LA PANDEMIA DE CORRUPTOS(Eligio Damas)

More Buenas querido amigo. Eligio Damas Aol / Old Mail Eligio Damas To: George Diaz Tue, Mar 21 at 3:30 PM La pandemia de corruptos, trajeados de adulantes, vuelve por sus fueros. Jefe es jefe Eligio Damas Hay corruptos y adulantes calladitos. Suelen hablar quedo y hasta en la pata de la oreja del adulado. Son expertos en hacer guiños de ojos y mover los labios, poniéndoles como un embudo o pistola, apuntando al inventado enemigo. Son de esos que les gusta hacer su trabajo en la sombra y asumen como enemigos a quienes sólo son sus víctimas. En su estilo de trabajo, suelen infiltrarse para obtener información que dar al jefe. Pues a este, muchas veces más que saber lo que hace, su pertinencia y la opinión que se tenga sobre ello, para continuar o corregir, lo que le interesa es saber quiénes están a favor o en contra suya. Cuando, estar en contra, apenas es discrepar de lo que se hace, bien en el todo o en parte y hasta únicamente en detalles. Sucede que hay quienes opinan o hacen, en este caso quienes ostentan el poder, puede ser en una patota y hasta equipo de béisbol, una vez que se deciden por algo, no habiendo escuchado lo suficiente, sino a un pequeño círculo de adulantes que se limitó a decirle sí a todo lo que él propuso, pues del jefe no se discrepa si se quiere llegar lejos, consideran enemigo y desleal a todo aquel que lo haga. Y los adulantes “buenos”, que deben serlo para llegar lejos, saben la regla. Al jefe “ni con el pétalo de una rosa” y siempre decirle “así precisamente es, mi jefe”. O como el agente 77 de Cantinflas, “mande jefe”. Y este, creyendo que tiene todo bajo control, termina siendo víctima de los malones en quienes se apoya. Los jefes y jefecitos - si no lo sabe uno que se pasó la vida siendo víctima de eso - forman una larga escalera. Unos son jefes y otros subalternos. Como toda escalera, comienza desde la pata de ella hasta llegar arriba, donde se halla el mayor; algo así como un dios o tótem que, como diría Sartre, refiriéndose a la dialéctica, los totaliza a todos. El de abajo, inmediato al jefe máximo, es adulado por la larga cola que llega hasta la pata de la escalera. Y el que está en esta, adula desde abajo hasta arriba. Y el de arriba es adulado por todos. Y el segundo es adulado por todos menos por el del primer escaño. Este no los adula pero se hace el loco ante lo que hagan, hasta donde puede, porque los necesita; forman parte de la escalera. Ese es, más menos el mapa, disposición geográfica orden o coordenadas del universo de los adulantes. Pero ese es un orden, una cultura y hasta estructura para hacer muchas cosas, más no para que la ciencia, verdad, justicia y generosidad florezcan. Para recordar a Mao, en ese jardín, sembrado de mentiras y aposento de mentirosos y crápulas, nunca “florecerán mil flores” y todo aquello, que es inherente a una revolución, no florecerá, ni prospera, porque “La Monsanto”, se infiltró con sus venenos, agentes vanidosos y adulantes que secan y descomponen todo lo que tocan. Se es ministro, diputado, gobernador, alcalde y concejal, sólo si te pones a disposición del jefe o de la jefatura y hasta tribu. Siendo en verdad de izquierda, estarás embebido, casado y hasta apurruñado con las ideas revolucionarias de los clásicos y las utilizas adecuadamente o por lo menos intentas hacerlo, al acercarte a la realidad y por ello no estás entrenado para respaldar a lo que tú “superior” diga o decida, te estas cortando las patas tú mismo. Si no veneras, como la cultura burocrática del partidismo demanda, eso que llaman la disciplina partidista, eres un desleal y traidor. Y cuando eso se sepa y te descubran como potencial crítico de lo decidido por encima de ti, allí mismito, serás crucificado por desleal, enemigo y nunca digno de pasar de donde estás. La fórmula para el éxito, para llegar a la cima y “donde hay”, parece fácil, pero en verdad, para muchos, es por demás indigesta. Así que coge tu cachachà, te vas a otro frente o te encierras en tu casa a rumiar tus rencores. No pierdas el tiempo estudiando y menos intentando captar el movimiento como es, lo que se hace para “ayudar”, pues nadie te hará caso, más si lo que dices, no coincide con lo dispuesto más arriba de ti, desde la escalera que toca tu cabeza, hasta la de más arriba. Podrás tener todas las razones del mundo, pero si ellas no coinciden con lo dispuesto en ese nivel y hasta puesto en práctica, nadie te tomará en cuenta, no te escucharán y si gritas o haces gestos llamativos, serás sancionado y declarado enemigo. Claro. Si tu fin es gozar de los beneficios del poder, como que tu nombre suene duro y hasta brille, no tengas padecimientos de ningún tipo porque te sobra lo que para eso sirve, entonces no estudies u olvida lo que has aprendido y métete en la cabeza que la verdad, lo por aplaudir y exaltar es lo decidido más arriba de ti, aunque en ello no haya nada de verdad, como lo demanda la ciencia y ni siquiera bondad. Los corruptos en ese mundo, esa forma de “vivir la vida”, movimiento del carrusel, tienen su lecho hecho. Es su espacio y caldo de cultivo. Nada les cuesta, ningún esfuerzo grande es necesario, menos haber medido hasta con exactitud los pasos y cambios de la luna, escuchar el leve zumbido de las mariposas y hasta mirar más allá del infinito. A quienes atesoran estos dones, los corruptos tienen bajo observación y espionaje; al escucharles decir lo que perciben, siendo esto diferente a lo pensado o decidido arriba, fácilmente les aniquilan o por lo menos neutralizan, consumen más en la oscuridad, sólo con mover la bemba del lado derecho hacia el izquierdo, un leve movimiento de cabeza dirigido al tramo de arriba de la escalera o un comentario insolente, despiadado, falaz y hasta inventado al jefe, el mismo que dispuso el por hacer de manera alocada y desacertada o respalda lo que viene de arriba, aunque lo haga en picada. Y con sus credenciales, no tener nada en la cabeza o tener mucho, pero hacer uso sólo de lo que conviene a sus malévolos planes, el corrupto sube como la espuma; pues aunque todo se venga abajo ante cualquier movimiento, por muy leve que sea, tanto que no lo miden los radares, el jefe o el de arriba, estará feliz y satisfecho, con que nadie le lea la cartilla, responsabilice de lo sucedido y menos le llame a corregir. Pues hacerlo es echarle en cara los errores cometidos y reconocerlo, no suele entrar en el gusto de los “jefes”, pues sería perder autoridad o pertinencia. ¡Jefe es jefe! Pero los adulantes no lo son por arte. Nada tienen de poetas, narradores, pintores, músicos y hasta escultores, que hacen arte a su gusto, sin importar que eso a nadie satisfaga y menos les reporte beneficios ajenos al deseo mismo de expresarse y crear su obra. Les basta mirarla, leerla o escucharla y sentir el placer de haber elaborado aquello. Tampoco son como los pensadores, estudiosos, que elaboran sus respuestas metiéndose de lleno en la realidad profunda con sus instrumentos, no ajenos a errar, sin esperar nada a cambio, sino sólo encontrar lo buscado, por aportar lo hallado y sentirse luego felices de haber ayudado a desbrozar los caminos. A los adulantes eso no les sabe a nada. Lo suyo es poder y que les pongan “donde haiga” y el “cuánto hay pa` eso”. Pero los corruptos no trabajan solos ni desolados. Trabajan en grupo, en cadena y para un jefe, el de más arriba. Puede ser, eso no es extraño, que el jefe no esté envuelto en las particulares y esenciales tareas del corrupto. Este, entre otras cosas, trabaja para atesorar dinero fácilmente y de manera abundante. Puede ser que el jefe no participe en las sucias tareas del corrupto, pero pudiera apañarlo sabiendo lo que hace y en el menor de los casos, le tiene cerca, a su lado, como si fuese un “rodilla en tierra”, porque no discrepa de lo que dice y hace y además le sirve para muchas cosas que un discrepante o un simple hombre honrado nunca se prestaría. Jonathan Marín, es un caso curioso. Fue un corrupto que hasta el último momento estuvo al lado de los jefes de arriba y además venerado. Tanto que, pese las denuncias y hasta las pitas de la militancia chavista, cuando le veían en una tribuna del partido, allí seguía y los jefes aquello no escuchaban ni veían. Huyó por temor que su suerte cambiase. Estuvo tiempo refugiado en EEUU, donde suelen ir los pecadores, sin que ninguna autoridad les señale y menos castigue. Había aquí y hay el temor que, si jalan la cuerda, al final aparezca prendido al anzuelo una especie inesperada. Marín, para legalizar su vida en el país donde ahora vive, hizo algo que aun siendo usual allá, nos sigue pareciendo inaudito. Se declaró corrupto y dispuesto a cooperar en lo que allá considerasen necesario y resolvió su asunto. Es decir, continuó siendo adulante. “Adulante, a luchar milicianos a la voz”, más o menos así dice el himno del partido AD.

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