LO MALO DE PELEARSE CON LA REALIDAD, SIEMPRE BAJO EL AMPARODE BOLIVAR(Eligio Damas)

Lo malo de pelearse con la realidad. Siempre bajo el amparo de Bolívar. Eligio Damas Nota: Otro capítulo de mi novela sin editar “El cielo siempre está lejos”. Los compañeros y el jefe de la tribu dejan a Raimundo en la estaca. ………………………… Era una plaza inmensa y desolada. En el medio, allá lejos del sitio donde se encontraba sentado, meditando con la cabeza entre las manos, en uno de los bancos dispuestos como formando un círculo enorme, se hallaba una estatua ecuestre gigantesca. Había caído la noche y la luz mortecina que acompañaba la soledad, la hacía más intensa y triste en aquel espacio. El prócer, a horcajadas sobre brioso corcel, empuñaba una espada con la cual señalaba hacia el sur y parecía arengar a una multitud dispuesta a combatir. Allí, en medio de soledad insondable, sobre uno de aquellos tantos bancos que rodeaban de lejos la descomunal estatua de aquel hombre infinito que invitaba a combates mayores, contra fuerzas y por motivos más grandes, estaba refugiado y desconsolado quien acababa de perder su primera escaramuza. El sitio era propicio. El de la estatua perdió incontables combates, nadie se ocupó de contarlos; sobró quienes destacaron sus victorias y hasta las contabilizaron. Hubiese sido por demás útil y hasta estimulante, saber cuántas de la cantidad de sus derrotas. Como sabemos y eso es alentador que, de ellas, más que las victorias, salía fortalecido y con mejor disposición para seguir. Sus proclamas, derivadas de cada derrota, emitidas alguna vez bajo el amparo precario de un arbusto, en compañía de unos pocos que le ayudaron a escapar con éxito, tienen tanta o más fuerza y entusiasmo que muchas de las lanzadas bajo la alegría de una vibrante victoria. En aquel poco visitado sitio, en apariencia semi oscuro, pero radiante por la mágica luz que surgía de la estatua solitaria, le encontró Carlos “el ñángara”. Taciturno también, se sentó al lado de Raimundo. Miró por rato a la estatua que le pareció más grande y radiante; luego, reconfortado, a su compañero, suavemente, con la intención de mostrar solidaridad y afecto, colocó un brazo sobre el hombro de éste y al fin dijo, no sin antes respirar profundo. - “Hicimos mal. No supimos medir la magnitud de las fuerzas enemigas. Fuimos inocentes al ponderar las nuestras. Pero fuiste valiente y, sobre todo, te encontraste a ti mismo. Tomaste una decisión trascendente, rompiste con el pasado y unas alianzas que te eran extrañas. Por eso, te busqué y aquí te encontré. Al amparo de un exitoso que bien supo de derrotas y a éstas sacarle provecho.” El haber introducido el reclamo legal ante las autoridades competentes, que estas hiciesen aquello del conocimiento de la empresa, le advirtiesen que se iniciaba el conteo del tiempo para que ella ofreciese una respuesta y éste llegase a su final, no produjo nada de lo que Raimundo y la masa laboral esperaban. Pero mientras tanto, otros cambios comenzaban a ponerse en marcha. La dirigencia sindical a la cual Raimundo había accedido y la que creía haber conquistado gratamente para las luchas venideras, tanto que en la última reunión le apoyó, continuó reuniéndose a sus espaldas. Inútiles fueron los esfuerzos que hizo para contactarle. La casa sindical donde operaba aquel equipo, no volvió a abrirse. Se iba y regresaba más tarde, al día siguiente y allí a nadie hallaba. Al jefe sindical, pese esfuerzos y la cacería que hubo de montar, después de aquella reunión en la cual le ofreció su apoyo, más nunca logró siquiera verle. Y ellos formaban la autoridad sindical que administraba los asuntos del contrato, las relaciones formales con las autoridades y la empresa. Los compañeros del sindicato que lo eran del partido, a quienes tenía como de confianza y podía contactar en la empresa, comenzaron a eludirle y excusarse cuándo les requería para alguna reunión. - “Lo siento Raimundo, pero ahora, en estos días conmigo no cuentes, tengo problemas muy serios que atender.” “¡Coño pana!, tú sabes bien que tú y yo pa` los que salgan, pero estoy metido en un peo que no me deja pensar en otra cosa”. De esa manera, uno a uno, le fueron abandonando y hasta desdeñando. De manera cautelosa, callada, el en veces hasta imperceptible aparato de sumisión, había entrado a operar contra Raimundo. Él, muy joven aún, poco experimentado, comenzaba a sufrir los rigores del nivel y capacidad de las fuerzas que enfrentaba. Aún era demasiado temprano para que dejase de entender que aquello no era un asunto tan simple, sujeto a leyes y procedimientos, sino que se trataba de algo propio de la vida real que solía ocultarse tras bambalinas y lentejuelas. Comprendería pronto que tampoco era suficiente aquello de: “Tú y yo pa` los que salgan”, que con franqueza y generosidad dicen los muchachos sin percibir aún la magnitud del compromiso. La comunicación con el abogado de Caracas, de la alta dirección del partido, dejó de funcionar. - “El Dr. no se encuentra. Estará fuera una larga temporada. Llame otro día.” - “Alò, habla Raimundo, el sindicalista. Por favor diga al Dr. que necesito hablarle. Es un asunto de urgencia.” - “Lo siento, pero el Dr. acaba de salir y por su agenda, no le veremos por aquí en muchos días. No deje de insistir”. La máquina desechó a Raimundo. Dejó de interesar a quienes inicialmente le vieron como un cuadro ventajoso para las tareas del partido, la recolección de votos y el manejo armonioso de las relaciones laborales con la empresa. Esta misma, que por sus mecanismos distintos y en veces sutiles, no sólo del muchacho supo, sino con tiempo, porque en eso se adelantó a éste y otros como él, optó por definirlo como un desecho, no digerible por su maquinaria y movió sus hilos, a veces ocultos, misteriosos, persuasivos y en otras convincentes, sin discreción alguna o falsa sutileza, con las razones propias que ofrece el conquistador al vencido. Solo se quedó con Carlos, los compañeros de éste y una abundante masa de trabajadores para quienes por encima de todo estaban sus intereses y reivindicaciones muy específicas y concretas, por lo que valoraban el liderazgo y actitudes de ambos. Ofrecían un acompañamiento generoso pero prudente, sin disposición a lanzarse por un despeñadero; por ello recomendaron recobrar la prudencia y optaron, sin romper con aquellos abnegados compañeros, a quien no se cansaban de mostrarles agradecimiento, volver a la normalidad y reintegrarse a sus labores. Aquella plaza había sido un escenario de guerra. Sin muertos, con heridos leves que ya estaban recibiendo las debidas atenciones y un reguero de cuánta cosa la gente que combate suele desechar para aliviar las cargas o por la inutilidad de éstas. Entre quienes osaron enfrentar las fuerzas oficiales y empresariales, compuestas éstas por trabajadores mismos, “convencidos de la generosidad de la empresa o la solidaridad de la vieja dirigencia sindical”, además de los heridos, hubo unos cuantos detenidos y una pequeña lista de despedidos, cuyas plazas fueron ocupadas casi inmediatamente por parte de la cuantiosa masa de desocupados que acuden a los predios del portón en busca de chance. Justamente para eso y otras cosas bochornosas, se cuida con esmero que haya una extensa fila de desocupados alrededor de los espacios productivos. La gran ciudad, el emporio empresarial, el área industrial se exhibe de manera que, por una cosa u otra, la multitud se sienta atraída y hacia ellos enfile sus pasos apenas empieza a pensar en el futuro. El estado de cosas genera como un inmenso imán que atrae a todos y les crea la idea que, en aquellos espacios, donde todo pareciera estar hecho y resuelto, son como el inmenso y hasta venturoso mar del pescador feliz. Las ruinas dejadas por aquel combate o simple escaramuza, quedaron regadas por allí como una muestra, un ejemplo más de lo que allí siempre había acontecido; un aviso para quiénes no olfatean lo necesario, marcan debidamente los espacios y menos precisan el momento y con quiénes tirar la parada. A Raimundo le castigaron dejándole solo. Tanto que hasta le expulsaron de inmediato del sindicato, del trabajo, partido y no le detuvieron por ahora, para no alborotar más el avispero. En aquellas circunstancias, advertido por Carlos, decidió acercarse a un partido nuevo, formado en gran medida por jóvenes, que empezaban a crecer en aquellos espacios donde se había movido Raimundo desde que llegó de Ciudad Bolívar. - “Te aconsejo que a ellos te acerques porque vienen de vivir tú misma experiencia y del mismo sitio de dónde ahora te acaban de echar.” La entrevista, dada en aquella plaza mortecina por la poca luz de las bombillas, radiante por la ejemplar presencia del héroe que perdió tantas batallas pequeñas, pero supo ganar las importantes, sirvió para que Raimundo tomase otro camino, otros espacios para seguir la lucha, pero siempre por lo que entendía sería el bienestar del trabajador que, en la simpleza de lo aprendido hasta aquel día, estaba definido suficientemente en las leyes del trabajo. Reply, Reply All or Forward

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