APUNTES DEL CARTULARIO

APUNTES DEL CARTULARIO Ciro Bianchi Ross Sangre en el Paseo del Prado El coronel Aurelio Hevia, secretario (ministro) de Gobernación, llamó a su despacho al brigadier general Armando de la Riva, jefe de la Policía Nacional, y le trasmitió una orden terminante: debía acabar con los juegos de azar que poco a poco iban generalizándose en la Isla y sobre todo en La Habana. -Estoy de acuerdo con perseguir el juego, señor secretario, pero me gustaría comenzar por la gente grande, no por los infelices que carecen de influencia –respondió Riva y sin sospecharlo firmó con esas palabras su sentencia de muerte. Poco después, el 7 de julio de 1913, era abatido a balazos mientras paseaba por el Paseo del Prado, sin escolta, en compañía de sus dos hijos pequeños. Dos balas lo alcanzaron, una en el vientre y otra en pleno rostro. Llegó vivo al Hospital de Emergencias, en la esquina de las calles Salud y Puerta Cerrada, e hizo declaraciones al juez especial Federico Edelman. -El tiro de la cara me lo disparó Arias, y el del estómago Asbert. Vidal Morales también me disparó… -¿Está seguro? -Seguro. Lo juro por la vida de mis hijos y por la mía, que se me va yendo. Falleció a los dos días. Sus agresores no fueron gente cualquiera. Ernesto Asbert era el gobernador de La Habana, y Vidal Morales, senador por Camagüey, en tanto que Eugenio Arias desempeñaba un acta de representante a la Cámara. En el juicio, Morales, imputado por los delitos de atentado contra agente de la autoridad y disparo de arma de fuego contra determinada persona, fue absuelto y el tribunal condenó a Asbert y a Arias por los delitos de atentado a agente de la autoridad y homicidio. Se les recluyó en el Castillo del Príncipe, pero pasarían allí poco tiempo pues una ley de amnistía los favoreció. LOS PROTAGONISTAS En el momento de los sucesos, Ernesto Asbert estaba en el candelero de la popularidad. En el Ejército Libertador peleó bajo las órdenes de Antonio Maceo y Máximo Gómez, y terminó la contienda con grados de coronel. Alcanzaría los de general durante la Guerrita de agosto de 1906 contra el presidente Estrada Palma. En 1908, resultó electo gobernador de La Habana por el Partido Liberal. Para las elecciones de 1912, cuando se le suponía uno de los posibles presidenciables por esa organización política, “se viró con fichas” y se sumó a la Conjunción Patriótica Nacional, liga de liberales y conservadores que llevó a Menocal a la presidencia, mientras que él fue reelecto gobernador de La Habana y reasumió el cargo apenas cinco meses antes de los trágicos sucesos del Paseo del Prado. Armando de la Riva provenía también de las filas independentistas. Combatió bajo las órdenes del general Calixto García y este reconoció su comportamiento heroico en la toma de la ciudad de Las Tunas. También, bajo el mando de García, integró la Brigada Volante en la batalla de Santiago de Cuba y llegó a ser uno de los generales más jóvenes del Ejército Libertador. Tenía título de abogado, fue magistrado de la Audiencia de Camagüey y sirvió luego al Poder Judicial en Pinar del Río. El presidente José Miguel Gómez lo llamó de nuevo a la vida militar y al crearse el Ejército Permanente, le confió la jefatura de la Brigada de Infantería. Asumió después el mando de la Policía Nacional. VERDADEROS GARITOS Riva comenzó a actuar según las órdenes del secretario de Gobernación. Cuando se supo que en el Ateneo de Prado y Neptuno se jugaba al prohibido, sus subordinados no pudieron proceder a causa de la gente poderosa que allí concurría. Hasta el propio general se vio precisado a intervenir personalmente en el asunto y pese a que algunos implicados gozaban de inmunidad parlamentaria, los metió de cabeza en la Estación de Policía. La cosa subió de tono cuando decidió poner fin a las bancas de juego de los círculos “Ernesto Asbert” y “Julián Betancourt”. Este personaje, que dirigía a la sazón el diario La Época, hizo publicar en su periódico una nota con el título de “Una cobardía del afeminado jefe de la Policía” en la que acusaba a Riva de cobarde y de cundango, palabreja que ya imaginará el lector lo que significa. Asbert, en cambio, acogió la irrupción de la Policía en su círculo con aparente calma. Consultado por el Diario de la Marina al respecto, la estimó un incidente banal. Riva, por su parte, fue muy enérgico en sus declaraciones a la prensa. Habló del respeto que la Policía debía a los políticos y aseguró que no se inmiscuía en aquellos círculos donde se jugaba correcta y discretamente. “Pero lo que pasaba en los círculos de Asbert y Betancourt entraba de lleno en la clasificación de garitos inmundos. Las bancas estaban subarrendadas a croupiers de la más baja especie y de ellos salían ganchos para atrapar puntos para explotarlos”. Aseveró que no renunciaría a su jefatura, como se aseguraba, y no ocultó su alegría por la declaración de Asbert en la que desmentía haber escrito al presidente de la República protestando por la “sorpresa” de la Policía en su círculo. Puntualizó Riva sobre eso: “Yo lo esperaba porque otra cosa sería un acto impolítico… El general Asbert tiene una vida pública muy brillante para suicidarse políticamente con un acto tan impropio como esa carta”. EL TIROTEO Los ánimos estaban caldeados. El dia de la tragedia, Armando de la Riva vio desde el coche donde paseaba con sus hijos, Prado arriba y Prado abajo, -desde el Parque Central hasta La Punta y desde La Punta al Parque Central- cómo el portero del círculo “Ernesto Asbert”, un negro de apellido Zulueta, alardeaba del pavoroso revólver que llevaba a la cintura. Mandó que lo desarmaran y detuvieran y cuando era conducido a la Estación, el portero vio acercarse el automóvil de Asbert. Hizo señas para que se detuviera y le explicó lo sucedido. El gobernador y sus acompañantes, los parlamentarios Arias y Vidal Morales, no ocultaron su desagrado. En eso se aproximó el coche del general Riva, que subía por Prado en busca del Parque Central. Al verlo, Asbert y los congresistas descendieron del vehículo y lo increparon. Las ofensas subieron de tono. Asbert golpeó a Riva en el estómago y Arias le dio otro puñetazo. Entonces Asbert sacó su revólver, le disparó y Riva ripostó con el suyo, cuidando, sobre todo, de proteger a los niños que permanecían en el coche. Un capitán de la Policía, que, de manera casual, pasaba cerca, acudió en defensa de su jefe, y el tiroteo, a pecho descubierto, se prolongó hasta que Riva fue herido en la cara. Asbert negó haberle disparado al jefe de la Policía. Su pistola belga, que presentó en el juzgado, no tenía señales de haber sido utilizada. Además, el gobernador declaró que había tratado de contener a Arias, sin conseguirlo. El historiador Gerardo Castellanos, en su Panorama histórico (1934) asegura que no se pudo probar que Asbert disparara; de la misma opinión es el periodista Manuel Cuellar Vizcaíno en su libro Doce muertes famosas (1957). Pero la Sala de Vacaciones del Tribunal Supremo lo condenó, al igual que a Arias, a doce años de privación de libertad. Culpable o no, con la condena de Asbert, liberales y conservadores se quitaban del medio a un político hábil y demasiado popular. En junio de 1914, el senador Agustín García Osuna y varios representantes a la Cámara visitan al presidente Menocal a fin de “negociar” la amnistía en favor de Asbert. En octubre del propio año, la Cámara aprueba una ley de amnistía que beneficiaría a Asbert y a Arias, pero Menocal la veta en diciembre. Alega el mandatario: “No se han concedido jamás en países regularmente constituidos las amnistías sino por delitos políticos, electorales o de imprenta”. Mas, en enero del año siguiente, el Senado de la Republica, haciendo uso de sus prerrogativas, amnistió a Asbert y a Arias, pese al veto presidencial. Arias salió de la cárcel con sus facultades mentales perturbadas. Asbert se reinsertó en la política y en junio de 1918, con la fusión de los grupos de Manuel Varona Suarez, fundó el Partido Unión Liberal, pero ya su momento había pasado y nada para él volvió a ser como antes. Bajo su mandato en el Gobierno Provincial se construyó el puente de la Avenida 23 sobre el Almendares, que oficialmente lleva su nombre, Puente Asbert. También en sus días como gobernador se inició la construcción del edificio que fue sede del Palacio Presidencial y que Asbert pensaba destinar al Gobierno habanero. Mariana Seba de Menocal se antojó del inmueble y el mandatario terminó expropiándolo. AÑOS DESPUÉS En 1954 la revista Bohemia lo entrevistó en su modesta casa de la calle San Miguel no. 655, donde vivía y pagaba alquiler desde 1904. Se acercaban las espurias elecciones de ese año y declaró que ni Grau ni Batista eran los hombres del momento. Cualquiera de los dos que alcanzara la presidencia no resolvería los problemas de un país que era de todos. En la entrevista anunció que escribía sus memorias. Tenía 82 años de edad y, solterón inconmovible, seguía haciéndose acompañar de un mambí de 94, su fiel asistente desde los días de la independencia. En 1960, todavía su nombre aparecía en el directorio telefónico.

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