Este se ha mantenido inalterable y dando muestras que, los cambios, se operan adentro y los actos, señas y morisquetas desde afuera, de nada sirven, ni para hacer reír.
Todos esos dirigentes obreros han terminado siendo absorbidos por el modelo, tanto que, en la Venezuela de hoy, el Estado, al frente de él alguien proveniente del sindicalismo, un supuesto sueño, ha logrado acabar con el universo todo de la dirigencia sindical, en un país, donde el trabajador ha perdido las más elementales conquistas alcanzadas durante largos y duros años de lucha y, nadie sabe quién pudiera defenderlo, pues los sindicalistas se muestran complacidos, como si un hábil domador, haya domesticado a las fieras. Cuando hasta el viejo “Buró Sindical” de AD, el de los “Bueyes cansados”, de vez en cuando se le alzaba a Betancourt.
Y conste, no es que quienes ahora manejan el Estado, cual autobús, esto se hubiesen propuesto, sino que él, es un carro tan inteligente y terco, con tanta autonomía, que no se deja manejar por quienes intentan hacerlo, sino más bien les atrapa y marca ritmo y dirección de la marcha. No es desde de sus espacios donde vendrán las propuestas y fuerzas de cambio.
¿No es sorprendente que ahora, “estando en el comando del Estado”, un dirigente obrero, la clase dirigente, haya logrado el sueño de acabar con la ladilla, el incordio de la dirigencia sindical, los contratos y las protestas? ¿Cómo explicar eso? ¿Qué esto es socialismo? ¡Porfa! Como suelen decir los carajitos.
Salta la pregunta, ¿por qué Fedecàmaras no asume como suyo este cuadro tan favorable y qué por demás es suyo? ¿Por qué el lector no intenta responderse? Sería bueno y no esperar que le den una respuesta convencional en una “Escuela de Cuadros” alienada.
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