LO QUE DIJO LULA , DICEN Y ASUMEN AHORA EN AMERICA LATINA, SEGUN EL DOGMATISMO ES CONTRA CHAVEZ(Eligio Damas)

Lo que dijo Lula, dicen y asumen tantos ahora en América Latina, según el dogmatismo es contra Chávez. I Eligio Damas Los sueños de un revolucionario noble pero ciego. Equivocado, pero no engañaba, porque eso, en él, no tenía cabida. Nota: Este trabajo forma parte de una de las novelas que hasta ahora he escrito y guardo en mi archivo. Es un relato nada ajeno a la realidad, pues así, como aquí se cuenta, sucedió en la década del sesenta, cuando intentamos “Asaltar el cielo”. Los personajes son ciertos y el asunto tiene mucho de lo acontecido, sin negar que, como novela al fin, y como sucedía en la mente del personaje del cual aquí se habla, la realidad y la imaginación se mezclan. Y lo publico porque, tal como ahora suceden las cosas, eso que antes vivimos, de alguna manera, pareciera que lo estuviésemos presenciando o recreando. Y el lector, seguro podrá encontrar nexos con la realidad. Y había dudado en publicarlo, pero como veo que hay quienes, viendo videos de Chávez, oyendo sus discursos, manejando las cifras de su tiempo, recordando sus prácticas, hacen sus traslados e imaginan que aquello es lo mismo que esto, lejos de seguir dando argumentos a quienes nada quieren escuchar ni mirar, prefiero poner lo que sigue, pues al dogmático no le entra ni coquito; tiene una imagen de la realidad, la que se construye y quiere y de eso nadie le saca. Para el dogmatismo, para decirlo de manera nada hiriente, que el progresismo, izquierda, nacionalismo, antiimperialismo de Venezuela y América Latina, se distancie de Maduro carece de importancia. ¡Qué se vayan con su música a otra parte! Y, es más, todos ellos están equivocados y entregados al imperio. La verdad la tiene el dogmático en esta mano. ¡No hay tutìa! Y por lo visto eso de la “Patria Grande”, no entra en sus cuentas, pero, según, siguen fieles a Chávez y son una dialéctica e inconfundible continuación suya. Me dijo una vez un viejo y sabio amigo psiquiatra de la izquierda, “no pierdas el tiempo con los dogmáticos, quienes tienen sus lecturas e imágenes prefabricadas, por mucho esfuerzo que hagas, de ellas no lograras arrancarlos; es lo que quieren y en veces les conviene.” ------------------------------------- I Se puso como a jorungar en su memoria; como quien registra un baúl o archivo donde se guardan cosas; solo por curiosidad o ánimo de deshacerse de lo que no hace falta y de repente aparece algo unido a un recuerdo grato, otro que hace falta, creíamos haber perdido y hasta aquello que habíamos relegado y al encontrarlo en aquel embrollo nos percatamos cuánta falta hace. Así cavilando, rememorando el pasado, se abrió una gaveta y apareció aquella historia, vinculada a un viejo dirigente, un “profeta” de la revolución y John Reed, “El Rojo”, el autor de “Los diez días que estremecieron el mundo”, periodista gringo que reportó parte de las acciones militares de Doroteo Arango o Pancho Villa y, en el libro citado, días trascendentes de la revolución rusa. El viejo dirigente, quien en verdad no sumaba tantos años, pero lo parecía por la extremada juventud de la gente que lideraba, dirigía y le acompañaba, portaba aquel libro con celo. Parecía un protestante con su biblia. Como si en aquellos momentos no había otra cosa que leer o aquel fuese un plano, mapa, que trazaba los caminos a transitar a diario o un oráculo con respuesta para todo, lo trascendente y cotidiano. Ante cada interrogante sobre la coyuntura, la táctica o el qué hacer en lo inmediato, se retiraba del grupo, como quién consulta las santas escrituras, hojeaba su libro, buscaba con paciencia y, como de modo milagroso, de él extraía la respuesta con todo lujo de detalles. Lo guardaba con celo. Era evidente que evitaba que alguno de nosotros accediese a su fuente de sabiduría. Mientras dormía, le colocaba debajo de la almohada. Llegamos a pensar que, en aquellas circunstancias, lo que allí estaba escrito, lo sabio que en el viejo libro había, se transmutaba a su cerebro. Quizás por eso, cada vez que se levantaba, después de dormir toda la noche, o una simple siesta, exponía ideas nuevas, hasta contrarias a las que sostenía antes de acostarse y “enchufarse” a John Reed. El periodista norteamericano, en aquel ontológico texto, en la percepción del “viejo dirigente”, en el tradicional estilo periodístico, recoge los acontecimientos, días a día, hasta llegar a diez, que llevaron a los bolcheviques a la toma del poder. - “Compañeros, en este país, el cuadro es el siguiente”, así hablaba el viejo dirigente, cada día a los jóvenes militantes. Luego se desgranaba en exponer lo que llamaba las condiciones objetivas. Crisis militar, cuyos rasgos nadie percibía, pero que aseguraba que componían una parte de la crisis que llegaba a límites insostenibles. - “Las contradicciones en el área de la producción, con trabajadores ganando sueldos de miseria están a la espera de un grito para llegar al estallido”. Luego hablaba de la inconformidad ciudadana por el cúmulo de problemas de la vida urbana y entre las masas campesinas por la falta de tierras, créditos, la burla de reforma agraria y la inmoral explotación a que estaban sometidas por los empresarios y propietarios del sector rural. - “Mientras ese caos se expande, nuestras fuerzas en los frentes guerrilleros obtienen grandes victorias y esperan el momento preciso para avanzar a las ciudades y tomar el poder”. Cada vez, que alguno de los muchachos, y eso acontecía todos los días, en cada reunión, opinaba: - “Pero salvo, las esporádicas acciones nuestras en las ciudades; poner una inocente bomba ruidosa en una esquina, en un rincón de una plaza; una atrevida acción como que uno de nosotros intente escalar la pared de un cuartel, sin armas o mal armado, sin fin ni objetivo definido o alguna de esas cosas que mal inventamos cada día, no se ve, por lo menos a simple vista, nada de lo que usted dice”. A quien antes habló, seguía otro objetando: - “Pero por lo que sabemos, de la propia palabra de compañeros guerrilleros que bajan de los pocos frentes que tenemos, la guerrilla está en precaria fase de estabilización y defensa.” Luego se sumaba otro y comentaba: - “Casi ninguna está estabilizada y no hay una que haya liberado territorio” - “Todas están en fase de movimiento, en actitud de conservarse”. Opinó uno más. Finalmente, alguien quien levantaba la mano, pidiendo la palabra, sin hablar hasta tanto se le concediese el derecho a hacerlo: - “Es más, según el criterio de los compañeros que están en el frente guerrillero, la mayor dificultad que confrontan, es la indiferencia y hasta oposición campesina. Son pocos quienes se incorporan a la lucha”. Preguntas y comentarios a los cuales el “viejo dirigente” habitualmente respondía: - “Ustedes son aún muy jóvenes e inexpertos para percibir las señales. Pero de qué existen, existen, por encima de todas esas percepciones”. El viejo dirigente, quizás habituado que nadie intentase tocar su sagrado libro, comenzó a dejarle por allí abandonado, “mal puesto”, como solemos decir en estos casos. La primera vez que lo hizo, fue por la premura de llegar al baño en una de las “conchas” donde se reunían cada cierto tiempo. Cosa extraña, pues aquel recinto y circunstancia le aprovechaba para hojear, repasar su breviario o leer cualquier otro documento. Para esos fines, siempre tenía éste a mano. Dos de los jóvenes, estudiantes universitarios, quienes, en compañía, más que leído, habían analizado en conjunto la obra de Reed, estaban intrigados. Con frecuencia comentaban aquella extraña conducta de llevar siempre, desde meses atrás, ese libro. Habían observado que cada cierto tiempo renovaba su literatura, otras obras aparecían en sus manos y se le veía leyéndoles con dedicación. La próxima vez que le encontrasen, podían asegurarlo, portaría dos o tres libros distintos a los anteriores, porque así era “el viejo”, leía varios cada vez, pero Reed nunca le faltaba. Además, cada vez que tocaban algún tema de la coyuntura, del enfoque debido a las circunstancias concretas y del momento, cómo quién indaga en un mapa de ruta, la vía pertinente, abría el libro que registra momentos importantes de la revolución rusa, seguía la lectura, que no compartía con nadie, dejando correr el dedo índice de la mano derecha sobre aquél, golpeaba dos veces sobre el mismo, movía la cabeza de arriba abajo y emitía su opinión acerca de lo que debía hacerse. Como Arquímedes, cuando creyó descubrir o racionalizar por qué cuerpos flotan sobre el agua, parecía decir para sus adentros, mientras los ojos le brillaban, ¡Eureka! Eso sí, generalmente se apoyaba en diagnósticos que parecían no compaginarse con el mundo real. Actuaba como si en aquella lectura estuviesen plasmados los hechos que ahora mismo le parecía estaban transcurriendo. Pero no solo eso, también la manera de abordarlos. En otra oportunidad, mientras esperaban la llegada de unos compañeros que venían de lejos, el viejo dirigente se acostó en una hamaca guindada entre dos árboles en el pequeño patio de una casa, ubicada en una zona apartada de la ciudad y dejó el trabajo de Reed sobre la mesa de la sala habitación donde solían reunirse cuando allí se citaban. El soplo incesante y agradable de la brisa, el ir y venir de la hamaca, atendiendo al impulso inicial que le imprimió, el cansancio provocado por el viaje, pues acababa de llegar de Caracas, le durmió profundamente. Esperaba le despertasen cuando fuese necesario. II Los dos jóvenes compañeros, únicos presentes todavía, aparte del durmiente, sin intercambiar palabras, reaccionando conforme a un acuerdo previo, se abalanzaron sobre el misterioso libro. Le revisaron de principio a fin. Había allí, como dos libros. El impreso originalmente en letras de molde, salido de la imprenta, el de Reed y otro, escrito a mano en los espacios que antes estuvieron en blanco. Cada día, de los que Reed narra y deja constancia de los acontecimientos en la Rusia de comienzos del siglo veinte, estaban comentados en tinta de bolígrafo y a puño y mano del dueño de aquel libro. Cada hecho era comentado con expresiones como “exactamente como ocurre ahora aquí”. Según aquellos comentarios, escritos en los márgenes, todo lo que aconteció en aquellos trascendentes 10 días, estaba sucediendo en Venezuela. Por las notas, uno veía a la clase obrera desparramada en las calles, en las puertas de las fábricas, no ya reclamando mejoras en sus condiciones de trabajo o protestando por algún acto oficial, sino llamando a la sublevación, a la toma del poder por la clase y hasta postulando cambiar la sociedad. Desde lejos, mirando desde encima de una tapia o azotea de edificio alto, en el centro de la ciudad, se veían las largas columnas de campesinos, armados de cualquier cosa, marchando iracundos. Humaredas enormes se levantaban en caminos polvorientos. Pero no venían todos a encontrarse con sus compañeros de ruta, los obreros de la ciudad, para reclamar “todo el poder” para ellos, porque una buena parte invadía fábricas, latifundios y desalambraba. En escuelas y universidades, todos los días, uno tras otro, hasta que llegase el “momento dado”, las aulas se quedaban vacías; los muchachos se volcaban iracundos a las calles con sus puños alzados y esperaban la orden para “asaltar el cielo”. Los soldados, más discretos, para eso son soldados, gente de cuartel y disciplina, frotaban sus manos con angustia y desesperación, mientras esperaban el llamado, la señal convenida. En una hoja en gran parte en blanco, del décimo día, y en la cual se cerraba el capítulo final, había una nota larga, escrita con mucha firmeza y claridad, tanta que la tinta era refulgente. Había que cerrar los ojos, la luminosidad era excesiva. “El capitalismo, como en el año 29 gringo, se desploma. El nuestro, que es marginal, está peor que un viejo castillo de naipes. Es suficiente soplar para que se venga abajo. Como en la vieja Rusia, el corroído poder político se deshace.” En otra de aquellas hojas había como un resumen de las circunstancias, hecho como quien estuviera armando no un rompecabezas, sino un cuerpo o cuadro al gusto, con piezas que se ponen porque entran en cualquier parte, a la medida. Estaba elaborado en dos partes: “Condiciones objetivas: 1. El ejército está destruido, en lo poco que queda cunde la desmoralización y el deseo de cambio. 2. El aparato productivo destruido y reclama se le reconstruya. 3. Obreros y campesinos movilizados, de arriba abajo y abajo arriba esperando sólo una señal 4. Las clases dominantes desalentadas, confundidas y con los motores encendidos 5. En fin, el sistema y la sociedad toda en crisis terminal. Condiciones Subjetivas 1.- El partido está en un nivel de organización óptimo. Su inserción en las masas es insuperable. 2.- La línea política estratégica, la táctica, las formas cotidianas de enfrentar cada coyuntura funcionan como reloj suizo. 3.- La inserción en el ejército formal, o en lo poco que de ello queda, nos garantiza una acción rápida y contundente. 4.- El ejército irregular nuestro, el armado que está en la calle y el vigoroso en los frentes guerrilleros, nos aseguran el triunfo.” En la parte final de la hoja, la tinta parecía pasar al otro lado. Tal fue la fuerza y vehemencia que imprimió al bolígrafo al escribir esa parte de la nota que decía: “Están dadas las condiciones objetivas y subjetivas para llamar a la toma del poder. Sólo es necesario que prenda una pequeña llama y se “incendiará la pradera”. Un pequeño gesto vanguardista, por insignificante que parezca, en cualquier parte del país, desatará el gran acontecimiento y entonces podemos pedir todo el poder para nosotros.” “Definitivamente, debemos proponer al partido que nuestras fuerzas en ciudades tomen cuarteles y frentes guerrilleros bajen triunfantes, será poca la resistencia. Ha llegado el momento. Todo está claro.” De repente, vieron al “viejo dirigente” levantarse de la hamaca y avanzar hacia ellos; en la frente, una de esas linternas que suelen usar los cazadores, con un foco enorme; pero no llegó hasta ellos; no se percató que leían su libro, hizo señas como si llamase a una multitud, se agitó, cubrió su cuerpo con sus propios brazos y volvió a la hamaca sin luz. Luego de presenciar aquello, uno y otro, alternándose, leyeron esas notas y otras más. A medida que lo hacían intercambiaban miradas y emitían gestos de desaprobación. Pese su juventud comprendieron que “el viejo”, había extrapolado el libro a la realidad. Lo que Reed narraba, el dueño del libro lo ensartaba en su mundo real. Como si estuviese en el pasado y recorriese las calles de Moscú en 1917 y no en la Venezuela de la mitad de la década del sesenta. Vieron el libro, los dos al mismo tiempo; se les apareció sobre las páginas abiertas, en una calle de Moscú al viejo recorriéndola, al frente de una multitud abigarrada, oliendo pólvora, sudor de proletarios y gritando, con puños alzados y una sonrisa abierta y espléndida, como la de un niño que sueña, mientras corre detrás de un volador: “¡Viva, al fin somos libres! ¡Es nuestro el poder! ¡Todo el poder para los soviets!” Había allí pues en ese libro, un mapa, siguiendo día a día a Reed, o mejor a la revolución rusa, hasta llegar a diez, para la toma del poder en Venezuela. Devolvieron el libro al sitio donde estaba, a su posición original, para eso, antes mentalmente y en pareja, elaboraron un plano. No era necesario que su dueño se enterase que le habían violado su secreto, propiedad material y descubierta la fuente de su sabiduría. Sin hablar del asunto, ni ponerse de acuerdo, los dos, juntos, se marcharon, antes cerraron puertas, ventanas, borraron toda señal de presencia humana y dejaron que el viejo “dirigente” siguiese soñando.

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