GARCIA MARQUEZ, CAIGNET Y EL DERECHO DE NACER (Ciro Bianchi Ross)
García Márquez, Caignet y El derecho de nacer
Imagen tomada de El tiempo
Félix B. Caignet, el célebre autor de la radio novela El derecho de nacer (1948) fue el primer escritor cubano que Gabriel García Márquez conoció y admiró. Eran los tiempos en que se deleitaba con los sones y boleros del cubanísimo Trío Matamoros, con las melodías de Kiko Mendive, Miguelito Valdés, Cascarita, y Daniel Santos, El Jefe, que si bien nació en Puerto Rico, es tan cubano como lo son todos los de su tierra, y sentía una admiración fuera de serie por Dámaso Pérez Prado, que al descubrir la manera de ensartar todos los ruidos urbanos en un hilo de saxofón, dio un golpe de Estado a la soberanía de todos los ritmos conocidos.
Es en esa época que, impulsado por un amigo y asaeteado por las deudas, decide acometer la adaptación radial de Se han cerrado los caminos, novela de la barranquillera Olga Salcedo de Medina, «que había provocado un alboroto social más que literario, pero con escasos precedentes regionales». Confiaba hacerlo con la malicia suficiente para triplicar el vasto auditorio entrampado ya por el culebrón del cubano.
Trabajó en la adaptación durante dos semanas; un trabajo que no se parecía a nada de lo que había hecho hasta entonces y que terminó agradeciendo más por el aprendizaje que por la ganancia que, sin embargo, no le reportó quejas pues el patrocinador le adelantó la mitad del dinero acordado y se comprometió a condonarle la deuda anterior con los primeros ingresos que reportara la radio novela. Se grabó en la emisora Atlántico con un director sin experiencia, pero con el mejor reparto regional posible. Entre tropiezos y chapucerías sin cuento, la novela salió al aire a tiempo, con más penas que glorias, y fue para el adaptador una cátedra magistral en sus ambiciones insaciables de narrador en cualquier género.
Dice el colombiano en Vivir para contarla que el impacto popular que tuvo El derecho de nacer «revivió mis viejas ilusiones con la literatura de lágrimas». Añade enseguida que inspirado en su éxito llegó a la conclusión de que estaba en presencia de un fenómeno popular que los escritores no podían ignorar. La lectura inesperada de El viejo y el mar, de Hemingway, publicada en español acabó de restablecerlo de sus quebrantos.
Las madres se dividen
En «El derecho de cometer», crónica que dio a conocer en El Heraldo, de Barranquilla, el 15 de abril de 1951, cuando la pieza de Caignet se había pasado ya en Caracas y en Bogotá, pero no en la Costa Atlántica, dice que las madres se dividieron en dos bandos: las que poseen receptor de radio y las que no. Todas, sin embargo, están de acuerdo en que don Rafael del Junco está maduro para ser llevado ante un pelotón de fusilamiento, en tanto que las opiniones se dividen en cuanto a Albertico Limonta, el protagonista de la obra. Es, para muchas madres, el hombre ideal para sus hijas, todo un tratado de voluntad, de consagración, de diligencia, mientras que a otras les perturba el sueño su oscuro origen. Lo de la profesión —es médico— el automóvil y todo lo demás está muy bien; lo grave es el origen que, para complicar las cosas, es de dominio público. «Ni la falsificación de la partida de bautismo, ni las buenas maneras, ni el dinero ganado a base de constancia y honradez podrán remendar ese ladrillo sentimental donde se dio la mala pisada».
Albertico se convertía en un problema para todo el mundo. Un amigo «médico con todas las agravantes», confesaba a García Márquez que su madre no confiaba en sus éxitos profesionales porque el personaje radiofónico tenía automóvil a los dos años de graduado, mientras que él se veía en aprietos a la hora de abonar el alquiler mensual de la casa. Otro conocido rompió relaciones con la novia al constatar su preferencia por Albertico. Todas las muchachas de 16 años de edad están dispuestas a casarse con el personaje radial, lo cual, dice, es la más humana de las aspiraciones, y algo que debe llenar de satisfacción a su creador que con «su exquisita sensibilidad literaria y su no menos exquisita sensibilidad comercial» puede pensar en una nueva «indigestión radial»: El hijo de Albertico Limonta o El derecho de permanecer.
Tengo entendido que las estadísticas se han mantenido al margen de El derecho de nacer, dice García Márquez y añade que conviene que se de a la nación en su oportunidad el dato preciso de los metros cúbicos de lágrimas que se han derramado en trescientos días de transmisiones, a excepción de los domingos que es el único día de la semana en que no hay derecho de nacer o de llorar, que para el caso es lo mismo. Si la famosa radio novela estuviera patrocinada por una fábrica de pañuelos, los dividendos habrían aumentado en forma increíble y las estadísticas, que en todas partes tienen su puesto reservado, deben apresurarse a dar por eso otro dato exacto: cuántos pañuelos movilizó la nación colombiana para sobrevivir a El derecho de nacer.
Prosigue el autor de La soledad de América Latina: Una obra que ha dado a media república la oportunidad de ejercer los lacrimales sin necesidad de entrar un ataúd a la casa. «Por ese motivo, y por muchos otros, Albertico Limonta ha demostrado lo que ya muchas personas sospechábamos; que, en las grandes catástrofes, lo que sobra siempre son los muertos».
La gente siempre quiere llorar
El derecho de nacer cumple ahora 75 años de haber salido al aire por primera vez. Rompió todos los récords de audiencia conocidos y su autor sigue siendo, así sea de oídas, el escritor cubano más popular en el exterior, si bien ha sido negado ayer y hoy por una elite de suficiencia. Era el escritor más escuchado y el que más cobraba, y eso no me lo perdonaban. Eran enemigos por envidia y la envidia no es otra cosa que admirar con rabia, dijo en una ocasión. Expresó también: «Mi obra está ahí, aunque la critiquen. Yo nunca quise, ni podría, escribir El Quijote, sino esparcir la bondad y los sentimientos. Contra la labor cumplida no se puede hacer nada malo porque está ahí, y mi obra está ahí. Algún día los cubanos sentirán la alegría de que yo haya nacido en Cuba». Caignet forma parte inseparable del proceso cultural cubano.
En 1951, esto es, en el mismo año en que García Márquez publica la crónica citada, El derecho de nacer había reportado a su autor 150 000 pesos equivalentes a dólares, y en 1953 más de 300 000. Félix Benjamín Caignet Salomón llegó a ser propietario de una productora de cine en México y de dos mansiones regias en el barrio habanero de El Vedado. De su fastuosa residencia en la playa de Santa María del Mar, en el oeste de la capital cubana, decía, con su peculiar sentido de la vida, que no se la construyó un arquitecto, sino que «me la hizo un sastre a mi medida».
La audiencia de que gozó El derecho de nacer fuera de Cuba fue tan extraordinaria como la de la Isla. Cuando Caignet llegó a Brasil, miles de personas, en un gesto espontáneo, lo esperaban en el aeropuerto de Río de Janeiro. Y lo mismo sucedió en Perú, en Argentina, en todos los países latinoamericanos que visitó. Tuvo, dispersos en toda América, 356 ahijados y todos se llamaban Isabel Cristina y Alberto. En 1974, una encuesta que se hizo en Venezuela puso de manifiesto que El derecho de nacer era una de las tres radio novelas que los venezolanos recordaban haber escuchado y que el mismo título era una de las cuatro tele novelas que los encuestados no habían podido olvidar.
Interesante es consignar que el reconocimiento del escritor radiofónico cubano no fue pasajero en Gabriel García Márquez. Cuando vivió en La Habana como corresponsal errátil de Prensa Latina llegó a pedir una entrevista privada al también autor de los episodios de Chan Li Po. Quería manifestarle su admiración y gratitud, pero Caignet, pese a toda clase de pretextos y razones, no se dejó ver, y solo quedó de él una lección magistral que leí en alguna entrevista suya: «La gente siempre quiere llorar, lo único que yo hago es darle el pretexto». Diría muchos años después el narrador de La hojarasca que Caignet abrió caminos en Latinoamérica e hizo más que todos los programas de gobiernos antipopulares por llevar a las grandes masas analfabetas un sentido de la justicia social.
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Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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Re: García Márquez, Caignet y El derecho de nacer
On Tuesday, June 27, 2023 at 11:08:55 AM EDT, Ciro Bianchi Ross wrote:
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García Márquez, Caignet y El derecho de nacer
Imagen tomada de El tiempo
Félix B. Caignet, el célebre autor de la radio novela El derecho de nacer (1948) fue el primer escritor cubano que Gabriel García Márquez conoció y admiró. Eran los tiempos en que se deleitaba con los sones y boleros del cubanísimo Trío Matamoros, con las melodías de Kiko Mendive, Miguelito Valdés, Cascarita, y Daniel Santos, El Jefe, que si bien nació en Puerto Rico, es tan cubano como lo son todos los de su tierra, y sentía una admiración fuera de serie por Dámaso Pérez Prado, que al descubrir la manera de ensartar todos los ruidos urbanos en un hilo de saxofón, dio un golpe de Estado a la soberanía de todos los ritmos conocidos.
Es en esa época que, impulsado por un amigo y asaeteado por las deudas, decide acometer la adaptación radial de Se han cerrado los caminos, novela de la barranquillera Olga Salcedo de Medina, «que había provocado un alboroto social más que literario, pero con escasos precedentes regionales». Confiaba hacerlo con la malicia suficiente para triplicar el vasto auditorio entrampado ya por el culebrón del cubano.
Trabajó en la adaptación durante dos semanas; un trabajo que no se parecía a nada de lo que había hecho hasta entonces y que terminó agradeciendo más por el aprendizaje que por la ganancia que, sin embargo, no le reportó quejas pues el patrocinador le adelantó la mitad del dinero acordado y se comprometió a condonarle la deuda anterior con los primeros ingresos que reportara la radio novela. Se grabó en la emisora Atlántico con un director sin experiencia, pero con el mejor reparto regional posible. Entre tropiezos y chapucerías sin cuento, la novela salió al aire a tiempo, con más penas que glorias, y fue para el adaptador una cátedra magistral en sus ambiciones insaciables de narrador en cualquier género.
Dice el colombiano en Vivir para contarla que el impacto popular que tuvo El derecho de nacer «revivió mis viejas ilusiones con la literatura de lágrimas». Añade enseguida que inspirado en su éxito llegó a la conclusión de que estaba en presencia de un fenómeno popular que los escritores no podían ignorar. La lectura inesperada de El viejo y el mar, de Hemingway, publicada en español acabó de restablecerlo de sus quebrantos.
Las madres se dividen
En «El derecho de cometer», crónica que dio a conocer en El Heraldo, de Barranquilla, el 15 de abril de 1951, cuando la pieza de Caignet se había pasado ya en Caracas y en Bogotá, pero no en la Costa Atlántica, dice que las madres se dividieron en dos bandos: las que poseen receptor de radio y las que no. Todas, sin embargo, están de acuerdo en que don Rafael del Junco está maduro para ser llevado ante un pelotón de fusilamiento, en tanto que las opiniones se dividen en cuanto a Albertico Limonta, el protagonista de la obra. Es, para muchas madres, el hombre ideal para sus hijas, todo un tratado de voluntad, de consagración, de diligencia, mientras que a otras les perturba el sueño su oscuro origen. Lo de la profesión —es médico— el automóvil y todo lo demás está muy bien; lo grave es el origen que, para complicar las cosas, es de dominio público. «Ni la falsificación de la partida de bautismo, ni las buenas maneras, ni el dinero ganado a base de constancia y honradez podrán remendar ese ladrillo sentimental donde se dio la mala pisada».
Albertico se convertía en un problema para todo el mundo. Un amigo «médico con todas las agravantes», confesaba a García Márquez que su madre no confiaba en sus éxitos profesionales porque el personaje radiofónico tenía automóvil a los dos años de graduado, mientras que él se veía en aprietos a la hora de abonar el alquiler mensual de la casa. Otro conocido rompió relaciones con la novia al constatar su preferencia por Albertico. Todas las muchachas de 16 años de edad están dispuestas a casarse con el personaje radial, lo cual, dice, es la más humana de las aspiraciones, y algo que debe llenar de satisfacción a su creador que con «su exquisita sensibilidad literaria y su no menos exquisita sensibilidad comercial» puede pensar en una nueva «indigestión radial»: El hijo de Albertico Limonta o El derecho de permanecer.
Tengo entendido que las estadísticas se han mantenido al margen de El derecho de nacer, dice García Márquez y añade que conviene que se de a la nación en su oportunidad el dato preciso de los metros cúbicos de lágrimas que se han derramado en trescientos días de transmisiones, a excepción de los domingos que es el único día de la semana en que no hay derecho de nacer o de llorar, que para el caso es lo mismo. Si la famosa radio novela estuviera patrocinada por una fábrica de pañuelos, los dividendos habrían aumentado en forma increíble y las estadísticas, que en todas partes tienen su puesto reservado, deben apresurarse a dar por eso otro dato exacto: cuántos pañuelos movilizó la nación colombiana para sobrevivir a El derecho de nacer.
Prosigue el autor de La soledad de América Latina: Una obra que ha dado a media república la oportunidad de ejercer los lacrimales sin necesidad de entrar un ataúd a la casa. «Por ese motivo, y por muchos otros, Albertico Limonta ha demostrado lo que ya muchas personas sospechábamos; que, en las grandes catástrofes, lo que sobra siempre son los muertos».
La gente siempre quiere llorar
El derecho de nacer cumple ahora 75 años de haber salido al aire por primera vez. Rompió todos los récords de audiencia conocidos y su autor sigue siendo, así sea de oídas, el escritor cubano más popular en el exterior, si bien ha sido negado ayer y hoy por una elite de suficiencia. Era el escritor más escuchado y el que más cobraba, y eso no me lo perdonaban. Eran enemigos por envidia y la envidia no es otra cosa que admirar con rabia, dijo en una ocasión. Expresó también: «Mi obra está ahí, aunque la critiquen. Yo nunca quise, ni podría, escribir El Quijote, sino esparcir la bondad y los sentimientos. Contra la labor cumplida no se puede hacer nada malo porque está ahí, y mi obra está ahí. Algún día los cubanos sentirán la alegría de que yo haya nacido en Cuba». Caignet forma parte inseparable del proceso cultural cubano.
En 1951, esto es, en el mismo año en que García Márquez publica la crónica citada, El derecho de nacer había reportado a su autor 150 000 pesos equivalentes a dólares, y en 1953 más de 300 000. Félix Benjamín Caignet Salomón llegó a ser propietario de una productora de cine en México y de dos mansiones regias en el barrio habanero de El Vedado. De su fastuosa residencia en la playa de Santa María del Mar, en el oeste de la capital cubana, decía, con su peculiar sentido de la vida, que no se la construyó un arquitecto, sino que «me la hizo un sastre a mi medida».
La audiencia de que gozó El derecho de nacer fuera de Cuba fue tan extraordinaria como la de la Isla. Cuando Caignet llegó a Brasil, miles de personas, en un gesto espontáneo, lo esperaban en el aeropuerto de Río de Janeiro. Y lo mismo sucedió en Perú, en Argentina, en todos los países latinoamericanos que visitó. Tuvo, dispersos en toda América, 356 ahijados y todos se llamaban Isabel Cristina y Alberto. En 1974, una encuesta que se hizo en Venezuela puso de manifiesto que El derecho de nacer era una de las tres radio novelas que los venezolanos recordaban haber escuchado y que el mismo título era una de las cuatro tele novelas que los encuestados no habían podido olvidar.
Interesante es consignar que el reconocimiento del escritor radiofónico cubano no fue pasajero en Gabriel García Márquez. Cuando vivió en La Habana como corresponsal errátil de Prensa Latina llegó a pedir una entrevista privada al también autor de los episodios de Chan Li Po. Quería manifestarle su admiración y gratitud, pero Caignet, pese a toda clase de pretextos y razones, no se dejó ver, y solo quedó de él una lección magistral que leí en alguna entrevista suya: «La gente siempre quiere llorar, lo único que yo hago es darle el pretexto». Diría muchos años después el narrador de La hojarasca que Caignet abrió caminos en Latinoamérica e hizo más que todos los programas de gobiernos antipopulares por llevar a las grandes masas analfabetas un sentido de la justicia social.
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Ciro Bianchi Ross
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