EL VIAJANTE DE LABORATORIIO (Ciro Bianchi)

APUNTES DEL CARTULARIO Ciro Bianchi Ross El viajante de laboratorio Cuando usted esperaba su turno para ver a un médico, en una institución de salud, pública o privada, y veía aparecer en la antesala a un viajante de laboratorio, se le ponían los pelos de punta pues sabía ya que su tiempo de espera, en el mejor de los casos, se duplicaría. El recién llegado, maletín en ristre y aire de suficiencia, sin pedir permiso ni encomendarse a nadie, traspasaba la puerta del consultorio y permanecía dentro el tiempo que estimase oportuno con tal de convencer al médico de las bondades de los productos que la empresa que representaba distribuía o elaboraba aunque en la mayor parte de loa casos aquellos medicamentos no fueran más de lo mismo. Claro que el hombre hacía su trabajo, pero lo acometía sin importarle que en la sala de espera hubiera gente con dolor de estómago, sufriera fiebre de 40 grados o se encontrase al borde del infarto. Al final de su visita dejaba al galeno tres o cuatro cajitas o frasquitos de muestras para que los obsequiara a su vez entre pacientes requeridos de aquellas medicinas, pacientes que se convertirían, involuntariamente, en verdaderos conejillos de India, y así el médico comprobase por sí mismo su eficacia. Los que aguardan, mientras tanto, se entretenían en matar la demora en un intercambio incesante de síntomas hasta que, con alivio, veían salir, con sonrisa de oreja a oreja, al personaje. Alivio que a veces duraba poco pues no era raro que, maletín en ristre y el aire de suficiencia propio de una desviación profesional, apareciera otro viajante de laboratorio y se repitiese la misma película, El viajante de laboratorio es uno de los tantos oficios que quedaron al campo después de 1959. Desapareció también el nevero que por cinco centavos nos traía, envuelto en una hoja de periódico, un trozo de hielo que duraba casi hasta el día siguiente si se metía en la neverita o se mantenía bien envuelto en un saco de yute. Era el refrigerador de los pobres esa piedrecita mágica que, entre otras cosas, propiciaba la bendición del agua fría. Desapareció asimismo aquel personaje que a las cinco de la mañana nos dejaba ante la puerta de la calle o en la ventana del portal un litro de leche que, aunque la necesidad de los más era mucha, nadie se robaba. Y desapareció también el despedidor de duelos; no aquel que la familia del difundo designaba para tal menester, sino el que lo tenía como un oficio que algún ingreso le reportaba. Sobre este personaje ya hablaremos en otro momento.

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