BAILE, BARAJA Y BOTELLA ( Ciro Bianchi Ross)
Ciro Bianchi Ross
Baile, baraja y botella
Algunos gobernadores españoles no ocultaban su pasión por el juego. Francisco Dionisio Vives llegó a tener su propia gallería en el patio del castillo de La Fuerza y para que atendiera sus crías sacó de la cárcel a un asesino alevoso de apellido Padrón, que era experto en esos menesteres.
También era aficionado a los gallos José Gutiérrez de la Concha. Verdugo de tantos patriotas, este funesto gobernante se deleitaba con los espolazos de los jabaos y los pintos mientras clavaba su espolón de militarote feroz en las mismas entrañas del país. Fue uno de los pocos militares españoles que gobernó la Isla en tres ocasiones. En 1850, cuando sustituyó en el mando a Federico Rocali con un sueldo de 50 000 pesos (32 000 más que su predecesor) condenó a muerte a Narciso López, de quien fue subordinado en el ejército español, y dispuso el fusilamiento de sus cincuenta y uno expedicionarios en las faldas del castillo de Atarés, acción esa que hizo que Abraham Lincoln afirmara que Cuba padecía el peor gobierno del mundo. En su segundo mandato, Concha condenó al garrote a Franciso Estrampes, apresado cuando introducía en Baracoa un cargamento de armas, y a Ramón Pintó, catalán, figura de renombre de la alta sociedad habanera que conspiraba contra España en un movimiento armado antiesclavista cuyo objetivo final era la anexión de la Isla al norte industrial estadounidense. Como Pintó había tenido amistad con Concha en los dias de su primer mandato, se pensó que le condonaría la pena, pero no. Fue implacable. Más de cincuenta muertos en el primer periodo y dos en el segundo… los voluntarios acusaron entonces al Gobernador de hallarse en franca y lastimosa decadencia. Ese hombre al que se colgaba el sambenito de débil, volvería a asumir el mando de la Isla entre abril de 1874 y marzo de 1875, precisamente en una etapa en que la insurrección llegaba a su apogeo.
Tampoco esta vez se dejó jamaquear por los voluntarios, y al cerrar su tercer gobierno y volver a España, los obligó a que lo despidieran con todos los honores, a lo que los voluntarios se rehusaban. En su camino hacia el muelle, dijo un testimoneante, Concha iba tan despacio, con una actitud tan arrogante y metiendo de tal modo los ojos a los volutarios formados en dos filas a lo largo del camino, que aquello parecía un desafío mudo, mientras, para que no quedara cabo suelto alguno, los cañones del Morro apuntaban hacia la ciudad.
Para hacer mayor la humillación y vengar la expulsión de Domigo Dulce y las manipulaciones de que los voluntarios hicieron objeto a Espinar, Caballero de Rodas y a otros generales, Concha pidió a un Coronel de voluntarios que le prestase un caballo para hacer el trayecto entre la Quinta de los Molinos y el muelle de la Machina. Era un animal estupendo, fuera de serie, y su propietario le advirtió que se trataba de jna bestiia que no tenia precio, no lo vendería ni por fodo el oro del mundo. Pero Concha era Concha. Llegado al muelle, lo hizo entrar en la falúa del Gobierno y lo embarcó en el vapor correo que lo llevaria a España. Cierto es que desde alla hizo llegar al Coronel una gruesa suma de dinero, pero aún así el hombre lo denunció ante los tribunales y los volutarios empezaron a llamarle el cuatrero.
No se anotó Concha grandes triunfos ante los mambises, pero sí en la mesa de juego de la casa de la condesa de Jibacoa. Si en sus dos mandatos iniciales, Concha se bañó de sangre, en el tercero se bañó de oro. No se repetiría en esa tercera oportunidad lo de la primera en que, llegado a Madrid, debió pedir dinero prestado. Esa vez, pese a la insurrección, hizo un gobierno que la gente definió como de las tres “b”, baile, baraja y botella. Ganaba y perdía grandes sumas de dinero en la mesa de juego de la condesa, de quien era contertulio asiduo, y como apenas se ocupaba de la guerra, los intransigentes decian que estaba vendido al oro mambí.
Su nueva estancia en Cuba coincidió con un momento extremadamente difícil de la guerra. El mayor general Máximo Gómez había atravesado ya la trocha de Júcaro a Morón y combatía en Las Villas con la amenaza de extender sus acciones a occidente. Concha realizó cambios en el Estado Mayor del Ejército y en las comandancias regionales. Varios altos oficiales fueron destituidos y otros, renunciaron. Algunos fueron arrestatados y enviados a España.
Tales cambios y movimientos en el alto mando afectaron el desenvolvimiento de las operaciones militares y la continuidad del mando con la consecuente repercusión negativa en las filas armadas, escribe el historiador René González Barrios. Agrega que algunas de esas decisiones predispusieron a los voluntarios y a los casinos españoles.
Ante la imposibilidad de recibir refuerzos en hombres, Concha creó los batallones de milicias disciplinadas de color. Una fuerza de negros fuertemente armadas, bien vestida y alimentada que se enfrentaría a las tropas mambisas en las que figuraba un buen número de combatientes de esa raza. Un proyecto que no demoró en quedar a un lado ante el tenor de que aquellos negros bien pertrechados se pasaran al campo insurrecto.
Marianao se convertía en uno de los lugares de veraneo preferidos por las familias habaneras pudientes. Con escasos recursos naturales y una exigua población, el decrecimiento de la producción agrícola impulsaba la emigración hacia otros parajes. El turismo sería entonces una alternativa para el crecimiento económico local. Sus condiciones como pueblo de veraneo resultaban excelentes, gracias a la presencia del río Marianao y a las aguas medicinales de El Pocito. La belleza de sus paisajes le añadía un atractivo singular y su cercanía a la ciudad de La Habana hacía el resto. La continuación de la Calzada de Monte, que atravesó El Cerro y cruzó los Puentes Grandes, consolidó a Marianao como sitio propicio para el esparcimiento.
Piensan los promotores del lugar que a las bondades de la naturaleza deben sumarse las facilidades culturales y están convencidos de que la cultura generará ingresos que se revertirían en el desarrollo del poblado. Auspician, en 1848, la construcción de la Glorieta, en lo que hoy sería 51 esquina a 128, y diez años más tarde y en el mismo sitio, construyen el Teatro Principal, llamado Concha, en un guatacazo insuperable. Era una zona que crecía con la construcción de casas quintas y otras edificaciones de mayor lujo y calidad de las que existían anteriormente, síntoma indiscutible de los beneficios económicos y el prestigio que estaba alcanzando Marianao como sitio de temporada.
Fue la edificación e inauguración de la Glorieta lo que cimentó la celebridad del poblado que, además de sus magníficas condiciones para el descanso, se hizo notar desde entonces por los atractivos bailes que se convirtieron en cita obligada de la gente divertida y la juventud alegre. El servicio de diligencias, inaugurado en 1848, favoreció el arribo de veraneantes. A Marianao se iba Concha, con su familia, a disfrutar de sus aguas medicinales, la pureza del aire, la belleza del paisaje y de cualquier esa de juego que tuviera a su alcance. Y fue en una de esas visitas que ocurrió lo inconcebible.
Una noche, el capitán pedáneo local, señor de horca y cuchillo, sorprendió una mísera timba en un cuchitril de La Ceiba. Uno de los arrestados comentó que en Marianao se jugaba fuerte, pero que el oro cerraba los ojos del capitán. Picado en su amor propio, el hombre se metió en una casa rica.
Preso todo el mundo en nombre de la ley, vociferó al penetrar en la sala de juego, donde se jugaba a los naipes. ¡Dejen todo como está en las mesas! ¡Vengan, pónganse en fila para tomar sus nombres y proceder a su arresto!
Concha, que estaba entre los jugadores y tallaba la mano en el momento de la irrupción policial, obedeció la orden y, sin decir palabra, formó en la fila y aguardó tranquilamente el momento de ofrecer sus generales. Cuando le llegó el momento de hacerlo, reveló con pasmosa frialdad y exasperante lentitud su nombre completo seguido de todos sus títulos y cargos. Soy José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen Mazón y Quintana, Marqués de La Habana y Vizconde de Cuba, Grande de España... Capitán General y Gobernador de la Isla. Por si no lo sabe, voy a agregar que fui ministro de Guerra, ministro de Marina y ministro de Ultramar y presidente del Consejo de Ministros del gobierno de Su Majestad. El pedáneo quiso ponerse de pie, pero se hundía cada vez más en su asiento Hecho esto, pidió a uno de sus ayudantes que arrestase al capitán pedáneo y dispusiera su encierro en el Morro,
Tres días después, apiadado de la familia del preso, Concha ordenó a su secretario que buscase una capitanía para el sujeto.
En Santa Clara, General, en la localidad de Jumento hace falta un pedáneo, contestó el aludido.
¡En Jumento! ¡Excelente! Ningún otro sitio parece mejor destino para ese animal, expresó Concha.
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Ciro Bianchi Ross
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