OCTAVIO SMITH REVISITADO(Ciro Bianchi Ross)

Aol / Old Mail Ciro Bianchi Ross To: Cristobal Diaz , Emilio Cueto , GABRIEL VALDES , Manuel Ballagas , jose manuel del rio and 3 more... Thu, Aug 24 at 6:30 PM http://www.cubaliteraria.cu/octavio-smith-revisitado/ Octavio Smith revisitado Imagen tomada de Espacio Laical Conocí a Octavio Smith en 1970. Tenía dos poemarios publicados y algunas obras de teatro y trabajaba entonces en un ensayo biográfico sobre Santiago Pita, el autor de nuestra primera obra teatral conocida, El príncipe jardinero y fingido Cloridano. Quería con ese libro, sobre todo, contagiar al lector con la simpatía que le inspiraba ese polémico sujeto que fue capitán de milicias, alcalde ordinario de la villa y procurador de pobres, y que aun así halló tiempo para escribir la airosa comedia mencionada. Para hacer realidad su libro, se sumió Smith en una búsqueda ardua y afanosa que fue desde las escrituras públicas a las actas capitulares pues, decía, si en el caso de Silvestre de Balboa y Troya de Quesada se habían desempolvado partidas de bautismo y constancias de limpieza de sangre, bien merecía hacer lo mismo por quien él definía como un afinado soldado teatrista. Ya para entonces, Octavio había dejado de ejercer como abogado y notario —tuvo un bufete espléndido al final de la calle Empedrado, contiguo al local donde se ubica La Bodeguita del Medio— y laboraba como investigador en la Biblioteca Nacional José Martí, en cuyo tercer piso, en la sala del Departamento de Colección Cubana, ocupaba un pequeño cubículo, frente a la pequeña «celda» de Cintio Vitier y Fina García Marruz, como llamó el propio Cintio a ese cubículo, y al de Manuel Moreno Fraginals. Fue Cintio precisamente quien nos presentó. Ya para entonces yo había entrevistado a otras figuras de las letras y las artes nacionales: Nicolás, Carpentier, Pita, Portocarrero; a una muy joven Lina de Feria…, y a cuatro de los «diez poetas cubanos» de la famosa antología: José Lezama Lima (en dos ocasiones), Eliseo Diego, Cintio (varias veces), y a Fina, que muy pocas veces concedió entrevistas —creo que tres, con la mía—, y quería sumar a Octavio a mi colección de vidas ajenas. Accedió y en uno de nuestros primeros encuentros me dedicó un ejemplar de Estos barrios (1966), el número 15 de los Cuadernos de Poesía de Ediciones La Tertulia, que, como su poemario anterior, Del furtivo destierro (publicado veinte años antes por Ediciones Orígenes), testimonia el ansia de apresar una intimidad fugitiva y apremiante con un verso en que la forma quiere ser, a la vez, reverencia y búsqueda —como asevera Cintio. Una poesía en la que se impone «el sabor personal, suntuoso y ávido, de su idioma, dominado siempre por una voluntad de autonomía estética del verbo y de la imagen». Versos en los que palabras como destierro, rielante, nubes, viudo, mar, son frecuentes: «Casa marina, reino de sal rielante tuve, / y destronado fui mientras dormía». Llenarlo todo de sentido Octavio Smith nació en Caibarién, en la antigua provincia de Las Villas, en 1921 y catorce años después se instaló en La Habana para continuar sus estudios hasta concluir la carrera de Derecho. Tendría once o doce años cuando comenzó a escribir versos que con risueña intrepidez leía a sus padres y hermanos. Fue con Agustín Pi, Cintio y Eliseo que conoció del rigor y el decoro poéticos, y el padre Blaín publicó, en el Semanario Católico, algunos de sus poemas de aquella primera juventud que Octavio se abstiene hoy de enjuiciar. ¿Vocación o afición? Decía el poeta: Todo se esclarece para mí con un recuerdo de infancia, el de mi padre, de pie, recostado a una ventana de la encristalada galería de nuestra casa marina en Caibarién, con un libro en las manos y la luz de la tarde estival sobre las páginas y sobre su querido rostro romano. No reconozco otra fuente de esto que no me «suena» llamar vocación, por respeto al vocablo, ni tampoco afición, por delicadeza con su objetivo. Digamos que he seguido la vida que me comunicó aquella raíz —aunque no he sabido recoger toda su tranquila energía—, pues no se me olvida que, allá por el año 1930, mi padre encontraba tiempo para conspirar contra Machado, criar (en el sentido pleno del término) a seis hijos y escribir en menos de año y medio tres novelas que nunca le interesó mucho publicar. Es la época en que leía a Paul Feval, Verne y Salgari, lectura que lejos de ser una ocupación puramente pasiva, lo llevaba a formar dueto con el autor, y a veces a escribir una historia. Por otra parte, en la mayor parte de sus poemas hay larvas de situaciones dramáticas, personajes o sombras de ellos. De ahí su interés por el teatro: para leerlo, para verlo y hasta para actuarlo. Precisa que el teatro no es para él un divertimento y refiere que un grupo de jóvenes llevaron a escena, con cariño y decoro superiores, todas sus obras, pero más que la representación de las ya hechas, le interesaría subir a las tablas las que tenía en mente. «Creo sinceramente que es posible llenarlo todo de sentido, y todo, entonces, se hace perfectamente compatible con la poesía, que es una búsqueda del sentido de todo», sentenció el autor de atendibles ensayos sobre la Avellaneda, Luisa Pérez de Zambrana, Luis Cernuda… Orígenes era una fiesta Resulta curiosa la historia sobre cómo conoció personalmente a José Lezama Lima. Sucede que el abogado Octavio Smith debía entrevistarse con el Dr. Lezama, secretario del Consejo Superior de Defensa Social, con sede en la Prisión de La Habana, en el Castillo del Príncipe. ¿Serían el abogado y el poeta la misma persona? «Uno sabía mucho de “Muerte de Narciso”, pero poco, casi nada, de la vida de su fabuloso autor» —recordaba Octavio. Preguntó Octavio qué papeles debía presentar para tramitar la libertad condicional de su defendido, y Lezama orientó sobre los pasos a seguir. Fue un encuentro entre abogados, con sonrisas ahogadas y tratamiento de usted. Despedida y sumario y cortés estrechón de manos. El tuteo vendría más tarde, cuando en un encuentro casual en la calle Obispo, Lezama lo invitó a publicar en Ediciones Orígenes. Un «tú» acogedor sustituyó por parte del Maestro al «usted» que quedó reservado para momentos de solemnidad en los que se empezaba con un «como usted sabe» el juego de la pedantería, rondando secreta la inimitable carcajada de linaje casaliano, que no era ni es burla sino alegría y fiesta por las glorias del mundo en las que creían tanto Lezama como Octavio. Para el poeta de Del furtivo destierro, Orígenes, más que un grupo, fue una coincidencia de amistades y afinidades. Los que a él pertenecimos —decía—, un día nos percatamos de que estábamos ya incorporados. No tuvo el grupo un momento de fundación. Creo que Lezama, con mirada genial de su madurez treintañera, percibió la madurez clandestina de un momento cultural cubano y labró el acuse y llamó a fuerzas o aspiraciones ocultas a llenarlo. Orígenes fue una fiesta. Ver aparecer la revista y topar con la poesía de Lezama era la fiesta por la gobernada desmesura, concluyó. Le pedí que trazara la trayectoria de su obra. Expresó entonces: Limitándome a la publicada, la veo más o menos así; la nostalgia de mi pueblo, dejado a los catorce años, me condujo a una familiaridad, al principio inconsciente, con la instancia humana fundamental de la añoranza y el destierro; después vino la cortesía, poco a poco convertida en amor tranquilo y risueño con esta Habana que me hospeda desde hace tanto tiempo. Octavio Smith, ese «poeta espléndido», como lo llamó Enrique Saíz, murió en 1987. Su último poemario fue Crónicas, publicado por Ediciones Unión, en 1974.

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